Me cansé de querer compañía, de subir a la colina y tomar café con la chica de mis sueños, leer un libro y darnos besitos tiernamente; cosas que solo imaginé.
Mi habitad es la soledad, y poco a poco empecé a enamorarme de ella. Las estrellas me echan los piropos, pero me hago el difícil. Ahora quieran [me] los que no me querían, que ahora yo ya no los quiero.
Te pido perdón, mi lápiz, mi papel, pues por la multitud de invisibles te abandono, y siempre vuelvo a ti, a nuestra soledad; siento que sabes escucharme.
Comienzo a entender las palabras sordas del silencio, a sentir el abrazo del frío y parece gustarme más que los besos de la hipocresía. Que paradoja, a lo que le llaman depresión, yo le siento más sabor que una rumba tramposa que te humilla al amanecer.
Quiero estar solo, y si vienes, pues vienes, y si no, ya no me haces falta.