Poison Ivy

II


 

KATARINA

Rrealmente no podría creer que después de tanto tiempo en el cual mi libertad había sido privada, estaba verdaderamente fuera. Había soñado con ese momento durante muchas noches y le había dedicado las mil y un fantasías a escapar de prisión.

Para ser honesta, si bien había sido el cerebro del plan de escape durante mucho tiempo, siempre vi al hecho de escaparse de prisión como algo de película, poco probable; sin embargo, ahí me encontraba corriendo por un sendero abandonado que atravesaba lo que debía haber sido un campo de plantación en algún momento, pero estaba totalmente desolado y en desuso por lo que aparentaba bastante tiempo.
Caminé a paso apresurado alrededor de media hora por el sendero desdibujado, la maleza estaba alta y lo único que quedaba de aquel sendero era un camino de tierra recto al lado del cuál yo me encontraba. Finalmente, escuché varias voces adormiladas seguidas por una melodía de guitarra criolla no muy lejos de mi, de modo que siguiendo mi oído caminé hasta llegar al origen de los ruidos.

Me encontré con un grupo de hippies, o algo así, cantando bastante ebrios aldedor de una fogata mientras dos de ellos tocaban la guitarra. Después de observarlos por menos de cinco minutos pude darme cuenta de que su nivel de alcohol era bastante alto y probablemente ni siquiera notarían el hecho de que alguien les robara.
A pocos metros de donde me encontraba, pasando varios arbustos con hierba crecida, se encontraba una parrilla en la cual habían puesto un sin fin de hamburguesas y salchichas, y al costado de la misma, una madera sostenida de alguna forma que desafiaba las leyes de gravedad, por dos troncos de árbol que funcionaban como ladrillos para sostenerla. Sobre la misma, una torre de platos pequeños de platico y varios cuchillos y tenedores.

Tenía que ser rápida si quería tomar lo que fuera, porque había uno de ellos, un chico bastante joven con rastas y ropa desgastada que custodiaba, por así decirlo, la parrilla.
Robar nunca había sido muy difícil para mi, es decir, tuve mucho dinero mi vida entera pero, sin embargo, a la hora de robar nunca había tenido ninguna especie de impedimento moral que me hiciera retractarme. Un cuchillo afilado sobresalía de la madera y el chico de rastas se giró para que su compañero le convidara un trago de cerveza, entonces fue mi oportunidad.
Tomé el cuchillo fácilmente y antes de que cualquiera de aquellos idiotas ebrios pudiese notar mi presencia, me agaché para esconderme en los arbustos que rodeaban sus carpas y salí bajando la colina, donde la maleza aparentaba terminarse.

Divisé una tienda de ropa a unos pocos metros de donde la colina terminaba, cruzando la calle. "Mierda" pensé para mi misma cuando volví a ser consciente de mi uniforme grisáceo de presa, con ese color que yo tanto odiaba y la gente de los alrededores de la cárcel tan fácil reconocía.
Pensando rápidamente, me di cuenta de que no tenía otra opción que fuese viable, crucé la calle y entré a la tienda sosteniendo el cuchillo en mi mano. El hombre mayor que se encontraba cerca de la caja se quedó totalmente paralizado al verme, y levantó las manos de manera casi inmediata.

─Tranquila, toma lo que quieras, por favor, pero no me hagas nada.

Lo observé con desdén luego de ver los afiches políticos que tenía pegados en el interior de la tienda, era un hombre conservador, y además, a juzgar por las imágenes que había pegado, era un fiel cristiano.

Al igual que mi familia entera, la religión más asquerosa y adinerada que existió alguna vez.

Volví a dirigir mi mirada hacia él antes de hablarle de mala manera. ─Cierra la boca, no vas a decir una palabra más. Te vas a meter en el depósito del fondo y todo se hará rápido.─Dije señalandole dos cortinas al fondo que dejaban entrever el deposito de mercadería. Al ver como su mirada pasaba fugazmente por la caja, me di cuenta. Quiso hacerlo rápido para que yo no me diese cuenta, pero ya era muy tarde. Dirigí mis ojos hacía donde el viejo había estado mirando segundos antes y me encontré con varias fotos del lado de adentro de la caja, en todas aparecía el muy sonriente junto a dos ñiñas, las cuales supongo eran sus nietas.

Sonreí mientras tomé una de las fotos y la sostuve alto para que el la viese antes de guardarmela en mi pantalón gris.─Bien, te vas a meter donde te indiqué. ─Le advertí mientras vi como inspeccionaba mi uniforme con cara de reconocimiento, el viejo sabía quién era yo, claramente. De igual forma, proseguí.─Yo tomaré lo que quiera y cuando salga de aquí vas a seguir ahí adentro, y cuando la policía aparezca en pocos minutos, vas a decir que te asaltó una chica hippie con olor a alcohol que se fue corriendo colina arriba después de tomar unas remeras. No que te asaltó Katarina Rosseau, ¿De acuerdo?
Cuando terminé de hablar agité la foto delante de su cara, haciendo obvia mi amenaza. Él pareció comprender rápidamente, porque me dijo, después de llorar por la gracia de Jesús su salvador, que porfavor no haga nada, y luego se metió en el depósito.

Suspiré profundamente luego de darme cuenta de lo idiota que era la gente, más aún, los fieles cristianos. ¿Cómo iba a representar yo una amenaza para sus nietas si ni siquiera lo conocía y probablemente fuese una de las personas más buscadas de Estados Unidos en ese preciso momento?, siendo yo una profuga con los minutos contados, ¿Qué clase de amenaza podría representar el hecho de que yo tuviese en mis manos una foto de sus nietas de mierda?
Aparté de mi mente las conjeturas para luego cerrar con la llave que estaba puesta la puerta del depósito en la cual el viejo se había metido. Agarré una mochila negra que se encontraba colgada junto con otras de colores más llamativos, y metí mi cuchillo ahí dentro, me cambié mi uniforme en uno de los probadores de manera fugaz, sustituyendolo por unos joggins y buzo negro, abrí la caja y agarré un poco de dinero para luego salir de allí lo más rápido que mis pies me permitieron moverme.




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