``Me llamo Roger y soy adicto al póker´´. Esa era la frase que rondaba por la cabeza del hombre, cada vez que recorría su casa con la mirada. Tenía cuarentaicinco años, no era capaz de mantener su casa limpia, ni siquiera se molestaba en intentarlo. No tenía trabajo, cuando lo conseguía le despedían al poco tiempo, por ese mismo motivo ya no se molestaba en buscarlo. No cuidaba demasiado su apariencia, únicamente lo hacía en ocasiones especiales. Tenía muchas deudas y se alimentaba mal el noventa porciento del tiempo. Tampoco se relacionaba con la gente, ni tenía familia que le ayudase a superar las cosas. En pocas palabras, Roger era un desastre, ante los ojos de los demás y los suyos propios.
Roger se levantó con resaca, igual que todos los días. Sus largas partidas de póker siempre estaban acompañadas de una botella de coñac. Siempre habían dicho que el coñac era de gente culta y con clase, pero cada vez que él bebía lo único que le decía la gente era borracho.
Se miró en el espejo del baño, el cual estaba sucio y rodeado de botes y cosas que no pintaban nada en un baño. Un impulso le hizo lanzar todos los objetos al suelo. Se miró durante unos minutos, su aspecto era cada vez más desagradable. Ignoró su imagen, y fue a sentarse en una silla del salón. No tenía nada que hacer, solamente contemplar la pared. Hacía mucho tiempo que no tenía televisión, la había vendido por una miseria para tener algo con lo que apostar.
Ese día se sentía afortunado, como todos los días, iría al casino a jugar unas cuantas partidas. No tenía mucho que perder, pero algo en su cabeza le decía que ese día iba a ganar. Se afeitó un poco, se puso una camisa y unos vaqueros, y se fue de casa. Cerró la puerta sin mirarla, no sabía a que hora iba a volver a casa, pero le daba absolutamente igual. Estaba eufórico, sus pensamientos pasaban de uno a otro frenéticamente, la idea de volver a jugar se había apoderado de él.
Mientras esperaba en la fila del casino se empezaba a desesperar. Aquel era uno de los casinos más importantes de la ciudad, era uno de los que el hombre solía frecuentar. Mientras la gente de la fila se entretenía charlando, el intentaba escuchar los sonidos del interior del casino para calmarse. Las manos le temblaban un poco, estaba ansioso por coger una baraja y tenerla entre sus manos. Se metió la mano en el bolsillo y sacó una vieja baraja, se puso a juguetear con ella mientras que la fila avanzaba.
—No puedes pasar —le dijo el vigilante de seguridad poniéndole una mano en el pecho.
—¿Eso quién lo dice? —preguntó Roger haciéndose el duro.
—Yo lo digo, no puedes entrar con tu propia baraja. Además tú y yo ya nos conocemos, nos debes mucho dinero. Lárgate de aquí si no quieres problemas —el tono del vigilante se volvió aún más amenazante, Roger decidió marcharse.
Nada mas girar la esquina entró en una licorería y compró la botella más barata que encontró en los estantes. En menos de diez minutos ya se había bebido la mitad, empezaba a notar un ligero mareo. Algo en el suelo le llamó la atención, se agachó para cogerlo. Era una carta de póker con el borde chamuscado. Le dio la vuelta, había una dirección escrita, tal vez fuese el efecto del alcohol, pero pensó que era buena idea ir a ese lugar.
Cuando llegó a la dirección indicada, no vio ningún local ni nada, solo vio a un hombre ante la puerta. Como si le hubiese leído la mente, el portero extendió su mano, Roger pensó que solo quería dinero, rebuscó en sus bolsillos y por error le entregó la carta.
—Puedes pasar, pásalo bien jugando —el portero abrió una cortina en la cual Roger no había reparado antes.
Sin vacilar el hombre entró en el local, estaba en un casino diminuto. Había unas cuantas maquinas tragaperras y unas cuantas mesas. La palabra ``póker´´ abundaba por el lugar, aquel lugar estaba hecho para él. Uno de los encargados de la mesa le llamó para que se acercase.
—¿Quieres jugar la mejor partida de tu vida?
Roger asintió, el hombre le indicó donde debía sentarse. De repente en la sala empezó a hacer mucho calor. Un hombre vestido con un traje negro se sentó frente a él, cuando se quitó el sombrero Roger se fijó en sus ojos, eran rojos como el fuego.
—Bienvenidos al casino Inferno —dijo el hombre que lideraba la mesa—. Esta versión es un poco diferente del póker convencional. Como podéis ver cada uno tiene a su lado cinco cartas boca arriba, las cuales no se pueden tocar, esas son las vidas que tenéis, aquí no hay apuestas monetarias. Al que pierda se le quitará una vida. Si lo habéis entendido todo, procedo a repartir.
—Espera —dijo Roger —¿Qué pasa si me quedo sin vidas?
—Desea que eso no pase, por tu bien —dijo el otro jugador riéndose de manera siniestra.
El líder repartió las cartas, Roger las miró, sonrió para sus adentros mostrando una cara de pena y tristeza. Tenía un full, tenía muchas posibilidades en esa jugada.
—Escalera de color —dijo el otro jugador.
Una de las cinco cartas que Roger tenía frente a él ardió. El hombre no supo de donde había salido el fuego, pero su contrincante sonreía mientras el fuego le iluminaba los ojos.
Roger había perdido otras dos vidas, su contrincante ninguna. Aquel era un tipo siniestro y con mucha suerte.
—Tienes miedo de perder —afirmó el hombre.
—Yo no le temo a nada —dijo Roger furioso.
—¿Seguro? —de la mano del hombre trajeado salió una llama que se mantuvo hasta que el hombre cerró la mano. El terror se apoderó de la cara de Roger.
—¿Qué es esto?
—Solo un juego de casino —la sonrisa de su contrincante era cada vez más siniestra.
—No, yo no he apostado nada, en todos los juegos de casino se apuesta algo.
—Sí, si que has apostado.
—¿El qué he apostado?
—Tu alma Roger, tu alma.
Aquel tipo empezaba a aterrorizar a Roger, en ningún momento él había dicho su nombre. El efecto aturdidor del alcohol había desaparecido por completo de su cuerpo. Por fin Roger tubo una de las mejores jugadas que le podía salir en aquel momento, escalera de color.