Madison:
¿Qué narices estaba pasando? ¿Por qué Eric, el chico más arrogante y engreído que he conocido, me miraba horrorizado?
El profesor esperó a que todos salieran del aula. Después de cerrar la puerta, rompió el silencio tenso:
—El señor Woods está a punto de suspender matemáticas —me explicó—, y necesito que le dé clases extraescolares.
¿Tenía que ayudarle después de haber sido empujada y abochornada delante de sus amigos? ¿En serio? Lo que me faltaba.
—¿No puede hacerlo otro? —pregunté con un matiz de esperanza en la voz. Ojalá otra persona que no fuera yo pudiera cargar con el muerto.
—Lo siento, señorita Moon, pero usted es la que mejores calificaciones tiene en mi asignatura. Debe ser usted.
Resoplé con frustración, pasándome las manos por el rostro.
—¿Cuántas clases semanales serían?
No sabía si podría cumplir lo que me pedía. Entre las clases de baile que impartía, las que me daba Hannah, el instituto y estudiar, apenas tenía tiempo para mí misma.
—Eso no depende de mí —dijo mirando a Eric, quien no había abierto la boca en lo que llevábamos de conversación.
—A ver si me aclaró —habló por primera vez—, ¿me está diciendo que me va a ayudar ella? —Hizo una mueca de repulsión.
—¿Perdona? —me indigné, fulminándolo con la mirada.
Eric me ignoró y siguió hablando:
—No puedo trabajar con ella. Entiéndame, ella es una friki total. ¿No podría trabajar con su amiga?
—Señor Woods, le digo lo mismo que le acabo de decir a su compañera: ella es la más indicada para ayudarle.
—Pero…
El profesor golpeó la mesa con la mano con fuerza, sobresaltándonos.
—Es ella o suspenderá mi asignatura, es una orden. Ahora pueden marcharse.
Eric bufó molesto, pero no dijo nada.
Salí de clase sin esperar la respuesta de Eric. Fuera me encontré con los amigos del imbécil, quienes empezaron a hacerme burlas. Les hice caso omiso y avancé hacia las taquillas para dejar los libros. Allí me encontré con que Lea me esperaba, leyendo un libro que había empezado esa semana.
—¿Qué quería el señor Powell? —preguntó en cuanto llegué, levantando la vista de las hojas.
Abrí la puerta metálica de la que me correspondía con fuerza, dejé mis libros y la cerré con un sonoro golpe.
—Guau, sea lo que sea lo que te haya dicho, te debe de haber molestado un montón para que hagas semejante escándalo —observó mi amiga.
—¿Te puedes creer que debo darle clases particulares al idiota de Eric Woods? —exclamé enojada, empezando a caminar hacia el exterior.
—Espera, espera, espera. —Lea paró, mirándome como si me hubiese cambiando el color de la piel. Se llevó las manos a la boca, emocionada, soltando un chillido—. ¡Vas a estar a solas con el buenorro de Eric!
—Voy a darle clases —corregí.
Lea puso los ojos en blanco.
—Lo que sea. De todas formas vas a estar a solas con él, ¿me equivoco?
¡Rayos, no había pensado en eso! Resoplé, tendría que aguantarle después de clase. Menuda suerte la mía.
—Le odio —dije, caminando hacia afuera—. Siempre me molesta. Ya viste lo que hizo ayer, ¡me tiró al suelo el muy sinvergüenza!
—Pero debes de admitir que está más bueno que el pan.
—Si tú lo dices…
La debilidad de Lea eran los chicos guapos. Podía ser muy inteligente, pero si se sentaba al lado de un chico que le atraía, toda su inteligencia se iba al garete. Por fortuna, eso casi nunca pasaba, ya que los chicos nos eludían, lo que era bueno para mí porque no quería distracciones. Es por eso que vestía así de mal durante las horas lectivas, para que los chicos no se fijaran en mí. Además, podría usar las lentes de contacto o el otro par de gafas que tenía en casa, pero prefería llevar las que tenía en ese momento.