Polos opuestos | historia corta

Capítulo 3

Esa conversación que habíamos tenido me dejó muy confundida. Jamás me hubiera imaginado que precisamente él me diría todo esto. 

Si debía tomar una decisión no sabía cuál era.

El día transcurrió como siempre. Seguí con mis pendientes, seleccioné las fotos que serían publicadas y les di la mejor edición y retoques a los detalles. Quedando con un increíble resultado.

Pocas veces nos cruzábamos en el pasillo, ya que siempre estaban metidos ensayando sus canciones y agradecía eso. Las veces que lo cruzaba no podía mirarlo a la cara. Sobretodo cuando llevaba puesta una sonrisa plasmada en el rostro. No podía evitar ponerme nerviosa y por ende miraba el piso. 

Sí lo sé, algo infantil de mi parte.

Al terminar el día me fui directamente a mi casa. Me duché y me vestí de short y musculosa. Me dirigí a la cocina y calenté algo de comida que había quedado del día anterior.

Sí, no tenia mucho tiempo para cocinarme diariamente. Sobretodo en este último mes que el tiempo me era limitado.

Prácticamente no probé bocado, sólo me dediqué a revolver la comida. No podía dejar de pensar en sus palabras dichas y en sus ojos. ¡Dios! Sus ojos. Ese tono de verde sería mi perdición.

Ya había terminado de 'cenar' y estaba terminando de limpiar todo. A eso de las 23h sonó el timbre de mi departamento descocertándome completamente ya que no esperaba a nadie a esas horas de la noche.

Me encaminé hacia la puerta y al abrir me encontré con la cara de Brad. Parecía que había llegado corriendo, su respiración acelerada lo confirmaba.

¿Qué hacía aquí? Mejor dicho ¿Cómo supo donde vivía?

No alcancé a decir absolutamente nada ya que él se abalanzó sobre mí besándome apasionadamente. Acto que me tomó por sorpresa. Sus besos devoraban mi boca. Era de labios gruesos, me gustaban. ¿Qué estoy pensando?

Retrocedí unos pasos y cerró la puerta tras él con un sólo empujón. Por más que me resistí al principio no sirvió de mucho. Sus dos manos acunaban mi rostro impidiendo la separación de nuestras bocas. Siguió besándome y me hizo retroceder hasta que choqué contra la pared. Coloqué mis manos en su pecho y traté de ejercer resistencia pero fue en vano, ya que él era más fuerte y más alto que yo. 

Resultó que al final el beso terminó gustándome y me dejé llevar rodeando su cuello con mis brazos. Sentí un calor recorrerme el cuerpo, un calor que hacía mucho no sentía. En un momento me atreví y mordí su labio inferior provocándole un pequeño dolor. Se separó de mí y me miró desafiante. 

– Me mordiste, Mili –sólo me limité a mirarlo con una pequeña sonrisa.

Sus labios estaban inchados por el beso, supongo que los míos debían verse igual.

– Así es, ¿te dolió? –pregunté con ironía. 

– Un poco –llevó su pulgar a la zona afectada de sus labios–. Pero no creas que con eso me vas a detener –dijo muy seguro. 

Yo traté de escapar, pero no pude, ya que él coloco ambos brazos contra la pared acorralándome entre ellos. 

– ¿Qué pretendes? ¡Dime! –decidí encarar esta situación de una vez–. ¿Qué esperas que diga? ¿Qué me gustó tu beso? ¡Está bien, me gustó! ¿Y? –lo miré fijo a los ojos y muy decidida.

– Quiero que entiendas que a pesar de cómo hayamos empezado ambos sentimos lo mismo –suspiró profundo, su voz sonaba grave–. Mira, Milena, me gustas mucho –confesó al final. Lo miré sin pestañear–. Desde el primer día que te vi me gustas. Y cada vez que te veía tenía ganas de explotar si no te lo decía. Y como no sabía cómo decirlo te trataba mal –eso explica muchas cosas–. Me comporté como un idiota contigo, siento haberlo hecho –no sabía qué pensar, qué hacer, ni qué decir–. Di algo, por favor. 

Sus palabras resonaban en mi cabeza como un eco y su mirada me estremecía por dentro. 

¿Cómo en tan poco tiempo puede causar estos efectos en mí?

No podía ocultarlo más. Me pasaba lo mismo, él me gustaba mucho. Por mas que lo negara, era muy evidente.

Abandonando toda mi timidez y los nervios sólo llevé mis manos a sus mejillas acariciándolo y luego las dirigí a su cabello, el cual era largo hasta los hombros por su estilo rockero, y me gustaba.

Recibió mi tacto cerrando sus ojos y con una sonrisa en mis labios besé los suyos. Nos fundimos nuevamente en otro apasionante beso. Sus manos pasaron a mi espalda, abrazándome con fuerza y elevándome un poco y su cuerpo se pegó al mío. 

Sus besos sabían tan bien. Y se notaba que sabía cómo usar su lengua. 

Sin separarnos empecé a conducirlo hacia mi habitación. Sujetándonos entre las paredes para no caernos. Nos reíamos por eso. Y como yo iba a puntillas de pie, me sujetó de la cintura y me alzó con un movimiento y lo rodeé con mis piernas. 

– ¿Dime… dónde es… tu habitación? –logró decir entre besos y descendió hacia mi cuello chupando y mordiendo esa zona llevándome hacia la gloria.

– Ahí… –susurré. 

Le indiqué la puerta correcta y nos condujo hasta el interior. 

Sin parar de besarnos nos tumbamos en la cama y allí estuvimos unos minutos. Me acarició sin sacarnos aún la ropa. Empezó a recorrerme un calor en todo el cuerpo y podía notar su excitación frotarse en mi cadera. Me miró fijo como pidiéndome permiso y sus ojos verdes se colaron en mi sistema y sólo le sonreí volviendo a besarlo. 

Llevó sus manos a mi cintura y empezó a subir mi musculosa. El contacto de sus dedos con mi piel desnuda, me generó unas suaves cosquillas. Cerré mis ojos por inercia. Sin dejar de besarme subió aquella prenda hasta quitármela completamente. 

Acarició aquella piel que estaba descubierta y me admiró con deseo. Una mirada que no vi en nadie antes. Besó, chupó y mordió mis pechos desnudos y fue bajando por mi abdomen dejando un reguero de besos húmedos que me estremecían al tacto.

Puso sus manos en mi cadera y comenzó a bajarme el short junto a mi tanga y se deshizo de todo. Lo miré nerviosa pero decidida. Mi corazón golpeaba feroz en mi pecho amenazando con salirse de su lugar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.