El gimnasio era el territorio de Asher. Las canchas de baloncesto, las pesas, el sudor y el sonido de las zapatillas chirriando. Era un lugar donde su popularidad no se basaba en la apariencia, sino en su habilidad y dedicación. Él era el capitán del equipo, y la cancha era su segundo hogar.
Ese día, se quedó más tarde para practicar tiros libres. Sus compañeros se habían ido, y el silencio, inusual en ese lugar, le permitió concentrarse. Pero el silencio se rompió con el sonido de una voz familiar que se quejaba.
—¡No, no, eso no tiene sentido! —murmuró una voz.
Asher miró hacia la esquina del gimnasio, donde el equipo de ajedrez solía reunirse. Allí, bajo el resplandor de una luz solitaria, estaba Lloyd. No tenía su habitual libro de cálculo, sino un tablero de ajedrez. No estaba jugando solo; su oponente era una computadora, y la expresión en su rostro era de pura frustración.
Asher se acercó, intrigado.
—¿No se supone que el ajedrez es un juego silencioso? —preguntó.
Lloyd levantó la vista, sorprendido.
—En teoría. Pero esta maldita computadora está haciendo un movimiento ilógico y me está destrozando.
Asher se apoyó contra la pared, observando el tablero.
—¿No puedes simplemente superarla?
—La computadora está programada con millones de partidas —dijo Lloyd, con exasperación —. Está usando una estrategia que no tiene sentido. Está desafiando la lógica. Y eso es lo que más me molesta.
Asher miró el tablero.
—¿Puedes explicarlo? Me intriga el hecho de que algo tan lógico como tú esté frustrado por algo ilógico.
Lloyd suspiró, pero una pequeña sonrisa asomó en sus labios. Le explicó la situación: la computadora estaba sacrificando una pieza clave sin motivo aparente, rompiendo todas las reglas del juego. Mientras hablaba, la pasión en su voz era evidente. Su intelecto, que a menudo usaba como un escudo, ahora se revelaba como una fuente de fascinación.
—Es como si el juego se volviera un caos —dijo Lloyd.
—Tal vez ese es el punto —respondió Asher—. Tal vez la única forma de ganarle es con algo de caos.
Lloyd lo miró incrédulo.
—Eso es una tontería. El ajedrez es lógica pura.
—No lo sé. La vida es un poco caótica, ¿no? A veces, el movimiento menos esperado es el que te da la victoria —dijo Asher, y de repente, tomó una de las piezas blancas y la movió. Era un movimiento impulsivo, no uno estratégico.
Lloyd se quedó sin aliento.
—¿Qué hiciste? ¡Acabas de arruinarlo por completo!
—¿De verdad? —Asher sonrió—. Fíjate bien. ¿Qué te parece si lo arruina los juntos?.
Lloyd se sintió dividido. La idea de que alguien invadiera su juego con una estrategia impulsiva era un anatema. Pero la confianza en los ojos de Asher era magnética. Después de una pausa, sus dedos volaron sobre el teclado, reconfigurando la partida.
Pasaron la siguiente hora en ese rincón del gimnasio. Asher sugería movimientos audaces y sin sentido, y Lloyd los analizaba, intentando encontrar la lógica oculta. Hablaban de ajedrez, de matemáticas y de baloncesto.
—A veces, el movimiento más estúpido puede desconcertar al oponente. No siempre tienes que ser el mejor jugador. A veces, solo necesitas ser el más impredecible —dijo Asher, después de que un movimiento que él sugirió forzó a la computadora a un empate.
Lloyd miró la pantalla, asombrado. Tenía razón.
—No me lo digas. ¿Tú también juegas al ajedrez? —preguntó Lloyd.
—No —dijo Asher—. Pero soy bueno en los juegos.
Sus ojos se encontraron en un momento de entendimiento. El gimnasio, el campo de juego de Asher, se había convertido en un espacio compartido. La distancia entre sus "planetas" se había acortado, y el choque entre la lógica de Lloyd y la imprevisibilidad de Asher había creado algo inesperado y emocionante.
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Editado: 09.09.2025