El sol se filtraba por la ventana de Lloyd, despertándolo de un sueño profundo y tranquilo. Sus ojos, de un intenso color verde, captaron los primeros rayos de luz que se colaban por la persiana. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió completamente descansado. La llamada con Asher la noche anterior había sido como una liberación. Se levantó de la cama con una ligereza que no había sentido en mucho tiempo.
Al bajar a la cocina, su cabello negro, normalmente revuelto, estaba inusualmente ordenado. Encontró a su padre preparando café y a su hermana menor, Isabel, ya sentada a la mesa, comiendo cereal.
—Buenos días, campeón—dijo su padre, sin apartar la vista de la cafetera. —Parece que dormiste bien. Isabel y yo estábamos apostando a qué hora bajarías hoy
Isabel lo miró con los ojos entrecerrados.
—Yo dije que a las once. Pero te levantaste más temprano de lo normal. ¿Tuviste un sueño con alguna ecuación que no podías resolver?.
Lloyd se rio. —Solo es un buen día, papá—, respondió. —Me levanté antes. No hay misterios que resolver por ahora—. No les contó sobre Asher, pero la felicidad era tan evidente que su padre sonrió y le sirvió una taza de café, mientras Isabel negaba con la cabeza, todavía tratando de descifrar la razón de su buen humor.
Cuando salió de la casa para ir al parque, el aire de la mañana era fresco. Cada paso que daba, sentía una anticipación que lo hacía sonreír. No se trataba de las ecuaciones que solía resolver, sino de una nueva clase de cálculo. El cálculo de las emociones, una materia que había eludido por tanto tiempo, pero que ahora parecía tener un sentido claro.
Llegó al parque y vio a Asher sentado en un banco, bajo la sombra de un gran roble.
Llevaba una camiseta azul y unos jeans. Su cabello rubio brillaba bajo la luz del sol.
Asher levantó la vista y sus ojos, de un claro color azul, se encontraron con los de él. La sonrisa de Asher fue tan genuina y radiante que a Lloyd se le aceleró el corazón.
—Hola, Lloyd— dijo Asher, su voz tan melodiosa como la recordaba.
—Hola— respondió Lloyd, acercándose y sentándose a su lado. El silencio entre ellos no fue incómodo, sino reconfortante. Era un silencio que ya conocían, lleno de cosas no dichas pero que se sentían.
Asher fue el primero en romper el hielo.
—Me alegra que hayas venido—dijo, mirando sus manos.
—No me lo perdería por nada—contestó Lloyd. —Quiero decir… no sabes lo mucho que pensé en esto.
—¿En qué?— preguntó Asher, mirándolo a los ojos.
—En ti—dijo Lloyd, y las palabras le salieron con una facilidad sorprendente. —En ti, en mí. En nosotros. Por primera vez, no necesito una fórmula para entender lo que siento.
Asher sonrió, una sonrisa tímida y llena de ternura. —Yo tampoco. Sabes, eres la única persona que me hace sentir así.
—¿Cómo?— preguntó Lloyd, la voz un poco temblorosa.
—Como si no tuviera que fingir. Como si pudiera ser yo mismo. La persona que soy cuando estoy a solas. La persona que soy en mi cabeza, sin la necesidad de tener una respuesta para todo—
Lloyd entendió. Asher era como él. Se sentían de la misma manera. —Yo también. Con mis ecuaciones y todo, a veces me siento como un fraude. Pero contigo… contigo me siento real.
La conversación fluyó sin prisa. Hablaron de sus miedos, sus sueños, y de cómo se habían sentido en la pastelería. Explicaron lo que había pasado por sus cabezas. Se dieron cuenta de que lo que sentían no era una simple casualidad, sino algo más profundo. Era una conexión, una línea de vida, como la de la noche anterior.
Mientras el sol subía, ambos se dieron cuenta de que lo que tenían era algo especial. No era un problema que resolver, sino un viaje que comenzar. La lógica había fallado, pero el corazón había encontrado su propia razón. Y en ese nuevo amanecer, ambos sabían que sus caminos se habían unido, y que juntos, podrían resolver cualquier enigma que la vida les pusiera por delante.
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Editado: 09.09.2025