El aire de la mañana se había calentado, y la luz del sol se colaba por las hojas del roble, creando un patrón de sombras y destellos sobre el banco. Asher miró a Lloyd, y un silencio cómodo se instaló entre ellos, diferente al de antes.
Este era un silencio que contenía todas las palabras que ya se habían dicho y las que aún estaban por decir. El sonido de los pájaros y el murmullo de una fuente cercana eran los únicos ruidos en el parque.
Lloyd estiró su mano, indeciso, y la colocó sobre la de Asher, que estaba apoyada en el banco. La piel de Asher era cálida y suave, y el simple contacto envió una descarga por todo el brazo de Lloyd. Asher no retiró su mano; en cambio, la volteó y entrelazó sus dedos con los de él.
—Lloyd— dijo Asher, su voz baja y llena de significado. —¿Qué crees que sigue ahora?
Lloyd no necesitó pensarlo. —No lo sé. No hay una fórmula para esto, ¿verdad? No una que conozca
Asher se rio suavemente. —Tal vez es mejor así. Creo que las mejores cosas de la vida no tienen una fórmula
Se quedaron un rato en silencio, simplemente disfrutando de la compañía del otro. Lloyd observó las manos entrelazadas y sintió un tipo de paz que no había experimentado en mucho tiempo. Era una sensación que iba más allá de la simple lógica. Era algo que sentía en el pecho, un calor suave que se extendía.
De repente, una pelota de fútbol rebotó cerca de ellos y se detuvo a los pies de Asher. Un grupo de chicos más jóvenes se acercó corriendo.
“Disculpen, ¿podrían pasarnos la pelota?”— preguntó uno.
Asher sonrió, recogió el balón y se lo lanzó de vuelta. —Claro, aquí tienen— Los chicos se lo agradecieron y siguieron con su partido.
Lloyd sonrió, impresionado por la facilidad con la que Asher interactuaba con los demás, una cualidad que él mismo no poseía. —Siempre sabes qué decir— comentó.
—No siempre— respondió Asher. —Contigo no necesito saber qué decir. Simplemente… eres tú.
Lloyd se sonrojó, y el calor en su pecho se intensificó. La verdad de esa afirmación era tan clara como la luz de la mañana. Con Asher, no tenía que ser el chico serio que siempre tenía las respuestas correctas. Podía ser solo Lloyd.
Se levantaron del banco y comenzaron a caminar por el sendero principal del parque, todavía con las manos unidas. La ciudad a su alrededor comenzaba a despertar, y las familias salían a pasear, pero para Lloyd, el mundo se había reducido a Asher y a él.
—¿Tienes hambre?— preguntó Asher. —Podríamos ir a la cafetería de la esquina. Hacen los mejores sándwiches del mundo.
—Parece un buen plan— dijo Lloyd, y asintió. —Cálculos y sándwiches, una combinación inesperada.
Asher se rio y apretó suavemente la mano de Lloyd. —De los mejores cálculos, te lo prometo. El de ahora es el del tiempo que pasamos juntos. Y la ecuación se siente perfecta.
Mientras se alejaban, una nueva historia comenzaba, no escrita con fórmulas matemáticas, sino con la promesa de una conexión profunda y verdadera.
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Editado: 09.09.2025