La elegancia del restaurante era abrumadora. El murmullo de las conversaciones, el tintineo de los cubiertos contra la porcelana y el suave olor a comida gourmet creaban una atmósfera que a Lloyd le resultaba tan ajena como la geometría no euclidiana.
Llevaba una camisa que se sentía un poco demasiado ajustada y sus manos, que normalmente sabían exactamente qué hacer, estaban nerviosamente metidas en los bolsillos de sus pantalones.
—Tranquilo, Lloyd—le susurró Asher, dándole un suave codazo. —Son mis padres. No te van a interrogar. Solo quieren conocerte.
Lloyd asintió, aunque la idea no lo tranquilizaba en absoluto. —Es una reunión de variables desconocidas. Me es difícil calcular el resultado.
Asher se rio, un sonido que logró relajar un poco los hombros tensos de Lloyd. Cuando llegaron a la mesa, un hombre con un traje impecable y una mujer con un vestido de seda se pusieron de pie para recibirlos.
Eran los padres de Asher, y la similitud en sus facciones, desde los ojos azules hasta la sonrisa, era inconfundible.
—Mamá, papá, él es Lloyd—dijo Asher, su voz llena de orgullo. —Lloyd, ellos son Samantha y Robert.
Los padres de Asher lo saludaron con una formalidad cortés. La señora Samantha le dio una sonrisa amable, aunque sus ojos escaneaban a Lloyd de arriba abajo. El señor Robert le dio un firme apretón de manos.
—Asher nos ha hablado mucho de ti, hijo. Es un placer conocer al genio de las matemáticas— La frase sonó un poco como una broma, y Lloyd sintió que el nerviosismo volvía.
La conversación comenzó de forma inocente, con preguntas sobre la escuela y los planes de verano. A Lloyd se le hizo fácil hablar de sus clases y de su pasión por la física teórica. Se dio cuenta de que la mirada de Asher estaba fija en él, una mirada de adoración que hizo que las palabras salieran con más fluidez. Sin embargo, el padre de Asher, un exitoso hombre de negocios, cambió de tema abruptamente.
—Así que, cuéntanos, Lloyd, ¿qué planes tienes para tu carrera? Asher nos dice que eres brillante, pero la brillantez no siempre se traduce en un éxito financiero.
Lloyd se tensó. Era una pregunta directa, una que no esperaba. Miró a Asher, que le dio un asentimiento tranquilizador.
—Estoy interesado en la investigación, señor. En la física cuántica, específicamente. Hay muchos problemas sin resolver en ese campo.
—¿Física cuántica?— dijo el señor Robert con una sonrisa condescendiente. —Interesante. Pero, ¿no es eso… un poco abstracto? Para Asher, siempre hemos tenido planes más concretos. El negocio familiar, quizás. ¿Verdad, Asher?.
La tensión en el aire se hizo palpable. Asher apretó la mano de Lloyd debajo de la mesa, un gesto de apoyo que solo ellos sintieron.
—Papá, mi futuro no está en el negocio familiar, y lo sabes—respondió Asher con firmeza, mirando directamente a sus padres. —Y los planes de Lloyd no son abstractos. Son importantes. Sus pasiones no se miden por el dinero que van a generar.
La señora Samantha intentó desviar la conversación. —Asher, no tienes que…
—Sí, sí tengo que hacerlo—interrumpió Asher. —Ustedes no lo entienden. Lloyd no es solo mi amigo. Es mi novio. Es la persona más real y más inteligente que he conocido. Y no me importa lo que piensen. Es mi felicidad. Y si no la aceptan, entonces no me están aceptando a mí.
Las palabras de Asher colmaron el ambiente. Por un momento, hubo un silencio total, solo interrumpido por el sonido de la música de fondo. Lloyd, con el corazón en un puño, miró la cara de sus suegros. La señora Samantha se veía un poco conmovida. El señor Robert, por primera vez, no parecía tener una respuesta.
Entonces, Lloyd, con su lógica intacta, decidió intervenir. —Señor, creo que su hijo tiene razón. La felicidad no es una variable que se pueda resolver con un cálculo financiero. Es una emoción. No se puede predecir. Y para mí, mi felicidad es Asher. Es la única verdad que no necesita una demostración.
El señor Robert miró a Lloyd, y un atisbo de admiración, genuina esta vez, cruzó por sus ojos. —Nunca lo había visto de esa forma, Lloyd. Es una forma… muy peculiar de verlo.
Al final de la cena, la atmósfera era diferente. Los padres de Asher seguían sorprendidos, pero la sinceridad de sus hijos y la inesperada elocuencia de Lloyd los habían conmovido. Se despidieron con una formalidad menos rígida, y un “fue un placer conocerte, Lloyd” que sonó más sincero que al principio.
Afuera, bajo la luz de la calle, Asher abrazó a Lloyd con fuerza.
—Lo hiciste, lo lograste— susurró en su oído.—Les diste una lección de lógica que nunca olvidarán. Una sobre los sentimientos.
Lloyd sonrió, el calor de Asher contra su pecho era la única variable que necesitaba para confirmar que, a pesar de la ecuación familiar, el resultado era perfecto.
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Editado: 09.09.2025