El verano después de la graduación se sintió como un tiempo en suspenso. Ya no había clases que atender, ni alarmas que ignorar, ni pasillos que cruzar. El mundo que conocían había terminado, y el futuro, antes una abstracción lejana, ahora era un lienzo en blanco que debían pintar juntos. Sus días estaban llenos de preparativos para la universidad, pero la tarea más importante era una que nunca habían imaginado: encontrar su propio lugar.
—¿Y si este es el lugar?—preguntó Asher, su voz llena de entusiasmo.
Lloyd se sentó en un sofá gastado en la sala de un apartamento diminuto, con las paredes de un amarillo descolorido. Los números de la lógica se arremolinaban en su cabeza.
—El espacio es demasiado pequeño. La cocina es la mitad de un microondas. Y la ecuación de la luz aquí no es suficiente para que las plantas sobrevivan.
Asher se rio. —Te encanta sobreanalizar todo. Pero te doy la razón. El dueño es un poco… inestable.
La búsqueda de un apartamento era un cálculo que requería más variables de las que Lloyd había imaginado. Precio, ubicación, tamaño, y lo más importante: cómo se sentirían allí. Pasaron días viendo lugares que no encajaban. Algunos eran demasiado ruidosos, otros demasiado fríos. Eran espacios, pero no un hogar.
Justo cuando estaban a punto de darse por vencidos, el agente de bienes raíces les mostró un último lugar. Era un tercer piso en un edificio antiguo, en un barrio tranquilo, cerca de su futura universidad. El momento en que abrieron la puerta, Lloyd lo supo. Era el lugar.
El apartamento tenía grandes ventanales que llenaban la sala con luz natural, con vista a un pequeño parque. La cocina, aunque pequeña, era moderna y funcional. Había una habitación con espacio para sus camas y, lo más importante, una atmósfera de paz que los envolvió.
—Es perfecto—dijo Asher, su voz un susurro. —Mira. Mucha luz para ti. Y el balcón es perfecto para las fiestas que haremos.
Lloyd sonrió. —No son para fiestas. Son para contemplar las estrellas. Y los cálculos.
Asher le dio un empujón juguetón. —Lo que digas, genio.
Más tarde, sentados en el suelo de lo que sería su sala de estar, hablaron sobre el futuro que construirían en ese lugar.
—¿Recuerdas cuando solo eras el chico que se sentaba en la última fila?— preguntó Asher, recostando su cabeza en el hombro de Lloyd.
—Y tú, el chico que tenía todas las respuestas sin necesitarlas—respondió Lloyd, con una sonrisa. —Pensé que nunca podríamos encajar. Tú, con tu vida social. Yo, con mis libros. Era una ecuación que no tenía una solución.
—Tal vez sí la tenía—susurró Asher. —Solo necesitábamos las variables correctas. Y aquí estamos. Juntos.
Lloyd miró alrededor. No había muebles, ni pertenencias. Solo ellos, sentados en un suelo de madera, con las paredes desnudas a su alrededor. Pero el espacio se sentía completo, lleno de una promesa de un futuro que habían construido juntos. El capítulo de la preparatoria había terminado, y el siguiente, su vida, estaba a punto de comenzar. Y no había nada que pudiera hacerlos más felices.
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Editado: 09.09.2025