Polvo de Saturno
Tomé mi cuaderno y mi pluma; objetos simples, cotidianos, pero de gran importancia para un escritor, pues ahí, en esas hojas en blanco se hallaban mundos fantásticos habitados por las más increíbles y grotescas criaturas. Seres aberrantes los cuales podían poblar no sólo esos mundos, los que se encontraban detrás de aquellas hojas en blanco, sino también las más grotescas pesadillas. Sólo era cuestión de escarbar ayudado con la pluma, con la imaginación y encontrar ahí aquellos mundos tenebrosos, tal como se encontraron las tabletas y los cilindros pertenecientes a una antigua Babilonia. Así como escritores desquiciados fueron capaces de ver ahí, en sus hojas en blanco y en su mente animales, criaturas y toda clase de seres que estaban en un mundo aparte y antes de que el humano habitara la Tierra y esta fuera tal.
Ahí estaba yo, con mi pluma en la mano y mi cuaderno frente a mis ojos, viendo en este una historia, una leyenda capaz de desquiciar a quien tuviera la mala suerte de leerla y contemplar sus ciudades ruinosas, habitadas por seres que ni siquiera el infame libro maldito podría describir. Criaturas que aún conservaban el nefasto polvo de Saturno en sus grotescos cuerpos. Sabía que estaban ahí, detrás de aquellas hojas de papel de aquel ordinario cuaderno que carecía de importancia para mucha gente, pero para mí, un escritor, un creador de relatos ese objeto y mi pluma eran dioses creadores. Mi mente buscaba explorar aquellos mundos incluso a riesgo de perder el juicio.
Y vi. Fui capaz de ver aquellas tierras desconocidas; aquellas ciudades que ni el más desquiciado creador fue capaz de concebir. Vi aquellas criaturas que ni las más remotas culturas tuvieron el infortunio de ver.
Y muy al contrario de la perfección creada por aquel Dios, mi mundo era imperfecto, pero aun así supe que estaba bien.
Fin