Toh, ese era su nombre, el que madre le puso. En su brazo aún llevaba el vacío del brazalete robado. En ese momento usaba cáñamo en lugar de plata para pasar desapercibida pero aún así solo tenía el brazalete de la mano derecha. Estaba tan acostumbrada a la indumentaria que podía notar la falta físicamente. El frío del aire contra su piel desnuda. La falta de peso, la humillación de perder contra un civil en un juego que llevaba jugando desde que tenía memoria.
Quería recuperar el brazalete, era una de las razones por las que se había encargado personalmente de la investigación. Podría haber mandado a un escuadrón de plumas y de hecho lo hizo, pero este trabajo necesitaba sutileza, ingenio.
Recorrió los puentes de cielo vestida con la indumentaria tipica del medio. Subió y bajó escaleras, se metió en fumaderos buscando escuchar algún indicio. En esos lugares siempre había algún bebedor de agua seca con la lengua suelta. Tardó toda la noche y aún una parte de la mañana pero al fin obtuvo lo que estaba buscando. El sol estaba cerca de tocar el nivel inferior de alto cuando los escuchó. Eran dos celestes hasta arriba de agua seca.
—Te digo que lo vi. —Decía uno de ellos con el tarro de arcilla en la mano, agitándolo para enfatizar sus palabras.
—Estas loco. —Le contestó el otro, y dio un trago a su propia bebida.
Toh los miraba desde una esquina obscura en el fumadero. Tenía un cenicero en el centro de la mesa y un cigarro en la mano. Solo le había dado una calada para pasar desapercibida y el humo claro que salía por si solo hizo el resto. Nadie reparaba en ella, así podía escuchar sin problemas.
La conversación de los dos borrachos siguió, hablaban arrastrando las palabras pero aún eran comprensibles.
—Te lo juro, por las plumas del Cóndor.
—No jures en vano.
—Que en vano, era un zopilote enorme te digo. Voló sobre la montaña menor y se perdió atrás. Lo vi con estos ojos.
—Estas borracho.
Se quedaron callados por un momento, mirándose con los ojos irritados y rojos, luego se echaron a reír. En cuanto terminaron pasaron a hablar de otros temas pero Toh ya tenía lo que buscaba.
Aún se quedó en el fumadero hasta que el cigarro de hierba estrella se quemó por completo. Dejó de escuchar las conversaciones insulsas del resto de clientes. En su lugar le dio vueltas a lo que había dicho el tlatoani de cielo.
Él no se había referido a guerreros capaces pues estaba claro que eran necesarios. Lo que significaba que se refería al chico específicamente. ¿Qué podía tener que no tuviera... ella misma por ejemplo? Sí, podía transformarse, y aunque era una habilidad muy rara no era única.
Toh no lo quería cerca pero si Halcón Cima lo creía necesario no sería ella quién dijera lo contrario. Eso sí, iba a tenerlo bien vigilado.
Se levantó en cuanto lo último del cigarro cayó en el cenicero y se dispuso a salir. El mundo se puso a girar a su alrededor y estuvo a punto de caer. Al fondo alguien soltó una carcajada y en poco tiempo todo el mundo reía. Incluso ella misma.
No tenía ganas pero no podía evitarlo. Rió y rió hasta que le dolió el abdomen y la mandíbula. Para cuando se recuperó y pudo dominarse el sol ya había llegado a medio y comenzaba a subir otra vez. Se reprendió a si misma por dejar que el humo la afectara pero luego lo pensó mejor.
El chico seguramente ya estaría en cielo, robando a otras personas o cambiando su brazalete por algo más manejable. Este último pensamiento realmente la irritó pero no podía hacer nada, así que se reunió con su equipo de guerreros plumas y fueron a buscar el lugar dónde se escondía aquel chico. Con suerte lo atraparían antes de que se diera cuenta de lo que ocurría. Solo tenían que buscar cerca del pico menor de la cordillera, al sur de cielo. No había muchas cosas por ahí así que no sería realmente complicado.
Antes que nada pasó por los cuarteles, cambió su indumentaria por el uniforme de guerrera plumas y se puso el brazalete de plata. Se reunió con seis de los mejores guerreros y les comunicó el plan. Mientras ellos se preparaban dejó un reporte escrito para Halcón Cima. En cuanto todo estuvo listo salieron a cazar.
El viajé pudo haber sido muy sencillo pero los otros plumas no podían transformarse, así que hubo que tomar la ruta difícil. Atravesaron los puentes hasta el punto más al sur de la ciudad. Los civiles les abrían el paso rápidamente por lo que no tardaron demasiado. Escalaron la montaña ayudándose de las sandalias con tachones y de unos ganchos de mano parecidos a martillos pero con la cabeza terminada en punta.
Una vez en la cima avanzaron en fila. Hacían todo de manera metódica, sin distracciones. Eran como las partes de un molino de viento, cada uno hacia su parte y todos se movían en sincronía, sin fallos en la ejecución. La punta de la cordillera era liza por el viento constante. Cada paso podía ser el último incluso con los tachones que se aferraban a la roca. Con todo, los plumas no vacilaban en su avance y llegaron a su destino cuando el sol subía hacia alto por el muro oriental del cañón.
La cordillera giraba hacia ese mismo punto haciendo una “L” que llegaba hasta más allá del bosque. Hacia el sur, el terreno descendía suavemente por unos quinientos metros hasta terminar en un acantilado. Los guerreros se formaron en columna separados por diez metros y barrieron el lugar buscando algún indicio.
A medida que descendían la flora iba aumentando en volumen y tamaño. Había hierbas de todo tipo, incluso algunos arbustos y árboles pequeños. También notaron aquí y allá plantas de hierba estrella salvajes, pequeñas y poco estéticas; hasta tal punto que no parecían las mismas que llenaban hectáreas enteras de verde espeso y brillante.
Al adentrarse en los arbustos escucharon un rumor de agua que cae, era la cascada. Toh se quedó un tiempo admirando el lugar. Los almendros rodeaban un pequeño lago cristalino que nacía de la cordillera. Un pasto amarillento cubría los bordes de tierra como una alfombra salpicada de frutas secas. Parecía que alguien hubiera decorado ese lugar a propósito. La cascada caía hasta perderse muy abajo entre el verde de la vegetación.