Por culpa de un instante (completa)

52. Lo que le prometí

Estoy sentado en el sofá de la casa de Julio, terminando mi cerveza. Estamos en un grupo de cinco personas, hablando y riendo. Hemos tomado de más, así como parece haberlo hecho la mayoría de los que están en esta fiesta. Después de todo, hemos terminado con los exámenes.

El sonido de algo que se rompe en la cocina hace que estallemos en carcajadas porque es la sexta vez que alguien echa a perder la vajilla importada de la mamá de Julio. Cuando sus padres vuelvan de su viaje, mi amigo tendrá serios problemas. Pero a él no le interesa, lo acaban de encontrar haciendo un trío en su habitación.

Busco a mi mejor amigo con la mirada y no veo rastros de él. No lo encuentro desde hace al menos una hora, cuando ya estaba bastante ebrio. Espero que no se esté mandando una estupidez, o terminará por arruinar del todo su relación con Stacy.

“Bruno, ¿en dónde diablos estás?” le escribo al celular, sin obtener respuesta.

Vuelvo a pasar la vista por el salón, pero en su lugar visualizo a Tadeo, conversando con unas compañeras suyas. Me disculpo con mis amigos (aunque están demasiado deshechos para escucharme) y me acerco a saludarlo. Él me recibe a gusto.

—¡Esta fiesta es genial! —expresa, y me doy cuenta de que incluso él ha bebido de más.

—Tadeo, ¿no nos vas a presentar a este bombón? —una de las chicas que está a su lado me lanza una mirada interesada. La conozco de vista pero no recuerdo haber hablado con ella antes.

—¡No! —Tadeo le contesta tan fuerte que me sobresalta un poco—. Es el mejor amigo de mi novia, digo, el novio de mi mejor amiga. Así que no, no se lo voy a presentar a nadie. De hecho, Lucas y yo nos iremos a hablar allá.

Señala con dificultad el otro lado del salón y se mueve hacia allí, por lo que me voy tras él.

Una chica se tropieza conmigo al paso, así que la sostengo y la ayudo a acomodarse en una silla. La mitad de su bebida ha ido a parar a mi rodilla y Tadeo se parte de risa.

—¡Lucas! Se está empezando a acabar el alcohol, así que toma esto —mi amigo Ricardo aparece por un costado, como una ráfaga, y me pasa un vaso de cerveza, antes de retirarse de nuevo.

Tadeo y yo empezamos a beber su contenido y charlar. Él se queja de que Brenda no haya venido a la fiesta y yo le explico que todo es por culpa de que no la supe integrar mejor a mis compañeros.

Estamos en medio de nuestra charla cuando unas manos femeninas rodean mi torso por detrás y me abrazan con fuerza. Giro la cabeza para ver de quién se trata y encuentro a Sam, con los ojos cerrados, completamente sujeta contra mi cuerpo.

—Sam, ¿tú también tomaste demasiado? —me rio al verla con la cara completamente colorada.

Ella asiente, entre risas y se deja arrastrar cuando la atraigo hacia adelante, para ayudarla a sostenerse mejor.

No es habitual que se deje llevar con el alcohol. La última vez que recuerdo haberla visto así fue el año pasado, en una fiesta similar a esta, en la que ambos habíamos tomado más de lo necesario, así como ahora, y terminamos besándonos en un rincón. Lo cual desencadenó ese noviazgo que tanto me costó terminar.

Intento hacer que se siente en una de las sillas que hay al costado, pero ella se acurruca contra mi pecho, ante la atenta mirada de Tadeo.

—Esto no le va a gustar a Brenda —me advierte, llevándose el vaso a la boca.

Sam lo escucha y se molesta automáticamente. Gira el rostro hacia él.

—¡Pues dile a la loca de tu ex que Lucas es mío y que no se le acerque más!

Oh, no.

—Tadeo, lo siento, Sam y yo ya nos vamos —me despido y me aparto con ella hacia la salida, ayudándola a caminar.

Hay mucha gente que ya se está yendo también, después de haber pasado el día entero en este lugar. Son casi las siete de la noche y ya ha oscurecido.

—¡Adiós tortolitos! —Lucía se despide con una sonrisa. Está de la mano con uno de quinto año. Ya veo lo rápido que se ha olvidado de Bruno.

Pido un taxi y acomodo a Sam en el asiento de atrás. Me ubico a su lado y le doy al hombre la dirección de la casa de ella.

—Lucas, no —me detiene mi amiga—. No puedo ir a casa así como estoy. ¡Mis padres me van a matar!

Tiene razón. Mi padrino es muy blando conmigo pero con ella es excesivamente estricto.

Nos dirigimos a mi casa, entonces.

Aprovecho el trayecto y el hecho de que Sam está recostada sobre mi muslo para enviarle un mensaje a Brenda. Le aviso que la fiesta ha terminado y estoy de camino a casa. Evito decirle que voy con Sam porque sé lo que va a pensar al respecto. Además, pretendo darme una ducha, dejar descansando a Sam hasta que le pasen los efectos del alcohol y luego llevarla a su casa y dirigirme a la de mi novia.

Brenda lee mi mensaje pero no me contesta. Debe estar ocupada.

Nos bajamos del taxi y ayudo a mi amiga a subir la corta escalera que lleva a la entrada, pero ella se sostiene de mi brazo.

—¿Me cargas?

La miro a los ojos, para entender si bromea o no. Me está observando con una seriedad impresionante.

—Cuando éramos niños, solías cargarme a menudo —recuerda, esbozando ahora una débil sonrisa—. Además, estoy muy mareada —se excusa, pero estoy seguro de que sólo lo hace para convencerme.



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En el texto hay: juvenil, romance, amor odio

Editado: 24.02.2019

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