Por culpa de un instante (completa)

1. Pulga

Estoy aplicando algo de color bronce a mis párpados, cuando Stacy irrumpe en mi habitación. Lleva puesta una blusa que resalta aún más el tono rojizo natural de sus labios. Sus cabellos se pierden un poco al hacer contacto con la tela, sobre sus hombros. Se ve preciosa. El único problema que encuentro es que la falda que lleva es muy corta y su maquillaje luce demasiado evidente.

—¿Vas a ir así? —pregunto, como si no tuviera mucha importancia.

Rueda los ojos y se cruza de brazos.

—Es lo que tenía pensado… —contesta un poco dudosa.

Me ubico detrás de ella y comienzo a formar una larga trenza en su rubia cabellera.

—Eres hermosa al natural, no necesitas exagerar tanto.

Ella sonríe. Se cambia en unos minutos y las dos quedamos satisfechas.

Stacy es mi hermana menor, aunque solo por dos años. Ella tiene quince y yo diecisiete. También la considero mi mejor amiga, a pesar de ser muy diferentes.

Acomodo mi blusa por dentro del short oscuro y encimo el collar con el que decoro mi pecho para no ir tan desarreglada.

Bajamos y nos despedimos de mamá aprisa. Afortunadamente logré convencer a Stacy que se cambiara esa falda. A mamá no le hubiera gustado que fuera así.

Siempre fue muy sobreprotectora con nosotras. No puedo culparla. Crio a dos chicas ella sola.

Afortunadamente, ahora tiene a Eric para hacerle compañía. Hace dos semanas se casaron, razón por la cual tuvimos que cambiar de ciudad.

Al comienzo había estado muy enojada. Me costó un buen tiempo aceptar que tuve que despedirme de mis amigos de toda la vida. Pero, conforme iban pasando las vacaciones de verano, me fui convenciendo a mí misma de que no está tan mal.

Después de todo, es lo mejor para mamá. La relación a distancia la estaba matando, porque la vida de él estaba aquí, en la capital. Y la nuestra allá.

Por lo que Stacy y yo tenemos que empezar el año en un colegio nuevo, hacer nuevos amigos y demás. Como sea, eso ya no me preocupa. Siempre fue una tarea fácil para mí el llevarme bien con la gente.

Salimos a la calle en dirección al club nocturno, que es propiedad de Eric. Queda sólo a una cuadra de nuestra nueva casa.

El ambiente del club me encantó desde el primer momento. Es extenso, no de esos lugares en los que la gente se aprieta hasta el punto de no poder caminar. Tiene tres barras de tragos. Una en el piso de arriba y otras dos en el salón principal. A un lado del recinto se encuentra un pequeño escenario, en el que se hacen conciertos los fines de semana.

Nos ubicamos en unos asientos, al tiempo en que Eric se dirige a recibir a unos proveedores. Stacy y yo nos deleitamos con el grupo que está tocando esta noche. Lucen tan lindos como suenan, por lo que nos entretenemos un buen rato hasta que el concierto termina. El murmullo se extiende, llenando el espacio que antes ocupaba la música. La gente alrededor comienza a movilizarse, preparándose para el baile.

—Iré a buscar a Eric —me dice Stacy.

—Tráeme algo de tomar —le pido, quitando mi móvil, para pasar el tiempo hasta que ella vuelva.

De repente me fijo en el vocalista de la banda que había estado tocando. Está hablando con un grupo de chicas acomodadas en la mesa de enfrente, quienes lo miran embobadas. Su cabello claro, lacio y con las puntas ligeramente hacia arriba, le dan un buen aspecto. Le cubre una chaqueta negra, de cuero, sobre una remera blanca que permite ver el collar que cuelga de su cuello. Tiene muy lindas facciones, las que resaltan aún más cada vez que sonríe.

Pero, entonces, un toque en mi hombro me hace volver la mirada atrás.

—¿Me puedo sentar? —pregunta un sujeto desconocido, de unos veinticinco años aproximadamente. Sin esperar respuesta ocupa el lugar que había sido de mi hermana.

Lo miro con desconcierto.

—Es que eres muy linda —se acerca más—. No pude evitar mirarte desde que llegaste.

El hedor a alcohol que desprende de la boca me hace ponerme de pie sin dudar. Tomo mi cartera y pretendo alejarme, pero él sujeta mi muñeca con rudeza.

—No te vayas, dime cómo te llamas —sugiere. Hay algo en su cara que insinúa perversión, y no me agrada.

Muevo mi brazo con la fuerza suficiente para soltarme.

—Déjame en paz —le ordeno en voz alta.

Él se pone de pie, acercándose más a mí y cubriendo con su brazo el espacio entre su cuerpo y mi silla, impidiendo que me mueva.

Estoy a punto de propinarle una fuerte pisada, cuando siento que un brazo rodea mis hombros por detrás.



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En el texto hay: juvenil, romance, amor odio

Editado: 24.02.2019

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