Todos se fijan en nosotros al entrar al curso. Nadie dice nada porque la profesora está a mitad de una explicación.
Lucas se sienta en una de las filas del medio, al lado de un chico al que reconozco como otro integrante de la banda de rock del sábado.
Visualizo un asiento vacío al fondo y me acerco.
—Está ocupada —me dice de mala gana la chica que se encuentra sentada junto a la silla en la que pienso ubicarme. Coloca su mano rápidamente en el respaldo y la aleja de mí.
Busco con la vista alrededor. No hay en toda el aula otro lugar libre.
Genial.
Miro a la profesora, intentando llamar su atención. Interrumpe su monólogo al notarlo.
—¿Pasa algo, señorita? —me pregunta.
—No tengo en dónde sentarme.
Se fija en la silla a mi costado, vacía.
—¿Por qué no se ubica allí?
—Porque está ocupada —le digo.
Levanta una ceja, haciendo que las arrugas de las comisuras de sus ojos se enmarquen aún más.
—¿Ocupada por quién? ¿Por un fantasma?
El curso estalla en carcajadas que, más que surgir por el chistecito de la profesora, parecen burlas hacia mí. Todos me están mirando y, no soy acomplejada, pero podría jurar que cada uno de ellos me mira mal. Muy mal.
Ubico mis cosas en el pupitre y me acomodo en mi nuevo lugar. Ni siquiera le dedico una mirada a la que me dijo que la silla estaba ocupada, pero me aseguro de colocar mi mochila hacia su costado, de manera que le moleste.
La profesora continúa con la lección hasta que suena el timbre.
—No olviden leer el capítulo del libro que les dije para la clase siguiente —recuerda, antes de desaparecer por la puerta principal.
—¿Qué capítulo? —le pregunto a la chica a mi lado.
Probablemente lo explicó al inicio de la clase, cuando yo no estaba.
Mi compañera se levanta e, ignorándome, recoge sus cosas y se va.
Ahora sí empiezo a pensar que el fantasma soy yo.
Tranquila, Brenda. Que, coincidentemente, las dos personas con las que hayas hablado el primer día hayan resultado ser desagradables no quiere decir que el curso entero lo sea. ¿O sí?
Me sigo haciendo la misma pregunta al día siguiente. Pero, parece que está a punto de ser contestada cuando, al culminar la clase de historia, se me aproxima una chica que parece ser muy agradable.
Un brillo cubre sus gruesos labios que ahora muestran una sonrisa. Sus largas pestañas se asemejan a sus cabellos castaños, los cuales caen en ondulaciones naturales bien acomodadas.
—Hola, me llamo Samantha —se presenta—. ¿Y tú?
—Brenda —le contesto alegre.
—Eso es un gatito, ¿puedo ver? —pregunta, apuntando al colgante que suspende de mi celular.
—Sí —le acerco el aparato y ella lo toma entre las manos.
—Gracias, Brenda “la loca” —me lanza una sonrisa vanidosa y, a continuación, da media vuelta y arroja mi celular hacia atrás, a las manos de Urriaga.
—Bien hecho, Sam —la alienta el otro, atrapando el aparato en vuelo.
Mi sonrisa se borra al instante.
—Devuélveme eso —le ordeno a ese estúpido, acercándome a grandes pasos.
—Alcánzalo, pulga —desafía, alzándolo por encima de su cabeza, hacia atrás —. Te dije que voy a hacer de este año un infierno para ti—me recuerda en un murmullo cuando llego hasta donde está.
—Dame mi celular —me muerdo los labios por dentro, con la ira comenzando a inundarme de nuevo por culpa de este tipo.
—Claro…
Comienza a bajar el aparato, pero el brillo en sus ojos delata que no será para entregármelo amablemente. Entonces, antes de que pueda tomarlo, lo arroja de nuevo por encima de mí.
Volteo, asustada, creyendo que acabará destrozado en el suelo, cuando veo que otro compañero lo agarra. Es su amigo de la banda de rock.
Suspiro, para no romperle la cara de engreído a Urriaga, cuando lo escucho reír.
Me acerco a su amigo. Un chico fornido, con tatuajes que sobresalen por debajo de la manga de la camisa y un piercing que adorna un lado de su nariz.
Tengo que admitir que, a pesar de su pinta de chico rudo, es bastante guapo.
Editado: 24.02.2019