Me despierto a las cuatro de la mañana, desconcertado por el extraño sueño que tuve hasta hace un momento.
Seguramente fue por la fragancia a durazno que inunda mi habitación o tal vez por la repentina inspiración que surgió a partir de ella. Lo cierto es que soñé con...
Brenda.
Qué diablos.
Me siento en mi cama y me tomo de la cabeza con ambas manos tratando de comprender el significado de esto.
Ella me estaba sonriendo mientras estiraba su mano hacia mí como invitándome a acompañarla, como si no existiera guerra entre nosotros y mucho menos ese estúpido pacto de ignorarnos.
Esta imagen no me deja dormir por el resto de la noche.
De hecho, la tengo presente durante todo el día y no logro prestar atención a ninguna de mis clases.
A la salida, me obligo a concentrarme en otra cosa y busco al profesor encargado de los clubes, para preguntarle si puede firmar un permiso para que Musageta practique en la sala grande.
Necesito encontrar con urgencia un lugar. Ahora que tengo de nuevo una guitarra a mi disposición no puedo darme el lujo de perder más días de ensayos con la banda.
Sin embargo, él me explica que la sala es utilizada por el club de teatro en el horario en que le solicito. Y que, debería de hablar con una alumna de quinto año que se encarga de dirigir ese grupo, para llegar a un acuerdo.
Me parece poco probable poder conseguir lo que quiero. Pero no pierdo nada con intentar. Así que me encamino a la sala grande y encuentro al grupo de teatro en plena práctica.
Aparto a una chica bajita y le expongo la situación, acentuando mi mejor sonrisa para ver si eso me suma puntos con ella.
—Mira, Lucas. Me encantaría poder decirte que sí —en realidad se ve dolida—. Pero, como verás, ésta es la hora en que el club puede juntarse sin problema.
Señala con el dedo un grupo de chicos y chicas que se pasean por ahí, practicando sus líneas entre ellos.
Entonces, una en especial llama mi atención. Una chica a la que reconozco y que está tan loca como para deambular por la sala mirando al techo, hablando y gesticulando sola para aprenderse el guion que lleva en la mano.
Oh, Brenda. A pesar de nuestra aburrida tregua, el curso entero sigue sin dirigirte la palabra. Y estás tan sola que viniste a meterte a este club al que nadie quiere ingresar.
Me recuesto un momento por la pared, ignorando a la chica con la que estaba hablando, quien enseguida se da cuenta de que dejé de escucharla, y se va.
Me quedo observando a la Pulga, tan concentrada en lo que hace que da gracia, y recuerdo las conversaciones que tuvo con ese tipo Malcom, y leí cuando tuve su celular. Aún me cuesta creer lo agradable que sonaba ella en cada mensaje que le escribía. Alegre, simpática y cálida. Tan distinta de lo que es conmigo.
¿Será que a ella también le gusta él?
Porque resulta tan evidente para mí que el pobre diablo está loco por ella, que me cuesta creer que ella no se haya percatado. Se nota además que el tipo tiene alguna que otra esperanza.
¡Qué idiota!
Sin poder evitarlo, suelto una risa que llama su atención.
Ella me ve y frunce el ceño. Rueda los ojos y deja la vista en otro lado.
Salgo, porque mi intromisión cortó la armonía del cuarto y algunos se están fijando en mí. Al fin y al cabo, no conseguí lo que vine a buscar. Así que tengo que pensar en otro lugar que pueda usar para las prácticas.
El hecho de no tener un lugar donde practicar con la banda, está empezando a perturbarme. Pienso, pienso, pero no se me ocurre nada.
Entonces me acuerdo de Gloria. Si alguien puede ayudarme es ella. Marco su número y hago la llamada.
Ella es la secretaria de mi papá y jefa de las demás secretarias del Estudio Jurídico Urriaga-Burgos. Es funcionaria del buffet desde hace más de treinta años y, para mí, es lo más parecido a una madre.
—Glorita, —la saludo cuando atiende el teléfono— tengo un problema enorme.
—Ay, Lucas. No me digas que es tu padre otra vez —inquiere, con esa voz ronca que siento tan familiar.
—No —suelto una risa—. No se trata de él en esta ocasión. El problema es que perdí el lugar en el que ensayaba con la banda y necesito encontrar otro con urgencia.
Cruzo los dedos, esperando que me ofrezca algún sitio. Así como están las cosas, podría incluso aceptar ir a su departamento o a cualquier otro lado.
Editado: 24.02.2019