Por culpa de un instante (completa)

18. Una aterradora verdad

Estamos en la fila de la montaña rusa. Es la única que hay en toda la feria y ni siquiera es tan elevada como para que alguien se asuste. Yo, sin embargo, ya empiezo a sentir la ansiedad apoderarse de mí. Lucas mira hacia adelante, emocionado. Se nota que le encantan estas cosas. —¿Ves? No es peligrosa, Pulga —afirma con ánimos. —No sé qué es lo que le divierte a la gente de esto —me quejo, abrazando mis brazos. —¿Bromeas? ¡La sensación de adrenalina es lo máximo! —exclama. Parece un niño pequeño que acaba de recibir un regalo. Intento no mirar hacia arriba para no marearme incluso antes de subir. Cuando llega nuestro turno y estamos por ingresar al área en la que ya no hay vuelta atrás, un impulso me hace tomar la tela de la remera de Lucas, para detenerlo. Pero él está tan ilusionado con esto que ni siquiera se da cuenta. Se mueve y la gente que está atrás comienza a empujar para que yo haga lo mismo. —Ven —Lucas levanta el seguro del carro y me ayuda a ingresar. Tranquila, Brenda. Esto va a pasar pronto. Sólo serán unos minutos… Minutos de tortura y sufrimiento extremo. Me ubico en el asiento y él hace lo mismo, a mi lado. Los carros comienzan a llenarse de a poco y mi corazón se acelera. Me empieza a forzar la respiración y no me puedo prender el cinturón porque mis manos ya están temblando. —Lucas —me dirijo a él con prisa, porque están dando el aviso de cierre de las puertas— Necesito bajarme. Me mira algo asombrado, pero sonríe para calmarme. —Pulga, será mejor que… —¡No! ¡Tengo que bajarme! —hablo tan fuerte que los que se ubicaron adelante voltean a verme y comienzan a cuchichear. Él mira hacia la cabina de mando. —No hay forma, ya la están poniendo en marcha —anuncia y abrocha mi cinturón rápidamente. Le golpeo la mano en un arrebato de pánico. —Te dije que me tengo que ir —hasta los labios me tiemblan ya. La barra de seguridad baja automáticamente sobre nosotros, como protección, pero a mí me hace sentir aún más desesperada. Lucas se está preocupando, pero más por mi reacción que por el hecho de que los carros se mueven de a poco. —Brenda, no pasa nada —sujeta mi brazo, para que deje de intentar desabrocharme todo. —Tengo que salir —insisto—. No puedo hacer esto. Intento estirar la cinta que rodea mi cintura y él me detiene. —Ey, mírame —gira mi rostro para encontrar mis ojos con los suyos—. Todo va a estar bien. Niego insistentemente. Los carros están tomando altura y ya no hay nada a los costados que me sujete cuando caiga. Porque voy a caer, lo sé. Éste es mi último día de vida. —Respira —su voz se escucha lejos—. ¡Brenda! Respira. Todo se mueve cada vez más rápido. Mi pecho se comprime y el aire desaparece de mis pulmones. —Tengo miedo —insisto, cuando llegamos a la cima y veo la inminente caída frente a mis ojos—. Me voy a morir. Siento el calor de su mano rodear la mía y llevo la vista hacia él. Me observa atentamente. —No te va a pasar nada —asegura— Cierra los ojos y confía en mí. Aprieto su mano con toda la fuerza que tengo y ni siquiera puedo gritar cuando siento el carro descender estrepitosamente por una larga y tortuosa caída. El corazón se va a salir de mi pecho y aprieto los ojos y los dientes como si mi vida dependiera de ello. Esta es la peor sensación del mundo. Estoy completamente insegura. Un movimiento en falso y caeré al vacío. Me atajo con fuerza de todo lo que tengo a mi alcance. Logro respirar de nuevo, cuando la velocidad disminuye violentamente y vuelvo en mí. —Estás bien, ¿ves? —la voz de Lucas suena impaciente. Observo alrededor, pero sólo veo el inmenso cielo que me marea aún más. Miro hacia abajo y mi corazón, que no ha parado de latir rápido, me avisa que aún no estoy a salvo. —No mires —me llama él—. Una vuelta más y se termina. Niego y mis ojos se llenan de lágrimas. No voy a aguantar volver a pasar por eso. No voy a salir de ésta. Él se acerca más a mí, aunque el seguro se lo impide. —Sostente de mi brazo y mírame —me guía—. Mantén tus ojos en los míos. Rodeo su brazo con fuerza, pero no puedo responder. Miro sus ojos, como me dijo, y me dan una especie de calma temporal. Pero enseguida se acaba. —Ahora ciérralos y no pienses en nada. —Me voy a morir —repito, o al menos creo que lo hago, porque no estoy segura de que me salga la voz y todo comienza a girar de nuevo en ese instante. Cada uno de mis músculos se tensan, mientras mi cuerpo se balancea hacia cualquier lado. No veo nada. Mis ojos están excesivamente apretados y me aferro con mi vida al brazo de Lucas. En un momento, estoy tan mareada que siento que voy a perder la conciencia. Me desvanezco de a poco. Todo se siente impreciso. Esta tortura no parece terminar nunca. Hasta que el tumulto se detiene por completo y los gritos de alrededor se pierden en la lejanía. Exhalo un suspiro e inspiro de golpe todo el aire que estaba necesitando antes. Las risas y exclamaciones de alegría comienzan a colarse lentamente por mis oídos. La realidad va apareciendo poco a poco y siento que la barra de metal se levanta. Mantengo los ojos cerrados hasta que todo parece tomar forma afuera. Luego, los abro con mucho cuidado. Él está acariciando mi cabello con la mano que tiene libre y, cuando levanto el rostro para mirarlo, la pasa por mis mejillas para limpiar las lágrimas que se me escaparon. —¿Estás bien? —pregunta con excesiva culpa. Asiento. Desabrocha, con una mano, mi cinturón y luego el suyo. Entonces, me doy cuenta de que sigo aferrada a su brazo. Me suelto enseguida. Las sensaciones anteriores se comprimen en mi cabeza, haciendo que ahora me duela intensamente. Intento ponerme de pie, pero los mareos me hacen pensar que no seré capaz de hacerlo. Lucas se levanta y me ayuda. Ya no queda casi nadie en los carros y la gente nueva está empezando a subir para acomodarse. Bajamos con cuidado y salimos a tierra firme. Él no suelta mi brazo en ningún momento y me ayuda a caminar. Busca con la vista una banca y me guía hasta ahí. Se sienta a mi lado. —¿Tienes náuseas? ¿Necesitas ir al baño? —pregunta, al notar que no soy capaz de emitir ningún sonido. Aún me estoy adaptando a la calma y la seguridad que había creído perdidas. Mis sentidos comienzan por fin a entender que el peligro ya pasó. —No… —susurro. Siento náuseas, sí. Pero como aún no comimos nada, sé que no se saldrán de control. Miro alrededor, forzando mis ojos para que puedan abrirse del todo. Después del terror que sufrí allí arriba, aquí el mundo sigue como siempre. Los niños corren y gritan, las familias se ríen entre ellas y las parejas se abrazan con cariño. Ahora que estoy a salvo, todo lo que sentí antes me parece una exageración. Pero estando ahí arriba me agobiaba la constante sensación de pánico. Ya no era sólo algo mental, todo mi cuerpo había reaccionado al peligro de muerte. Lucas acerca su mano, con timidez y, al ver que no reacciono mal, enreda sus dedos entre los míos. Sonrío y me dejo llevar, recostándome contra su hombro. Él inclina su cabeza hasta apoyarla delicadamente sobre la mía. —En verdad lo siento —murmura. —No podías saberlo… Sus dedos recorren los míos como si no quisiera perderse de ninguna sensación. —¿Por qué no me lo dijiste? —no me reclama, siento la tristeza en su voz. —No quería que te burles de mi —confieso. Al final fue peor, porque hasta lloré debido al miedo. Él aprieta con mayor intensidad su mano sobre la mía. —Lo siento mucho, Brenda. Sonrío de nuevo y cierro los ojos. Su calor es tan confortante que me olvido del malestar que tenía. No sé qué estará pensando Lucas, pero continúa acariciando mi mano con la suya, en silencio. Me siento mucho mejor ahora. Levanto la cabeza y él se aparta un poco. Suelta su agarre y se frota la nuca, avergonzado. Me fijo en un puesto de algodón de azúcar muy cerca, e intento levantarme. —¿Qué haces? —él se sobresalta. —Quiero un dulce —le aclaro. Necesito algo que termine de despertarme del todo. —Deja, voy yo. Me hace un gesto de que vuelva a sentarme y se aleja a prisa hasta el viejo hombre. Vuelve un segundo después. Está empezando a agradarme tanta cordialidad de su parte. Pero, a la vez, me da una extraña diversión verlo tan caballero conmigo. Tomo el algodón, le doy dos mordiscos y luego miro las manzanas caramelizadas. —Creo que mejor voy a preferir esas —apunto. Él asiente y se va de nuevo, volviendo con el pedido menos de un minuto después. Tomo la manzana y, repitiendo el mismo proceso de antes, termino pidiéndole unos chocolates. Ni siquiera se ve a nadie que venda ese tipo de golosinas, así que Lucas comienza a recorrer los alrededores con la vista. —Iré a buscar en otro sector y vuelvo enseguida —anuncia, levantándose de la banca. Lo detengo de golpe y me mira sorprendido. —Lucas... —le muestro una sonrisa juguetona y tarda unos segundos en comprender. Luego frunce el ceño y se sienta de nuevo. —Me estabas tomando el pelo —se queja. No está molesto, pero sí avergonzado. Comienzo a reír con ganas. —Es que no puedo creer al Lucas Urriaga que estoy viendo—confieso. Él bufa, llevando la vista lejos de la mía —En verdad te preocupaste por mí —expreso la ternura que siento. Se sorprende un poco al oírme decir aquello. —Claro que no —se defiende—. Es sólo que, si te pasara algo, sería mi responsabilidad. —Ya soy grande —me pongo de pie y me llevo mis golosinas—. Si me pasa algo, la responsabilidad será mía. Sé que Lucas sólo contraataca, pero no me gusta que me vea como una dama a la que hay que proteger. —De todas formas, estuviste muy lindo. Bruno estaría orgulloso de ti — formulo con sarcasmo. —Dile algo y yo le contaré que te pusiste a llorar como una niña —recupera su mirada burlona. Frunzo el ceño. Eso es lo que me pasa por tentarlo. Él comienza a reír. —Te muestras muy dura, pero en el momento de la verdad, te tiraste a mis brazos para sentirte a salvo —estira un trozo de mi algodón de azúcar y se lo lleva a la boca. —Claro, búrlate de alguien que tiene una fobia —ironizo, pero él ríe con mayor intensidad. En realidad, no la consideraría una fobia, sino un temor muy grande. Pero lo digo para que se sienta culpable. Al menos el ambiente se siente ligero ahora. Ya no veo preocupación en su rostro. —¿Quién iba a decir que fueras tan frágil? —continúa molestándome. Le clavo el codo en las costillas. —Idiota. Él pasa su brazo tras mi nuca Y me atrae, riendo. —No te enojes, Brenda. Su calor me invade en un instante. Lo siento recorrer todo mi cuerpo e instalarse en mis mejillas. —¡Uy, pero qué lindos tortolitos! —Bruno aparece por un costado, con Stacy a su lado. Lucas y yo nos separamos de golpe. —Sólo estábamos jugando —nos excusa. Su amigo tiene puesta sobre él una mirada inquisidora. —Demás está decir que voy a vomitar si te enganchas con esta —me hace una seña con la cabeza. —Oh, pues vomitar es lo mínimo que hago yo al verte con mi hermana —le recuerdo. —Chicos, basta —nos detiene Stacy, con miedo de que empecemos a reñir de nuevo— ¿Qué te pasó? —se acerca al brazo de Lucas—. Parece que te agarró un gato. Entonces me fijo en el brazo al que me estuve aferrando, arriba. Raspones rojizos se expanden a lo largo de su piel. —No es nada —él sonríe y no puedo evitar que me invada la culpa. Debe dolerle y, a pesar de eso, no me dijo nada al respecto. —Una gata, diría yo —le dice Bruno—. Seguro se estuvieron peleando otra vez. —Nadie te pidió tu opinión —le ataco. Stacy voltea, cansada de nuestras discusiones y los tres la seguimos por detrás. —¿Arañará también en la cama? —escucho a Bruno decirle a Lucas, por lo bajo. No quiere que Stacy le oiga, pero claramente lo dice para que yo sí lo haga. Le doy una patada en el talón mientras camina y pierde el equilibrio, yéndose al suelo. —Juro que te mato —me amenaza, levantándose. —Bruno, tú empezaste —le reclama Stacy. ¡Ja! Escuchó su comentario. Le lanzo una mirada triunfal y él se adelanta, hasta caminar al lado de ella. —Sólo estaba bromeando —se excusa enseguida. Imbécil. Espero que mi hermana no tarde mucho en darse cuenta de que éste tipo no vale la pena. Lucas ríe y se fija en mí. —No hemos comido nada aún, ¿tienes hambre? —Sí —asiento. Los cuatro nos dirigimos a la zona de descanso y ocupamos una mesa. Stacy y Bruno ya comieron antes, pero nos hacen compañía y nos cuentan sobre las atracciones que visitaron. Bruno se queja de que ella lo haya forzado a entrar al túnel del amor y Lucas no pierde la oportunidad de burlarse de él. Luego les hablamos sobre la pareja que nos incomodó tanto en la casa embrujada. Ellos ríen a carcajadas y pasamos un buen rato, porque Bruno se ha estado comportando desde que Stacy le llamó la atención la última vez. Evitamos decirles algo sobre lo que ocurrió en la montaña rusa o la discusión que tuvimos con respecto a la chica. Cada vez que ellos preguntan qué hicimos, ambos respondemos sin ser demasiado específicos. En el camino de vuelta a casa, charlamos y reímos aún más. Cada tanto, Lucas y yo compartimos miradas cómplices. No puedo decir que en una noche se hayan arreglado mis problemas con estos dos. Y estoy segura de que el lunes, en el colegio, todo volverá a la normalidad. Sin embargo, eso no me impide pasar bien ahora y disfrutar de una cita que no terminó como había esperado al inicio. Porque sí, aunque no lo admita en voz alta; fue una cita. Y él debe saberlo tan bien como yo. Lucas y yo nos bajamos apenas llegamos a casa. Él camina conmigo, mientras Stacy y Bruno se despiden en el auto. Se me revuelve el estómago de pensar en que puedan estar dándose un beso. —Al final… no estuvo del todo mal —me dice Lucas, cuando volteo a verlo delante de la puerta de entrada. Sonrío, con una mirada pícara. —Pudo haber estado mejor —contesto, sólo para fastidiarlo. —Aún me queda tiempo de arreglarlo —insinúa. Entonces se acerca a mí con cuidado y mi corazón se contrae. La puerta, que se abre a mis espaldas, lo detiene. Volteo para encontrarme con mamá, quien probablemente salió al notar las luces del auto en la noche. Sus ojos se fijan en mí y luego en Lucas. Inclina la cabeza, sin comprender bien, y entonces sonríe. —Hola, chicos —nos saluda alegre—. ¿Pasaron un buen rato? Me muerdo los labios de la vergüenza y Lucas parece querer meterse en cualquier lado. —Ho-hola señora Allen, digo Polzoni —se rasca la nuca—. Soy Lucas —mira al suelo y se aclara la garganta—. Lucas Urriaga. Aunque eso ya lo sabe… Me cubro los ojos con las manos. ¡Este idiota! Sólo le faltaba decir “lo sabe porque me peleé con su hija el primer día de clases” Mamá suelta una risita graciosa. —Es un gusto verte aquí, Lucas —le contesta. Esto es tan vergonzoso que quiero que me trague el suelo. Stacy llega junto a nosotros en ese momento. —Hola, mami —la abraza con alegría. —“Ya vete” —modulo los labios en dirección a Lucas y él asiente. —Buenas noches —se despide, y ellas hacen lo mismo. Antes de cerrar la puerta, volteo a mirarlo una vez más, mientras se aleja. Y una aterradora verdad me azota como un huracán. Me golpea tan fuerte que toda la ansiedad y el pavor que sentí encima de esa montaña rusa parecen de repente una suave brisa. Pensé que era cuestión de un tiempo, nada más. Que el sentimiento que me invadía cuando estaba cerca de él era fruto de esa noche tan confusa que pasamos en la fiesta. Que luego pasaría, que se diluiría rápidamente hasta desaparecer. Pero esto que produce él en mí, ya no lo puedo contener más. No hay vuelta atrás. Lucas me gusta y… mucho.



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En el texto hay: juvenil, romance, amor odio

Editado: 24.02.2019

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