Observo los destrozos que acabo de hacer en mi habitación. Los pedazos de lo que era hasta hace un momento el trofeo de fútbol que ganamos el año pasado, están esparcidos por todo el suelo.
Me siento de nuevo en el borde de la cama y me agarro la cabeza con fuerza.
Juro que no la entiendo.
Parecíamos estar tan bien. Hablamos en calma. Nos entendimos.
Me dejó besarla.
Me muerdo el labio inferior con rabia.
¿Por qué me hace esto?
Balanceo el torso hacia adelante, intentando comprenderla.
¿Acaso no se da cuenta de que me está matando?
Me levanto de un salto y me muevo hacia la notebook para subir el volumen de la música. Necesito distraer mi mente. Doy un paso sin mirar y siento una punzada en la planta del pie. Un trozo de vidrio acaba de incrustarse en mi piel.
Maldita sea.
Ingreso al baño, lo saco de un tirón y lavo la sangre.
Tal vez estoy equivocado.
Tal vez Brenda en verdad no siente nada por mí.
O sí, pero tal vez no es suficiente, porque hay cosas que no puede perdonarme.
Acuesto mi rostro debajo del grifo de agua para dejar de pensar tanto. Su humedad me refresca, pero no me ayuda a despejarme.
Seguramente soy el único idiota que cree que pasa algo entre nosotros.
¿O es su intención volverme loco?
Demonios.
Ya basta. Debo dejar de intentar comprenderla. No puedo descifrar lo que hay en su mente.
Tengo que pensar en otras cosas, salir más, conocer gente nueva.
Haré lo que sea para sacarla de mi cabeza.
Afortunadamente, al día siguiente tocamos en el bar y puedo distraerme con el concierto.
Cada vez que me subo al escenario mis problemas e inseguridades desaparecen. Las luces de colores rompen la oscuridad del bar, el sonido envolvente me transporta, la complicidad que se genera con mis compañeros, quienes se divierten tanto como yo, me hace realmente feliz y, lo mejor de todo es la gente. Sus gritos de alegría, la manera en que cantan las canciones con entusiasmo, cuando levantan las manos al aire o saltan al ritmo de la música.
Es sentir más allá de las notas musicales. Una sensación increíble que no se puede explicar.
Finalizamos la última canción y bajamos a saludar a quienes nos muestran su apoyo.
Dos chicas me piden una foto. Acepto y estiro a Francis para incluirlo, porque no le saca los ojos de encima a la morena.
—Iré a traer unas bebidas —me excuso unos minutos después, y ellas dos se quedan hablando con mi amigo.
Estoy atravesando el tumulto de gente, de camino a la barra, cuando me cruzo con ella.
Diablos, no la vi desde el escenario y hubiera preferido que no viniera esta noche.
—Hola, Lucas —me saluda con una sonrisa tímida que me desarma.
Me detengo de inmediato y le doy dos besos.
—Hola, Brenda —me remango más la remera de un lado, un tanto nervioso.
Desvío la mirada y veo a su amigo de quinto año, a su lado.
—Soy Tadeo Flecha —me saluda extendiendo su mano.
—Lucas Urriaga, un gusto —respondo, devolviéndole el gesto con amabilidad—. ¿Disfrutaron del concierto?
—¡Sí, estuvo genial! Tu guitarra es magnífica —comenta él—. Y tú te ves increíble… Es decir, te viste increíble ahí arriba —se corrige.
Brenda lanza una pequeña risita como si me estuviera perdiendo de un chiste interno.
—Gracias —le contesto con una sonrisa y me despido— ¡Nos vemos!
Tal vez soy un poco maleducado al no mirar siquiera a Brenda, al despedirme. Pero no quiero quedarme más tiempo cerca de ella. Me dije a mí mismo que intentaría sacarla de mi cabeza.
Con algo de suerte, aún no estoy clavado hasta el fondo.
Comienzo a voltear para alejarme, cuando sus delicados dedos sujetan mi brazo.
—¿Ya te vas a tu casa? —parece desilusionada.
—Todavía no —intento voltear de nuevo y su agarre se hace más notorio.
La miro otra vez.
—¿Stacy está aquí? —me pregunta.
—Sí, está con los chicos en la mesa del grupo —señalo con la cabeza hacia el fondo del salón.
Ella asiente, pero no deja de observarme con curiosidad.
Es como si quisiera decirme algo, pero no lo hace.
—¿Necesitas algo más? —consulto al ver que no me suelta.
Sus ojos bajan hasta su mano y la separa de mi brazo. Acto seguido, niega tímidamente con la cabeza.
Asiento, algo incómodo y, sin agregar nada más, me alejo.
Cada vez la entiendo menos.
Me vendría bien una cerveza.
Recuesto el torso contra la barra y llamo a Luigi, el Bar tender, para que se ocupe de mi bebida. Mientras lo espero, una voz de mujer llama mi atención al costado.
—Tú sí que sabes cómo desenvolverte sobre el escenario.
Llevo la vista a la chica que acaba de hacerme el cumplido.
Piernas largas, cabello ondulado y labios carnosos.
Nada mal para dejar de pensar un poco en Brenda.
Editado: 24.02.2019