Por culpa de un instante (completa)

26. Cálmate, Pulga

Al salir del colegio, voy directo al bar para el ensayo con la banda. Francis ya está allí y me saluda alegre.

Comenzamos a organizar todo cuando Vanesa ingresa.

—¿Has visto a Bruno? —le consulto.

Stacy y él salieron al mismo tiempo que yo. Deberían haber llegado hace al menos quince minutos.

—Sí, está en su auto con su novia —hace una mueca de preocupación—. Parecían estar discutiendo.

Es extraño. Nunca los vi pelear.

Mi mejor amigo entra un momento después y se acerca directamente a mí, histérico.

—¡Todo esto es culpa tuya! —me acusa, sin motivo aparente.

Retrocedo un paso, debido al sobresalto.

—¿De qué hablas? —consulto, pero él responde empujándome con vehemencia.

Mi cuerpo va a dar al suelo y me quedo mudo, asombrado por su extraño comportamiento.

—Mereces que te destroce a patadas aquí y ahora —espeta, apuntándome con el dedo.

Francis y Vanesa se han quedado helados, ante semejante escena.

—Cálmate —le pido mientras me pongo de pie nuevamente.

—¿Cómo quieres que me calme? —Sigue quejándose y se lleva las manos a la cabeza—. ¡Me arruinaste!

—Bruno… —Fran busca intervenir, pero lo detengo con un gesto de la mano.

No quiero que esto se salga de control.

—Déjennos solos —les pido a los dos—. Seguiremos con el ensayo otro día.

Vanesa asiente y estira a Fran, quien la sigue sin mucha convicción, hasta salir del Bar.

—¡Eres una mierda de amigo! —Bruno sigue despotricando contra mí, mientras camina en círculos por el salón—. ¡No puedo creer que me dejé llevar por tu discursito de niño bueno!

Está tan furioso que le saltan las venas de la frente y su cara está colorada. Prefiero no acercarme demasiado.

Nunca nos agarramos a golpes y espero que esta no termine siendo la primera vez. Sin embargo, me queda la duda, al verlo tan molesto.

—¿Me puedes explicar? —solicito, manteniendo mis manos adelante en caso de que se abalance de nuevo sobre mí.

—¡Stacy acaba de terminar conmigo, por tu culpa! —explota de rabia al decir eso.

No puede ser.

—¿Le dijiste sobre Priscila? —consulto.

Sí, debe ser eso. Él debió haberle dicho la verdad, como se lo pedí, y ella no se lo perdonó. Pero yo tenía esperanza de que fuera a valorar su sinceridad.

—¡Claro que no! ¿Crees que soy un idiota? —replica—. ¡Traté de hacer las cosas a mi manera!

Ahora nada tiene sentido.

Si él no le dijo la verdad. ¿Entonces quién lo hizo?

—No entiendo… —exteriorizo.

Bruno se pone tan nervioso al escucharme que patea una silla, empujándola contra otras.

—Esta mañana terminé con Priscila —explica—. ¡Porque tú me pediste que haga las cosas bien!

Bueno, supongo que esa era una tercera opción, que no había contemplado.

Tal vez su actuar no estuvo mal, después de todo. O eso creo, hasta que continúa hablando.

—Pero ella se enojó mucho. Se ofendió porque puse en primer lugar mi relación con Stacy. ¡Entonces fue a hablar con ella y le dijo todo!

Diablos. Las cosas no deberían ser así.

—Tenías que haberle dicho tú la verdad a Stacy —intento explicarle—. Y no dar lugar a que se entere por otra persona.

—¡Esto no es culpa mía, es tuya! —se defiende.

—No lo es —le digo. Pero ya no parece escucharme.

Se acerca con rabia para darme un puñetazo. Me cubro el rostro, preparado para recibirlo, pero su puño se cuela a mi costado, tumbando un aparato de luz.

—¡Juro que quiero matarte, Lucas! —confiesa.

Me da la impresión de que ese golpe tácito le sirvió para liberar un poco de la tensión que sentía. Se aparta hacia un lado y se sienta sobre el escenario. Su rabia parece haberse esfumado. Ahora se toma la cabeza con las manos y suspira apesadumbrado.



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En el texto hay: juvenil, romance, amor odio

Editado: 24.02.2019

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