La fogata es la actividad que más he esperado desde que empecé a organizar este viaje. Probablemente porque, en campamentos anteriores, disfruté inmensamente de las historias, los cánticos y los juegos que se hacen alrededor de ella.
Cuando llego, no se ve a ningún profesor por ahí. A pesar de figurar en el cronograma, esta es una actividad libre, ya que es exclusivamente de recreación e integración.
Mis compañeros ya están instalados alrededor del enorme fuego que se extiende hacia arriba y alumbra todo alrededor, con potentes destellos rojizos.
Están compartiendo anécdotas de años anteriores y riendo a carcajadas. Aparentemente, a Bruno se le había ocurrido prenderle fuego al basurero del curso y es por ello que la profesora de literatura se muestra siempre tan dura con todos.
—A mí no me hace gracia —Samantha lo regaña en voz alta—. ¡Por tu culpa casi expulsan a Lucas también!
Pero incluso Lucas se está riendo. Y Bruno no pierde la oportunidad de defenderse.
—¡Eres una pesada! —protesta — Ya fue suficiente con haber aguantado tus berrinches ese día, y todo porque a éste estúpido se le ocurrió jugar al novio contigo.
—¡Bruno! —Lucas lo regaña con la mirada.
Samantha se avergüenza y entristece al mismo tiempo. Sus dos supuestas amigas comienzan a cuchichear. Ella se recuesta por Lucas y le susurra algo, a lo que él niega con la cabeza y la rodea con su brazo.
Yo me estremezco ante la sola mención de ese antiguo noviazgo del que no sé nada. Y no puedo evitar seguir preguntándome cuál es su relación ahora. Sé que ya no son novios, pero siempre se los ve juntos. Ella a menudo va colgada de su cuello y es como si la historia entre ambos nunca se hubiera terminado del todo.
Aun así, tampoco formalizan nada.
¿Le habrá roto Lucas el corazón a Samantha, así como Bruno se lo rompió a Stacy?
Por un segundo, siento lástima por ella y, sobre todo, miedo de terminar así. Aferrada a él, sin poder soltarlo por completo. Inmersa en un juego que no parece tener intención de finalizar.
Me pierdo un momento en la danza del fuego sobre el aire, donde se mezcla con el humo que sube sin cesar.
Más tarde, comienzan a contar historias de terror. Son mis favoritas, así que pronto logro dejar atrás mis pensamientos.
El calor de la fogata nos ayuda a aguantar las bajas temperaturas de la noche. Las compañeras aprovechan la excusa del miedo que les produce la conversación, para acurrucarse contra sus novios. Algunos de los cuales traen mantas y se acomodan para continuar la velada.
A medida que avanza la madrugada, el sueño empieza a invadir de a poco el ambiente.
El murmullo generalizado disminuye cada vez más. Entonces me fijo en que Lucas se retira con un compañero, hacia las cabañas, y vuelve al cabo de un rato, con una guitarra acústica.
Sin decir nada, comienza a hacer sonar las cuerdas, en una melodía ligera y emotiva.
Unas cuantas chicas se incorporan, al ver que empezará a cantar.
Y, entonces, de manera imprevista, sus ojos se posan en mí y comienza a entonar su música.
"Esa" música.
Me sonrojo inmediatamente, no puedo evitarlo. Por fortuna, la luz de la hoguera, que ahora es tenue ya, debe servir para disimular el rubor de mis mejillas.
Enredo mis dedos y comienzo a juguetear con ellos, pero cuando levanto la mirada, él sigue observándome. No me saca la vista de encima a medida que avanza. Ni siquiera se fija en las cuerdas antes de acariciarlas, sabe los pasos de memoria, al igual que yo sé la letra. Y la sigo en mi mente. Claro que, en su voz, en vivo, se oye incluso mejor.
Sus ojos están fijos en los míos, como si nadie más estuviera allí.
Estamos solos los dos. No importa nada más. O al menos eso empiezo a sentir a medida que me invade esta intimidad que él me transmite con su mirada.
No puedo ocultar una breve sonrisa. Y me la devuelve al instante.
Esta música no la hizo para mí. Lo sé, porque nos llevábamos pésimo cuando la compuso. Sin embargo, ¿por qué me permito a mí misma sentirme tan fascinada por su encanto?
Me pongo de pie de golpe, intentando no sentir todo lo que siento ahora. No pensar en él. No seguir cayendo rendida a sus pies.
Y me cuesta demasiado. Los sentimientos que me produce me hacen tanto daño, que el dolor de mi tobillo pasa a segundo plano. Entonces me muevo hacia el bosque, para internarme en su terrible oscuridad.
Estoy segura de que me ha seguido con la mirada. Pero no me importa.
Ya no puedo estar aquí.
Salgo a un claro y me recuesto contra un árbol. Me quedo allí, en compañía únicamente de grillos y luciérnagas, obligando a mi respiración a que se ralentice.
La luna se muestra enorme en el cielo. El viento acaricia mi cabello como intentando aliviar mi espíritu y devolverme la calma que su canción me ha robado hace un momento.
Estar enamorada de Lucas destruye todas mis defensas. Me hace sentir inútil. Absurda. Poniendo como prioridad a alguien que nunca me verá de esa manera. Y no lo puedo culpar, soy yo quien se dejó conquistar así.
Editado: 24.02.2019