Por culpa mía

Querer tanto..

Todo fluía tan bien entre él y yo… era como si ya supiera lo que vendría después. Me imaginaba un futuro a su lado, construyendo sueños juntos. Los dos teníamos metas muy grandes.
Mi sueño era convertirme en doctora… o quizás en artista. Siempre he tenido ese don para pintar, manejo los pinceles con un arte que hasta el momento sigo perfeccionando tomando clases. Pero, a veces siento que eso es más un pasatiempo, algo que amo, pero que no todos ven como una verdadera carrera.
Por eso mi otra opción es ser doctora. Amo ayudar a las personas, estar para quienes lo necesitan. Incluso me ilusiona la idea de ser pediatra, especialmente para niños con capacidades diferentes. Pero ya hablaré de eso más adelante.

Él también tenía sueños. Quería seguir creciendo en su trabajo, y era muy bueno en lo que hacía. Le iba bien, pero su mayor deseo era abrir su propio negocio, tener un establecimiento reconocido y conseguir muchos clientes.
Él era un soñador… y lo mejor es que estaba logrando todo paso a paso.
De mi parte, siempre estuve para apoyarlo. Lo animaba todos los días, con palabras de aliento, con amor, con orgullo.

Quizás muchos dirán: “¿Y cómo confías tanto en alguien que está en otro país? Seguro ya conoces a alguien más”.
Pero la respuesta es no.
Siempre habrá personas que se te acerquen, que quieran hablar contigo, pero yo siempre me mantuve firme. Mi mamá me enseñó a respetar, a no confundir cariño con compromiso. Conocer a alguien no significa que ya es tu novio o novia. Uno no sabe qué depara el futuro, pero sí sabe quién merece tu confianza.
Y, sobre todo, ella me enseñó algo clave: a no mentir.

Yo siempre he sido de contar todo. Si alguien me escribe, lo digo. Si alguien me sigue en redes, también lo comparto. Cada mínimo detalle es esencial, Porque cuando estás con alguien, no hay secretos. Nada es realmente privado. Y la verdad es que la mínima mentira puede crecer hasta romper lo más bonito.
Por eso, nuestra relación se basaba en eso: transparencia total.
Nos contábamos todo.
Yo no tenía problema en que él tuviera amigas, aunque… para ser sincera, no hablaba con nadie. Era un chico reservado, muy tranquilo, sin vicios. No tenía amigos ni amigas. Era solo él, su trabajo, yo… y nada más.

Era mayor que yo apenas por un año. Pero eso nunca fue un problema. La edad no importa cuando hay amor y respeto de verdad.
No tomaba, no salía, no mentía… era todo lo que yo podía soñar.
Era perfecto.
Pero, como dicen, lo perfecto no dura para siempre.

Yo siempre he sido de compartir todo. Todo.
Y para mí, eso era normal entre nosotros: si alguien te escribe, me cuentas. Si alguien me habla, yo te digo.
Así éramos.

A principios de noviembre, mi familia y yo decidimos enviar regalos a nuestros seres queridos. Y por supuesto, yo quise mandarle uno a él. Era casi Navidad y sentí que era el momento perfecto para demostrarle lo importante que era para mí.
Preparé una cajita especial con mucho amor.
Adentro puse un peluche, un reloj, una cadena, una esfera de nieve… y una cartita escrita de mi puño y letra.
No llegó exactamente en Año Nuevo, pero sí a tiempo para hacerlo feliz.
Él me llamó cantando, con la voz llena de alegría, agradeciéndome por el detalle, por haberme acordado de él, por hacerle sentir especial.

Yo lo quería tanto.
Lo quería para todo: para amar, para compartir mi tiempo, para construir un futuro.
Él era todo para mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.