A veces me sigo preguntando por qué no se dio... Sentía que sí había algo, solo que, como dos tontos, nunca lo aclaramos. En fin, él y yo teníamos una muy buena amistad. También se llevaba bien con mi amiga, y de hecho, yo sentía que encajaban más como amigos que como pareja. Con el tiempo, él y yo empezamos a tener conversaciones cada vez más profundas, más cercanas.
Te voy a ser honesta: algo en él me gustaba. Pero también, cuando escuchas ciertas cosas sobre una persona y ves cómo actúa, prefieres tomar distancia, y eso fue lo que hice.
Mi amiga me comentó un día que parecía que él se sentía atraído por mí. Yo le confesé que sí sentía algo, aunque no estaba muy segura. Sin embargo, entre más hablábamos, más claro era lo que se sentía entre nosotros.
Hasta que un día, él me dijo:
—¿Y si contamos historias, y el que cuente la mejor gana algo?
Acepté. No tenía mucho que hacer y, en el fondo, me gustó la idea. Entonces comencé a contarle una historia sobre un tal “Zorro” (que claramente era él). Empecé diciendo que el Zorro era un mentiroso empedernido, un encantador de palabras que jugaba con los sentimientos de las mujeres. Pero no por maldad... Lo hacía para olvidarse del mundo exterior, de sus propios problemas. Aunque, en el fondo, estaba cansado de ser así. No sabía cómo cambiar, ni si debía hacerlo por su cuenta. No se sentía seguro.
Un día, el Zorro conoció a una chica. En la historia la llamé “La Inolvidable”. Sí, esa era yo. Me llamé así porque, bueno, en el amor también hay que ser inolvidable. Porque una no puede dejar que la olviden tan fácil, no cuando se entrega de verdad. A veces no se trata solo de quién ama más, sino de quién deja huella sin necesidad de rogar.
Cuando el Zorro la vio, sintió algo diferente. Una atracción distinta a todo lo que había sentido antes. Tanto, que pensaba en ella cada noche. Pero tenía miedo. Miedo de decirle lo que sentía. Sabía cómo lo veían los demás: un mujeriego, un mentiroso.
Eso lo hizo pensar. Y por primera vez, decidió intentar cambiar. Cambiar para bien. Tomarse el tiempo de cuidar a alguien. Y esa persona era ella, la Inolvidable. Pero tenía un problema: no sabía cómo declararse. Era pésimo con eso. Pasó noches pensando cómo hacerlo. ¿Decírselo de frente? ¿Hacerle un regalo? ¿Escribirle algo?
Hasta que un día inesperado, se armó de valor. Se lo confesó. Y aunque esperaba un “no” rotundo, en lugar de eso, comenzaron una conversación. Larga. Tan larga que duró meses.
Durante esos meses, la chica también comenzó a sentir algo. Pero a la vez, se empezó a cansar. El Zorro nunca se terminaba de declarar, nunca decía lo que realmente quería. Ella se llenó de dudas. ¿Qué sentía él de verdad? ¿Por qué no hablaba con claridad?
Mientras tanto, el Zorro seguía planeando el momento perfecto. Idealizándolo todo. Pero no sabía que, mientras él planeaba, ella se perdía en la incertidumbre.
Entonces terminé mi historia, y él se quedó en silencio un momento antes de decirme:
—Oye... tu historia y la mía se parecen mucho. Déjame contarte la mía. Te va a gustar. Aunque no soy tan creativo como tú...
Y ahí me di cuenta de algo: quizás ambos sentíamos lo mismo, pero nunca supimos cómo decirlo. Tal vez los dos fuimos el personaje del Zorro, o tal vez los dos fuimos la Inolvidable de alguien más.
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un amor que duele, amor no correspondio, un amor para recordar
Editado: 12.06.2025