Por culpa mía

La carta que escribí para el

Las cartas eran casi diarias. No pasaba una sola semana sin que él me entregara otra, y con el tiempo, llené una caja solo con sus cartas. Cada una tenía su propio pedacito de amor, y cada palabra me hacía sentir especial.

Un día decidí hacer lo mismo. Sentí que también quería expresarle lo que llevaba dentro, así que empecé a escribirle cartas.
La primera que le escribí la hice con nervios, con lágrimas, y con el corazón temblando. Le puse tanto sentimiento que, en lugar de emoción, sentía miedo. Un miedo profundo… miedo de que un día despreciara esas cartas, o peor aún, que nuestra historia se terminara.

La terminé, la guardé con cuidado y al día siguiente, se la entregué. Estábamos en la parada del bus, como siempre. Yo lo esperaba antes de entrar a clases. Le di la carta como quien entrega su corazón, frágil y sincero. Era su decisión: podía cuidarlo o apachurrarlo.

Cuando la leyó, lloró. Lo juro, lloró. Nunca antes había visto a un hombre llorar, y me quedé en shock. Sentí algo feo y bonito a la vez, no sabía cómo reaccionar. Nunca fui buena consolando, pero lo abracé… y él me levantó como si no importara nada más en el mundo.

—Ay, gracias, mi muñequita de porcelana —me dijo, con los ojos aún húmedos—. No sabes lo que significa para mí que tú me des tu primera carta. Significa muchísimo. Te amo con todas mis fuerzas.

—Y yo te amo más. Gracias por no despreciar mi cartita —le respondí con el alma en la mano.

—¿Por qué haría eso?

—Tenía miedo de dártela. Pensé… ¿y si no le gusta? ¿Y si le parece algo infantil?

—Nunca vuelvas a decir eso. No sabes cuánto aprecio que te tomes el tiempo de pensar en mí y de abrir tu corazón de esta forma.

—Gracias por decir eso. Te prometo que voy a sorprenderte muchas veces más. Te amo, mi niño bonito.

Éramos inseparables. Aunque siempre trataba de pasar tiempo con mi amiga también. Pero ella prefería irse. Yo le pedía que se quedara, que no estorbaba, pero ella siempre se iba. Me decía que no quería ser la tercera rueda.

Con el tiempo, eso se volvió un problema. Yo no sabía qué hacer. Quería estar con los dos, pero ellos empezaron a llevarse mal. Al punto en que él me decía que ella no era de fiar, y ella me decía lo mismo de él. Todo se volvió muy confuso, tan confuso que incluso empecé a dudar.




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