Por culpa mía

Hecho con besos y papel

Las cartas eran casi todos los días, pero no pasaba una semana sin que él me diera otra más. Llené una caja entera solo con sus palabras. Un día decidí hacer lo mismo y empecé a escribirle cartas.

La primera carta que le escribí la hice con nervios y lágrimas, porque la llené de sentimiento y, al mismo tiempo, de miedo. Un miedo que no era bonito. Me daba miedo que algún día despreciara esas cartas o que nuestra historia terminara. Pero igual la escribí. Fue el primer paso de algo que me marcó.

Después de eso, nuestros detalles comenzaron a crecer. No solo eran cartas; eran palabras, miradas, y momentos que se guardaban como tesoros. Sin importar lo que pasara, él y yo siempre seguíamos en contacto. Después de clases nos veíamos, y esos regalos llenos de amor seguían siendo parte de nuestra forma de querernos.

Siempre he sido creativa y me gusta experimentar. Como era mi primer amor de verdad, sin distancia, decidí hacerle algo especial: una cajita sorpresa. Era pequeña, pero hecha con mucho amor. La pinté con mis labios; literalmente mis besos decoraban la caja. Recorté más labios en papel y escribí frases como: "Eres el mejor", "El hombre más valiente que conozco". En la tapa colgué unos corazones con hilos, y dentro puse más besos, cartitas y frases que lo motivaran. Me tardé un buen rato, pero valió cada segundo.

Al día siguiente le dije:

—Adivina qué te hice, ¡te va a gustar!

—Umm… ¿una de esas cartitas tuyas que me hacen llorar?

—¡No! Algo mejor. Me frustré porque no me salía, gasté tanto material… pero al final me salió. Es una cajita.

—A ver, deja miro. Ay, mi chaparrita… ¿de verdad son tus labios?

—¡Qué boquita más linda!

—¡No te burles y ábrela!

—Jajaja, no te me enojes, que por eso no creces nada.

—Dilo otra vez y te la quito, no estoy bromeando.

—Uyyy, delicada… jajajaja.

Cuando abrió la cajita, se sorprendió al ver los corazones colgando de la tapa. Leyó cada cartita y me abrazó tan fuerte como nunca antes. Se levantó y me abrazó de una forma que decía mucho sin palabras, una mezcla de felicidad y tristeza. Sentí que algo le pasaba. Le pregunté, pero desvió la mirada… y lloró.

Ver sus lágrimas me hizo llorar también. Nos abrazamos sin saber cómo calmar al otro. Me miró y me dijo:

—Ya, mi chaparrita, no llores… que me da tristeza verte llorar.

—¿Por qué? Yo lloro de felicidad. Al ver que te gustó, y al verte llorar, no pude evitarlo. Son lágrimas que no se controlan.

Nos abrazamos hasta que sonó la campana. Al separarnos, lo vi caminar con su cajita en la mano. Fue tan tierno… Más tarde me contó que la estuvo presumiendo con sus amigos, incluso con los que siempre se burlaban.

Me daba risa cuando me decía lo que ellos comentaban. Algunos se burlaban, pero él, con orgullo, decía:

—Me la hizo ella. Al menos yo tengo a alguien que sí me quiere.




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