Corazón en madera

Unos días después, me escribió con algo que me dejó muy curiosa. Me dijo que quería hacerme un detalle, que no iba a ser caro ni nada por el estilo, sino algo hecho por él.

—No es gran cosa —me advirtió— pero es algo que sale de mí para ti.

—¿Y qué es? —le pregunté con emoción.

—Ya verás… solo espera, mi muñequita de porcelana.

Desde ese momento no dejé de pensar en qué sería. Estaba tan emocionada, contaba las horas. Me prometió dármelo al día siguiente.

Y por fin llegó ese día.

Como siempre, lo esperaba en la parada de buses. Apenas lo vi, corrí a abrazarlo. Me envolvió con sus brazos y sin poder contenerme le pregunté:

—¿Y dónde está? ¡Quiero ver qué es!

Pero él, con esa carita juguetona que siempre ponía, me dijo:

—Uyyy… primero tienes que preguntarme cómo está tu niño hermoso o algo así, si no, me pongo triste.

Me reí y lo abracé más fuerte.

—Está bien, lo siento… es que es la emoción, tenía tantas ganas de saber qué era.

Entonces abrió su mochila, metió la mano con cuidado, como si llevara algo muy frágil… y me lo dio. Era un corazón de madera. En el centro, escrito con cuidado, decía: “Te amo, mi niña hermosa”.

Lo miré y me quedé en silencio. Se notaba cada detalle, cada trazo, cada curva hecha con cariño. Era simple, sí, pero hermoso. Tenía algo único… tenía sus manos, su intención, su tiempo, su amor.

Él, con una sonrisa entre orgullosa y nerviosa, me dijo:

—Casi se me echa a perder… mira, por aquí tenía unas manchitas blancas —me señaló una parte, pero ni se notaban—. Es que usé un bálsamo para que brillara más, pero no sabía que tenía pintura blanca mezclada y casi arruina todo.

Me reí bajito y lo abracé de nuevo. Entonces, sin pensarlo, me levantó del suelo, como si no pesara nada, y me sentó sobre sus piernas.

Así nos quedamos, ahí juntos, abrazados, mientras él me contaba cómo lo había hecho y yo le compartía un poco de lo mío. No había prisa, ni ruido que estorbara. Solo él, yo… y ese corazón de madera que guardaría por siempre.