Después de dos meses de vacaciones, entramos finalmente a clases otra vez. Era una rutina agotadora, de esas que te exprimen hasta el último suspiro, pero cuando uno quiere ser alguien en la vida, no hay excusas. Aun así, él y yo seguíamos firmes… o eso creía.
Los primeros días se sintieron diferentes. Extraños. No estábamos en el mismo instituto y eso ya era un cambio brusco. No tenerlo cerca se sentía como si algo me faltara todo el tiempo, como cuando sabes que dejaste algo encendido, pero no sabes qué.
Mientras tanto, no faltaban las miradas maliciosas, los comentarios disfrazados de preocupación:
—"¿Y aún sigues con él? Seguro ya anda con otra."
—"Ay, no te hagas, si todos cambian cuando están lejos."
Y aunque yo no les daba importancia, sus palabras quedaban como semillas… y algunas germinaban cuando menos lo esperaba.
Muchos chicos venían a hablarme, con la típica intención de hacerse los simpáticos. Me preguntaban si tenía novio, si hablaba con alguien… pero yo cortaba todo en seco:
—Sí, tengo novio.
Y me alejaba. No tenía nada que andar explicando. No era de esas que andan buscando atención. Mi círculo era pequeño: mi amiga, mis ideas claras y él… aunque estuviera lejos.
Todo pasaba rápido: clases, tareas, días monótonos. Pero había algo que no pasaba... esa sensación incómoda, esa punzada que aparece cuando algo no encaja.
Hasta que un día, así como quien no quiere la cosa, me escribió por chat:
—Me llevo muy bien con una chica, es súper chismosa, me hace reír.
Leí ese mensaje varias veces. No sabía si reír, enojarme o simplemente dejarlo en visto. Porque aunque pareciera inocente, algo en mí se revolvía.
Le respondí con lo justo:
—Está bien… tú sabes.
Y como si lo hubiera tocado con una palabra que ardía, él saltó enseguida:
—¿Qué quieres decir con eso? ¿No confías en mí?
—No es eso. Pero después no quiero que me salgas con que hasta se abrazan y todo.
—¿Por qué dices eso? Yo no haría eso. Solo me llevo con ella, y ya. No es para que te pongas enojada conmigo.
Odiaba cuando me decía eso. Como si yo no pudiera tener intuición sin sonar intensa. Como si estar alerta fuera un defecto. Me hacía sentir como si el problema fuera mío por "pensar de más", cuando en realidad... lo que sentía no era imaginado. Era una advertencia interna. Algo no me cuadraba.
Y si hay algo que aprendí es que: cuando algo no se siente bien, es porque no lo está.
Pocos días después, como si el universo quisiera darme una señal, la famosita chica me siguió en Instagram.
Mi cara… ya te la imaginas.
No iba a seguirla, pero por pura estrategia, lo hice. Quería ver qué se traía. Empezó a reaccionar a mis historias, a dar like a fotos viejas como quien quiere llamar la atención sin decir nada. Y eso ya era demasiado evidente.
Así que, en una de esas tardes tranquilas, le escribí:
—Uyyy, tu amiga como que muy de dar like, ¿no?
—¿Por qué dices eso? ¿Qué pasó?
—Oh, ¿no te conté que me empezó a seguir?
—¿En serio? Qué raro...
—¿Por qué “raro”?
—Pues no sé… solo digo.
—Ujum… exacto.
Y desde ahí, todo empezó a desbalancearse.
Él cambió. Lo noté. Ya no me hablaba como antes. Ahora todo era “weee, adivina qué me dijo mi amiga”, “te tengo un chisme”, “es que mi amiga no sé qué”.
Su emoción se volcaba en cosas que no tenían nada que ver conmigo. Como si nuestra relación fuera una historia secundaria… y la principal se estuviera escribiendo con ella.
Y mientras él hablaba y hablaba, yo solo pensaba:
¿Desde cuándo las risas con otra pesan más que la paz con una?
Pero lo peor no había llegado… aún.
Solo faltaba una chispa para encenderlo todo.
#3616 en Otros
#928 en Relatos cortos
#527 en Novela histórica
un amor que duele, amor no correspondio, un amor para recordar
Editado: 13.08.2025