Por culpa mía

La "Ana"

No me gustaba para nada la forma en la que él se expresaba de esa “amiga”. Cada vez que hablaba de ella, parecía que el mundo se detenía y todo lo demás —incluyéndome a mí— quedaba en segundo plano. Había momentos en los que quería decirle, sin rodeos, que se callara… pero me mordía la lengua.

Recuerdo una noche en particular. Me escribió después de horas sin contestar mis mensajes.

Yo: “¿Qué hacías? Te escribí hace rato…”
Él: “Ah, estaba platicando con Ana, me estaba contando algo bien chistoso…”
Y ahí venía. Siempre ella.

Me quedé mirando la pantalla, sintiendo esa presión en el pecho que no es enojo puro, pero tampoco tristeza… es como un nudo que no sabes si cortar o aguantar.

Yo: “Ah, ya… ¿y no viste mis mensajes?”
Él: “Sí, pero pensé que no era tan urgente… además, estaba en la plática.”
Me lo dijo como si eso justificara dejarme esperando, como si mis palabras no merecieran la misma atención que las de ella.

Pasaron días así. Mensajes que quedaban en visto, respuestas que llegaban horas después, y siempre la misma excusa: “Estaba hablando con Ana”, “Me contó algo”, “Me mandó un meme”.

Yo, mientras tanto, tragándome las palabras que quería decirle: “¿No te das cuenta de cómo me siento? ¿No ves que me estás dejando de lado?”. Pero no las decía. Pensaba que si realmente me quería, no debería hacerme sentir insegura, no debería ponerme a competir con nadie.

Había noches en las que él me escribía y no era para saber cómo estaba, ni si había comido, ni si mi día había sido bueno o malo. Era solo para contar algo sobre ella.

Él: “Hoy Ana me dijo que casi se cae en la calle jajaja”
Yo: “…”
Él: “Oye, ¿te cuento lo que me pasó con Ana?”
Yo: “¿Y conmigo no tienes nada que hablar?”
Hubo un silencio incómodo. Pude sentir que no le gustó mi pregunta, pero a mí tampoco me gustaba sentir que ya no era parte de sus prioridades.

Y, aun así, guardaba silencio muchas veces… porque en este mundo decir lo que sientes puede hacer que te juzguen, que te llamen “tóxica”, como si sentir fuera un crimen.

Pero por dentro, empezaba a sentir que cada conversación sobre esa amiga era un golpe invisible, uno que no dolía en el momento exacto, pero que con el tiempo dejaba marcas.




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