Era quedarse sola de nuevo, era una noche especial y sin embargo el frio calaba en los huesos y helaba el aliento. Las paredes sudaban, los vidrios se humedecían y mi corazón crujía al mismo tiempo que latía cada vez más despacio. Podía oírlo, podía verlo. Esta situación era conocida ya para mí, estaba familiarizada con la obra.
Era lo mismo de siempre, una y otra vez lo mismo, como cada año. No había luces en nuestra casa, no olía a pino dentro, no había una cena especial. No había nada, sólo era yo, lamentablemente y un lugar en mi cama que aun conservada algo de calidez.
Me enredé de nuevo en mis cobijas intentando traer calor a mi pecho. Afuera se escuchaba el grito de los valientes, aquellos que se divertían entre la nieve, aquellos que hoy podían ser felices, como a mí no me era posible. Había cierto espíritu en el aire exterior ausente aquí adentro, un olor que no podía llegar por las ranuras de las ventanas y un sentimiento que me era imposible apreciar.
Te veía pasar rápidamente. Eras una sombra contra la luz de la cocina, un peso sobre la cama, el crepitar de las duelas del piso. Atravesabas la habitación sin prestar atención a mi presencia, hasta que finalmente me necesitabas; con algo de crema aun en tus manos no podías atar tu collar, aquella luz sobre tu corazón tan puro.
Volviste a tus asuntos e Incluso con los ojos cerrados te sabía presente por tu perfume, olías a que habrías de salir y dejarme. ¿Qué flores eran aquellas que ya eran tan tuyas? Es cierto, extrañaré tu perfume.
Finalmente hubo un beso fugas, una chispa de un calor que rápido se esparce y consume en el frio de mi alma. Te marchas y resisto el impulso de verte partir por la ventana. Escuché paciente todo el tiempo que te tomó marcharte. Te fuiste despacio, más, sin embargo, no podía llamarte. No podía pedirte un segundo beso, mucho menos que te quedaras. El auto se calentó y entonces saliste.
Sola de nuevo, más sola que nunca.
Por mucho rato simplemente me quedé ahí, moví la sangre por los dedos de los pies para recordarme viva, aunque ausente. Todo cuanto había era un silencio abrumador, al grado de llegar a ser consiente de mi respiración. Una lágrima desfalleció sin permiso, sin intensión, sin mayor sentimiento que su suave paso por mi rosto. ¡Oh que pesada era y cuánto tiempo llevaba esperando! El llanto se apagó en mis pestañas, de repente no pude ver nada. Lloraba. No escuché nada, apagué el televisor que tampoco estaba viendo y me tumbé de nuevo en la cama.
Quise dormir profundamente, perder conciencia del tiempo y no saber que no estás aquí conmigo. Me obligaré a mantener los ojos cerrados, ojalá sueñe, ojalá no sea contigo. Si cuando despierte estarás aquí y entonces la vida será mejor, sino entonces quisiera mejor no despertar.
Tú tenías con quién pasar la noche y había un lugar a la mesa para ti, tendrías buena plática, estrellas y a cambio de ello estabas dispuesta a renunciar a mí. Bueno, era una noche al año, no podía decir mucho y aunque así lo hiciera, sabemos las dos, que tú siempre ganas. Una noche, una sola noche en dónde tu presencia es tolerada, porque es navidad, recordamos a quien nos ha hecho tanto daño y lo invitamos a casa, le perdonamos.
«Casi olvido quién eras tú.» ―No se habla sobre porque no estás el resto del año―. «¿Estás muy ocupada, ¿verdad? Sí.»
Por esas cosas también se renuncia al amor. Me has dicho que no puedes llevarme y así ha sido todos estos años, no me ha quedado más que entenderlo porque es mejor que estar sola.
Siempre salimos a escondidas, jamás nos cogemos de la mano. ¿Cómo me presentas con la gente? Pienso que quizá, sólo quizá no merezco esto y sí merezco un poco más. Quizá amor, sólo quizá.
Sé que volverás amorosa, me harás estremecer y besarás sin descanso. Tus manos andarán libres por mi cuerpo y promesas de placer proferirán tus labios. Calla, no hables, no te muevas. Quizá sea el vino, quizá sea tu forma de pedir perdón. “Quizá”, odio esa palabra.
Ninguna pared puede evocar toda la belleza de la libertad, ya intenté pintarlas lo mejor que puedo. Pero no hay nada. Entre estas paredes me parece que me amas, pero afuera es tan distinto. Caminas a varios palmos de distancia, subimos los vidrios, comemos en la última mesa ya cuando todos se están yendo. De ti no conozco las flores. ¿Cuántos “para siempre” llevamos juntos? El final se está tardando y yo estoy cansada.
Lo sé por la manera en la que caen mis brazos. Mi mente ya no quiere más de ti, porque todo lo que haces ―o lo que no haces, según sea el caso―, ya no me importa. Nunca pudiste ser lo que yo necesitaba, no importa que tan duro me esforzara y ahora me doy cuenta: tú tenías que querer hacerlo.