Por favor, no me olvides

Capítulo 2

Aquél verano del 2007 jamás podré olvidarlo, lo recuerdo tan perfectamente bien. No logro entender como teniendo sólo nueve años de edad, puedo verlo ahora, con tanta claridad.

Creo que para que me entiendas, tendré que explicártelo desde el principio, donde todo comenzó.

Era un caluroso verano. Yo seguía enredada entre las colchas de mi cama, sin siquiera querer levantarme, sin embargo, aquel día, recuerdo que papá entró a mi cuarto con tanta emoción —Como todas las mañanas—, y comenzó a hacerme cosquillas. Era tan típico de él levantarme siempre de esa forma.

—¡Basta! ¡Basta! —gritaba entre risas—. ¡Quiero seguir durmiendo!

—Vamos, ya levántate que hoy tendremos un día estupendo —dijo papá, abriendo las cortinas de par en par y quitando las colchas de la cama, obligando a levantarme—, he preparado el desayuno, y no querrás que se enfríe, ¿Verdad?

—Está bien papá, total, ya me despertaste, qué más da —contesté cruzándome de brazos.

Al salir de mi recámara, él me dio la gran noticia de que haríamos un día de campo.

—¡...Y hay una gran laguna en la cual podremos pescar! Ya tengo todo listo, sólo termina de desayunar y nos iremos.

—¿Y cuánto tardaremos en llegar? —pregunté. Me emocionaba la idea de ir a un día de campo, jamás había hecho algo así.

—Poco menos de una hora. Estoy seguro de que te encantará.

—¿Y cómo lo sabes? ¿Acaso ya has ido ahí antes, papá? —pregunté con curiosidad.

—Por supuesto que sí, princesa. —Me dijo sonriendo—. Una vez llevé ahí a tu madre, que en paz descanse.

—Entonces, si quiero ir.

—Fue tan maravilloso, hija. —Me dijo con nostalgia—. A tu madre le encantó ese lugar, ahora espero que a ti también te guste.

—Claro que me gustará, papá —dije animándolo.

Fui a cambiarme mi pijama y a lavarme los dientes. Mi padre tomó la canasta que llevaba todo lo necesario, y salimos.

Al salir, divisé que en la casa que se encontraba abandonada había un camión con muebles estacionado en frente de ella. Algunas personas entraban y salían con prisa. Me quedé mirando un buen rato con una pizca de curiosidad.

—¿Qué están haciendo ahí? —Señalé inoportuna, preguntándole a mi padre, quien me reprendió por señalar.

—Parece que habrán vecinos nuevos —dijo observando durante unos segundos, en los cuales, vimos a una mujer de cabello castaño, delgada y alta, que daba órdenes a los demás. De repente su mirada se encontró con la nuestra y mi padre me tomó de la mano—. Se hace tarde, vamos.

Fue formidable conocer aquel lugar. Había cientos de mariposas por todas partes que agitaban sus alas, también había una laguna preciosa, y a su alrededor, cientos de pinos y encinos con inmensos tamaños. La gente acampaba en las hogareñas cabañas de madera, montaban a caballo, hacían ciclismo, o simplemente caminaban por su extenso terreno. Esa tarde, fue una de las mejores de mi vida. Platicamos tanto, hablamos sobre mamá y de su amor por la naturaleza, ¡Era simplemente perfecto! Comimos, reímos, pescamos, hasta que, ya cansados, decidimos regresar a casa.

Estaba anocheciendo, eran aproximadamente las seis o siete de la tarde. Me fui durmiendo durante todo el camino. Al llegar, notamos una camioneta estacionada cerca de casa. Mi padre se bajó antes que yo, me dijo que aguardara en el auto. Después de un rato lo vi regresar con una sonrisa en el rostro, recuerdo que me dijo "Tenemos vecinos nuevos, y hay un niño de tu edad, ven a conocerlos".

Me bajé del auto con timidez y vi que nuestros vecinos eran una bonita familia de tres... Bueno, sin contar el gran perro que ellos tenían. Papá se presentó y del mismo modo, me presentó a mí. La señora me saludó con ternura, era alta de cabello castaño claro, inmediatamente pensé en mamá. El señor, sin embargo, parecía distante y serio, tenía el cabello de azabache y ojos del mismo color, debía admitirlo, me intimidó desde el primer momento en que lo vi.

Después mis ojos se fijaron en el niño que se encontraba a un lado de ellos dos. Su cabello era del color del carbón al igual que sus ojos, sin embargo parecían fijos. No comprendí porqué. Era delgado y de la misma estatura que yo, usaba un bastón, lo que en ese momento no entendí.

—Él es Adrián. —Me dijo la señora de ojos cafés—. Es mi hijo. Espero que se lleven muy bien juntos.

Me acerqué a él con timidez, y sonreí al ver esos lindos ojos negros llenos de tanto brillo. Lamentablemente, él no pudo ver los míos que se llenaban de ilusión al verlo.

—Hola, ¿Cómo te llamas? —Me preguntó tímidamente.

—Me llamo Annie, espero seamos grandes amigos —dije con una sonrisa, tomando la delgada mano de quien se convertiría en mi nuevo mejor amigo.




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