Ahí estaba nuevamente. Parada frente a la casa de Adrián, esperando a ser atendida. Había pasado algún tiempo desde la última vez en la que había ido.
Decidí volver a tocar, parecía como si no hubiera nadie. Después de algunos segundos vi a su madre parada al otro lado de la puerta, nuevamente tenía la mirada cansada.
—¡Annie! —Una sonrisa apareció en su rostro. Habían pasado días después de la vez en la que fue a mi casa— Que bueno que viniste, pasa —Dijo abriendo la puerta completamente.
Entré con pasos cortos. Había estado miles de veces dentro de esa casa, pero esta vez era distinto, como si estuviera invadiendo una propiedad privada en donde yo no era bienvenida. La casa se veía distinta a las veces anteriores; más triste, más oscura.
—Por favor, sube, él está en su recámara —Dijo con voz baja. Asentí e hice lo que me dijo.
Me acerqué tímidamente hasta llegar a la puerta de su habitación. Sentí nostalgia al recordar todas las veces en las que estuve ahí, sintiéndome como en casa.
Toqué sutilmente la puerta sin recibir respuesta alguna. Sin más giré la perilla lentamente hasta abrirla. Entré lentamente, con algo de miedo.
—¿Adrián? —Susurré. Miraba hacia todas partes sin ver rastro alguno de él. Me acerqué hasta la mesita de noche, aún guardaba el libro que le había regalado. Habían algunas fotos de nosotros dos cuando éramos niños.
Un pequeño ruido proveniente de atrás me hizo estremecer. Volteé casi de inmediato. Era él, acababa de bañarse, estaba en una bata de baño.
—¿Annie? —Sabía que yo estaba ahí. Dudé en responder, tenía miedo a ser herida nuevamente.
—Si, soy yo —Dije después de algunos segundos. Sonrió, aún no creía que lo había hecho. Se acercó hasta donde yo estaba y me dio un abrazo húmedo. No me importó si él estaba mojado, lo abracé de igual forma. Olía tan bien que por un momento creí perder el razonamiento.
—Te he extrañado —Susurró en mi oído— Perdoname cariño. Yo te quiero.
Mis manos acariciaron su cabello mojado. No entendía su repentino cambio conmigo.
—¿De que hablas? —Cuestioné separando nuestros cuerpos. Entrelacé nuestras manos fuertemente— Me has hecho mucho daño, dime la razón. Explícame —Sus ojos comenzaron a derramar lágrimas, una tras otra sin parar. Me dolía verlo así.
—Perdón Annie —Repetía— Perdoname, no ha sido mi intención. Yo te quiero.
—Yo igual te quiero —Dije en voz baja—, pero te burlaste de mis sentimientos, ¿Por qué me hiciste eso, Adrián?
—Alguien me dijo que estabas jugando conmigo —Susurró—, me dijeron muchas cosas, Annie. Mi padre también fue participe de eso, no tienes idea de todo lo que ha pasado en este tiempo.
—Estoy aquí para escucharte, ¿Quién te dijo esa tontería? Yo jamás te haría daño.
—Lo supe muy tarde. Después de todo el daño que te causé, preferí no hablarte para no hacerte llorar más.
—Dejemos todo eso atrás. Empecemos de nuevo, Adrián. Eres mi mejor amigo, dijimos que nada nos separaría, ¿Lo recuerdas? —Dije con la voz entrecortada.
—Pero es tarde, Annie. Yo pronto me Iré de aquí con mi madre. Todo está mal —Hizo una pausa recuperando el aliento—. Siempre se escuchan gritos por toda la casa, oigo a mi madre llorar, y me siento inútil porque no puedo ver, ¡No puedo ayudarla! —Dijo rápidamente mientras algunas lágrimas salían por sus ojos— Soy inútil, Annie. Mi padre siempre me lo dice.
El ruido de un cristal rompiéndose nos interrumpió. Había provenido de abajo. Luego de esto se oyeron gritos combinados con llantos sollozantes. Adrián se puso de cuclillas tapándose ambos oídos mientras lloraba.
Me agache hasta quedar a su altura. Lo abracé fuertemente, sin embargo él susurraba algunas cosas que no podía entender.
Pasos fuertes subiendo las escaleras se oyeron. Vi aparecer al padre de Adrián abriendo la puerta con fuerza.
—¡Te dije que debías ignorarla! ¡No sirves para nada! —Gritaba mientras agarraba a Adrián de los brazos— ¡Eres un inútil! Ni eso sabes hacer bien.
La escena del señor Hector gritándole a Adrián jamás la sacaré de mi cabeza. No entendía lo que estaba sucediendo en ese momento; lo comprendí mucho tiempo después.
—¡Yo la quiero! —Gritaba Adrián— No entiendo porque debería ignorarla. ¡Déjame ser feliz!
El puño del señor Hector estrellándose con el rostro de Adrián hizo un eco en toda la habitación. Todo se detuvo en ese momento.
—¡No! —Grité inconscientemente. Me di cuenta demasiado tarde. Sus ojos me miraron furiosos.
—¡Largo de aquí! —Gritó levantándome de golpe— ¡No vuelvas nunca más!