Los días pasaban rápidamente, sin embargo la situación con la tía Alexandra no mejoraba.
Aquél día iríamos al río Griselda y yo con el muchacho a quien habíamos conocido, ya que él quería conocer un poco más el lugar. Yo no tenía trajes de baño, ya que esos los había dejado en casa de mi padre, sin embargo opté por llevar una simple camisa blanca y un short.
Los tres nos fuimos en Bicicleta, queríamos ver quien llegaba más rápido. Yo era muy buena manejando bicicleta, sin embargo, el muchacho de los ojos olivo (Dylan) era mejor, ya que llegó primero. Mientras tanto, mi prima ya me había rebasado unos cuantos metros más.
El río quedaba un poco lejos, y no quería ser la última en llegar. Lo peor, era que no había pavimento, lo cual causó que una de las llantas de mi bicicleta se reventara. No me quedó nada más que hacer que irme a pie.
Tardé al rededor de veinte minutos para poder llegar. Cuando llegué Dylan y Griselda se encontraban nadando, sin preocupación. Al voltear a verme, se sorprendieron y corrieron hacia mí.
—¿Por qué tan tarde Annie? —dijo Griselda— Estábamos preocupados por ti.
—Se nota —dije con sorna.
—Bueno, Griselda lo estaba —dijo Dylan- Yo... Estaba más tranquilo
—¿Por qué? —pregunte
—Porque sabía que llegarías, es decir... No eres tan torpe como creí —dijo riendo.
—¿Por qué llegaste tarde, Annie?
—La llanta de mi bicicleta se reventó y tuve que venir a pie
Ella rápidamente fue a revisarla, no sabía para qué, después de todo la llanta ya no servía.
—No hay nada de gente, creí que habría —dije observando el río.
—Es muy bonito este lugar, aunque el agua está helada —dijo abrazándose a sí mismo
—Mmm... Creo que mejor me quedaré aquí sentada —contesté riendo
—Yo no lo creo —dijo cargándome repentinamente mientras yo gritaba entre risas hasta que nos sumergimos en el río.
Al cabo de unos segundos, ya me encontraba en lo profundo del agua helada, sin embargo, al salir a la superficie vi que Dylan estaba peleando con alguien. Me sorprendí cuando vi quien era. ¿Que hacía ese tonto ahí? Traté de calmarlos a gritos, pero no había manera de calmarlos. Tuve que salir del río y entrometerme entre ellos dos.
—¿Que rayos les pasa? —intervine— ¿Por qué pelean?
—¡Fue este idiota el que comenzó! —Gritó Dylan furioso.
—¡Fue tu culpa! —gritó el engreído.
—¿Por qué su culpa? —pregunté.
—Yo... Vi cuando te arrastraba al río —contestó ligeramente sonrojado.
—Agg —expresé molesta—. Eres una molestia, vete de aquí.
—Yo tan sólo creí que te estaba haciendo daño, malagradecida. —Me miró molesto. No podía creer lo que había dicho.
—¿Malagradecida yo? —dije con el ceño fruncido—. Tú eres un impertinente.
—Tú eres una presumida.
—¡Claro que no! —grité indignada.
—Te crees demasiado sólo porque eres de ciudad.
—¡Eso no es cierto! —exclamé hundiendo mis cejas en mis párpados.
—Agg, ¿Sabes qué? —Me miró serio—. Me voy. No volveré a ayudarte nunca más.
—Tú nunca me has ayudado.
Nuevamente me miró serio y se retiró. Dylan y Griselda se habían quedado viendo con extrañeza.
—¿Qué fue eso? —dijo Griselda acercándose a mí.
—Nada. Es un niño tonto.
—Es muy atractivo —dijo siguiéndolo con la mirada mientras este se montaba en su yegua.
—Yo pienso que es un fastidio —dije mirándola como si estuviera loca.
—Un fastidioso muy atractivo —dijo Griselda riendo.
—No sé de dónde le ves lo atractivo.
—Parece que son tal para cual —comentó Dylan.
—Para nada —dije con el ceño fruncido—. Ni siquiera lo conozco, sólo sé que es una molestia.
El muchacho de la yegua finalmente se fue en ésta, mientras Griselda y Dylan se sumergían al río. Durante el resto de la tarde no pude dejar de pensar en lo que había pasado, la imagen de sus ojos color miel viéndome con un ligero tono carmín en sus mejillas se había quedado incrustada en mi mente, y por alguna extraña razón, cada que la recordaba no podía evitar sonreír como una boba.
Algunos meses pasaron, las cosas en la casa seguían igual. En ninguno de esos meses había vuelto a ver al engreído, pensaba que quizá se habría ido del pueblo y me dejaría en paz, aunque en el fondo, no deseaba que eso sucediera, pues me divertía discutir con él.
Sin embargo, semanas más tarde lo volví a ver caminando tranquilamente por las calles del pequeño pueblito, parecía otra persona. Se veía sólo un poco más robusto y alto.