Por favor, no me olvides

Capítulo 18 | Señales de vida


Sábado. La casa se encontraba oscura y sola, la noche comenzaba a hacerse presente.

Los abuelos habían salido junto a mi tía y mis primos, yo había preferido quedarme.

Veía televisión, cuando de repente el teléfono comenzó a sonar. Se me hizo extraño puesto que casi nadie solía llamar, por un momento pensé en no contestar, sin embargo la curiosidad que había dentro de mí terminó ganando.

Me acerqué con lentitud al teléfono, que no dejaba de sonar persistente, sin más lo tomé.

-¿Bueno? -dije esperando una respuesta, parecía no haberla- ¿Si? -insistí.

Comencé a tener miedo imaginando la posibilidad de que alguien me estuviera viendo, sin embargo después de algunos segundos una voz contestó.

Abrí los ojos con sorpresa y llevé una mano a mi boca. No podía estar pasando.

-¿Annie? -Volví a oír.

Tantas emociones juntas, tantos sentimientos encontrados, que no me permitían responder. ¿Qué debía decir?

-¿Papá? -dije finalmente-. Papá, ¿Eres tú? -dije con voz temblorosa.

-Si hija -Su voz también temblaba. Parecía como si estuviera llorando.

Había tantas cosas de qué hablar, tantas preguntas que hacer. ¿Cómo decirselas todas en poco tiempo?

-Papá, ¿En dónde estás? ¿Cómo has estado? ¿Por qué no has venido? Me abandonaste -dije rápidamente.

-Perdoname Annie, no quería que esto sucediera así.

-¿Por qué lo hiciste?

-No lo entenderías.

-Ya no tengo quince años, papá. Puedo entenderlo.

-No ha sido culpa mía todo esto, yo no decidí dejarte.

-¿Por qué llamas después de cinco años?

-Necesitaba oír tu voz. Te extraño mi pequeña.

-¿En dónde estás?

-Donde siempre, en casa.

Gotas de lluvia comenzaban a caer, truenos se oían por todas partes. La señal comenzaba a irse.

-¿Papá? ¿Me escuchas? -dije sin oír respuesta de su parte- No por favor, no me hagas esto -susurré llorando con desesperación-. No ahora Dios, no ahora.

Colgué el teléfono, una idea comenzaba a surgir dentro de mi mente. Miré el reloj, apenas darían las siete de la noche.

Corrí hacia mi habitación, comencé a meter todas mis cosas en la maleta con la que había llegado a aquél lugar.

La desesperación recorría todo mi cuerpo. Tenía miedo de ser descubierta.

Agarré mis ahorros, los cuales eran las sobras del dinero que mi padre mandaba, en cinco años ya había acumulado suficiente cantidad.

De repente mi madre llegó a mi mente, corrí hacia la habitación de mi tía abriendo los cajones con desesperación, buscando en el ropero, bajo la cama, comenzaba a rendirme hasta que se me ocurrió alzar el colchón de la cama. Ahí estaba, el Diario de mi madre, tantos años escondido. Lo introduje dentro de la maleta y sin más salí de esa casa sin mirar atrás.

Traté de colocar la maleta sobre la canasta de la bicicleta y pedalee hasta llegar a una casa la cuál conocía bastante bien.

Me adentré en ella buscando a Arturo, sin embargo no lo encontré. Tomé una hoja y un lapiz y cuando iba a comenzar a escribir, la puerta principal se abrió.

-Annie -Me miró con sorpresa- ¿Que haces aquí?

-Arturo -Corrí a abrazarlo fuertemente, lo cuál le extrañó-, vine a despedirme.

-¿Qué? -dijo tomándome por los hombros- ¿Que dices?

-Yo... Tengo que irme.

-¿Por qué? Por favor, no lo hagas. ¿Que haré yo sin ti?

-Tengo que hacerlo. Necesito regresar con mi padre.

-Tú eres lo único que tengo, Annie -Me miró triste-, no soy nadie si tú no estás a mi lado.

-Lo lamento.

-Es por Adrián, ¿Cierto? -Me miró molesto-, ¿Quieres volverlo a ver?

No supe que responder, por mi mente no había pasado Adrián.

»Entonces vete. ¿Que esperas para hacerlo? Ve y búscalo, pero cuando te des cuenta que es tarde, no vengas a buscarme a mi.

-Arturo, entiende por favor.

-¿Qué quieres que entienda? ¿Que has vivido toda tu vida enamorada de él? ¿Eso quieres que entienda?

-Perdón -susurré acercándome para abrazarlo, éste me empujó sin fuerza.

-Vete, ¿Que esperas para hacerlo? ¡Hazlo! -gritó eufórico.

-Lo lamento Arturo, yo tengo que irme -dije mirándolo a los ojos-. Gracias por todo.

Salí de la pequeña casa y me encamine hacia la central de autobuses. Al llegar tomé la maleta y me dirigí a comprar mi boleto. El camión saldría a la 1:30 a.m.

Apenas eran las nueve de la noche, el sueño comenzaba a apoderarse de mí, seguramente todos se habían dado cuenta que yo no estaba en casa. Sin darme cuenta, me quedé dormida sin saber lo que pasaba a mi alrededor.

De repente alguien comenzó a sacudirme con fuerza.




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