Era tarde. Pasaba del medio día. Mis ojos se abrieron paulatinamente recibiendo algunos rayos del sol que se infiltraban por lar cortinas blancas de la habitación.
Di un bostezo estirándome en la cómoda cama. Sonreí mirando al rededor de la habitación, era como si me hubiera transportado cinco años atrás.
Salí del cuarto bajando las escaleras de dos en dos. Mi padre se encontraba en el sofá leyendo el periódico, justo como lo recordaba.
Me senté junto a él dándole los "Buenos días".
—¿Que tal dormiste? —preguntó haciendo su periódico a un lado.
—No había dormido tan bien desde hace cinco años —respondí riendo.
—Me alegra. Cuentame, ¿Cómo te fue allá? ¿Hiciste amigos?
—No en realidad, sólo uno, pero teniéndolo a él no necesitaba a nadie más.
—¿De verdad? ¿Quién era?
—Se llama Arturo. Nos la pasábamos juntos todo el tiempo, nos divertíamos mucho estando juntos. —Sonreí con melancolía.
—¿Que pasa? —dijo mi padre al darse cuenta de mi repentino cambio de humor. Alcé los hombros bajando la mirada, ¿Realmente había sido capaz de dejar a Arturo así como si nada?
—No me había dado cuenta que dejé a Arturo, papá. Lo dejé como si no importara, y no sé si algún día lo vuelva a ver.
—Si es para ti lo volverás a ver las veces que sean necesarias.
—No entiendes papá, Arturo simplemente es un buen amigo. Me siento mal por no haberme despedido de él de una forma correcta.
—Puedes mandarle algún mensaje o algo, Annie. Tranquila, todo estará bien.
—No papá. Definitivamente no puedo comunicarme con él.
—Bueno, ya. Cuentame, ¿Por qué él era tan importante para ti? —dijo viéndome fijamente a los ojos con una sonrisa.
—Siempre fue un buen amigo conmigo —contesté con la mirada baja.
Mi mente comenzó a divagar en el pasado, cuando Arturo y yo teníamos diecisiete años. Era una tarde de Invierno. La abuela me había pedido que fuera a cortar algunas manzanas que había en el río, las cuales se encontraban más lejos de la casa de Arturo.
Tomé mi vieja bicicleta y manejé hasta llegar a su casa en el río. A pesar de que aún no era muy tarde, el cielo se veía negro a causa de las nubes.
Tiré la bicicleta en el patio adentrándome en la casa. Estaba acostumbrada a entrar como si nada. Sin embargo, no me esperaba ver a Arturo dormido.
Descansaba sobre su cama tapando sus ojos con su antebrazo, tenía la boca ligeramente abierta. Se veía tan tranquilo.
No quería despertarlo. Me permití seguir admirándolo en mis adentros. No parecía el Arturo “molestón” de todos los días. Mis pies se negaban a avanzar, y mi mirada se abstenía a dejar de verlo.