Una de las mucamas me dirigió a lo que sería mi nueva habitación por algún tiempo.
Las decoraciones eran en tonos blancos y grises. Me agradaba. Era un espacio ridículamente grande para mi gusto, sin embargo, sería mi lugar por un tiempo.
Lo único que quise hacer fue descansar, y eso hice. Por un momento me olvidé que estaba lejos de casa, lejos de mi país, lejos de mi familia, lejos de Arturo. Pero la sola idea de pensar que estaba más cerca de Adrián hacía que mi corazón palpitara con fuerza.
Ese día, por lo menos, dormí con una sonrisa en el rostro. Esperanzada en volver a verlo. Al día siguiente no demoré mucho en levantarme, la emoción que me embargaba por dentro crecía dentro de mí como una flor.
Me apresure a poner mi nuevo uniforme, que sería parte de mí hasta que acabara mis estudios. Cepille mi largo cabello como usualmente lo hacía dejándolo suelto y tomé mi mochila.
Bajé las escaleras encontrándome a Daniela —una de las mucamas—, a quien saludé con una sonrisa. Ella titubeó en devolvermela, pero al final lo hizo. Me tendió mi desayuno y sin más me dispuse a comerlo.
Al cabo de unos minutos dos jovencitas de quizá dos años más jóvenes que yo bajaron por las escaleras. Supuse que eran las hijas de la tía Mariana: Valeria y Maité.
Una de ellas me miró fijamente. No pude descifrar su mirada. A la otra parecía poco importarle mi presencia.
—Buenos días —dije cordial—. Ayer no pude presentarme. Soy su prima, Annie.
—Soy Valeria —habló la que no me había visto anteriormente—. Ella es mi hermana Maité.
Las dos eran bonitas. No les encontraba ningún parecido a Griselda salvo sus característicos ojos color avellana. Valeria tenía el cabello más claro que Maité, y parecía un poco más alta y delgada. Maité tenía una contextura promedio, y su parecido con la Tía Mariana era notable. Ambas tenían una mirada pesada.
—¿Nos iremos juntas a la escuela, no es así? —pregunté. Eso me había indicado la tía. Ambas se miraron entre sí.
—Supongo —dijo Maité sin quitar sus ojos de los míos
—¡Bien! Iré a cepillarme los dientes, en un momento las alcanzo.
Las hermanas asintieron y salieron por la puerta principal. Supuse que me esperarían en el coche, pero no fue así. Al salir únicamente noté la ausencia de ellas... se habían ido sin mí.
Resople y salí por la puerta. ¿Que haría? No sabía el camino para llegar a la escuela. No había nadie a quien preguntar. Voltee a ambas direcciones de la calle preguntándome por cuál sería el camino correcto. Mis pies me dirigieron hacia una dirección titubeando.
Primer día de clases y llegaría tarde. Comencé a plantearme la idea de que estaba perdida. Llevaba diez minutos caminando sin rumbo alguno.
—¡Hey! —Escuché a alguien llamarme por detrás. Inmediatamente volteé. Era una chica, manejaba bicicleta.
—¡Hola! —Saludé lo más amablemente que pude. Me sentía sola y una amiga no me vendría mal.
—Creo que vas a la misma escuela que yo, tenemos el mismo uniforme. —Me informó—. ¿Eres nueva?
—Sí.
—No eres de aquí, ¿cierto?
—No. De México.
—¡Que bien! —exclamó—. ¿Quieres que te lleve? Tan sólo subete atrás.
Asentí sonriendo e hice lo que me había indicado. Aquella chica parecía amable.
—¿Como es que te llamas? —pregunté desde atrás.
—¡Ah! Cierto —rió—. Me llamo Rebeca. ¿Tú como te llamas?
—Annie.
Por suerte, no demoramos en llegar. El instituto estaba relativamente cerca. Muy cerca de casa.
Mi mirada vagaba observando todo el campus. Luego nos adentramos en los edificios. Rebeca y yo descubrimos que estaríamos en la misma clase, lo cuál me hizo sentir mejor.
Los días pasaban y aunque me había prometido buscar a Adrián, mis esfuerzos eran en vano. Deseé con todas mis fuerzas que él pudiera estar en el mismo colegio que yo, lo cuál no fue así. Había preguntado por él a casi media escuela y todos me daban la misma respuesta; un rotundo "No".
Ese día me encontraba en la habitación hurgando en el diario de mi madre. Hacía años que mis ojos no se perdían en las palabras de mi creadora. Había decidido comenzar desde el principio, cuando de repente un molesto sonido me interrumpió.
Refunfuñé y me estire para alcanzar el celular. Era un número desconocido. Frunci el ceño y contesté.
—¿Hola?
—¡Annie! —Oí desde la otra linea. No podía ser. En mis adentros maldecí, pero ella se encontraba tan entusiasmada que no podía colgarle.
—¿Gris? —pregunté sabiendo que era ella.
—Annie, ¿Es cierto? —Apreté mis ojos con amargura—. ¿Es cierto que estás con... mi madre? —Pude notar que se había esforzado por no llorar al decir aquello. Me quedé un largo rato en silencio. ¿Que podía decirle?