Por favor, no me olvides

Capítulo 26

—Ya es hora. —Me informó Bryce desde el otro lado de la puerta haciéndome poner nerviosa.

 

Trague saliva. Tomé mi mochila y salí de la casa con una sombrilla. En el carro fuimos callados. Al llegar a su escuela únicamente me repitió el plan. 

 

Bajé del auto aún con la sombrilla, respirando hondo y caminando a paso seguro adentrándome en la escuela como si nada. Había pasado desapercibida. Sonreí en mis adentros.

—Bien —habló Bryce a mi lado—. Ahora, el segundo paso. Aún es temprano por lo que seguramente no todos están en los salones. Deben estar dispersos en los pasillos.

—¿Y si aún no ha llegado?

—Pues lo esperaremos. Vamos.

Me tomó de la mano con fuerza guiándome hacia uno de los edificios. Abrumada miraba los rostros de cada alumno que pasaba frente a mí.

—¿Estás segura que podrás reconocerlo?

—Sí.

—Está bien —dijo mientras subíamos las escaleras por uno de los edificios—. Te llevaré al salón de Adrián "uno". —Nos habíamos encargado de ponerles sobrenombres para no confundirnos.

—Ahorita ellos deben estar en clase. Asomate por la ventana y me avisas.

Asentí. Me acerqué lentamente hacia el salón, era el más lejano en el edificio. Durante el camino seguí observando los rostros de todos.

De repente me detuve. ¿Aquél era Adrián? A pesar de que estaba de espaldas, se parecía mucho a él. Corrí apresuradamente tomando con fuerza de su hombro para detenerlo.

El muchacho me dio una mirada molesta. Me había equivocado.

—Lo lamento. —Sólo pude decir—. Te confundí.

No hubo respuesta alguna más que un bufido. Seguí caminando por el largo pasillo hasta llegar al salón. Suspiré y me asome por la ventana. Mi mirada se puso ante cada rostro de todos los alumnos que se encontraban sentados. Algunos me daban miradas confusas.

No pude más e hice lo que Bryce me había insistido que no hiciera. Toqué la puerta del salón con fuerza. Segundos después ya se encontraba abierta.

El maestro me miró molesto.

—Disculpe. ¿Me puede permitir a su alumno Adrián?

Todas las miradas se dirigieron hacia una sola persona. Inconscientemente la mía se posó en él aunque no pude verlo porque algunos alumnos me tapaban.

—Adrián, puedes salir —habló el maestro irritado. Supuse que lo único que quería era no perder el tiempo.

Me alejé de la puerta recargándome en el balcón. No quería llevarme la sorpresa de que no pudiese ser él.

Sentí unos dedos tocándome la espalda de repente. Una voz hablándome después de esto. Cerré los ojos con fuerza tratando de ahogar mi nerviosismo y volteé.

Me encontré a un joven de cabello castaño claro con ojos cafés. Me miraba expectante. No era él.

—¿Querías hablar conmigo?

—Eh... —emití—. ¿Podrías ayudarme en algo? —Me dio una mirada confusa asintiendo después de esto—. Estoy buscando a una persona que tiene tu nombre. Me dijeron de ti, pero no eres a quien yo busco. ¿Conoces a alguien que se llame Adrián en esta escuela?

—Sí —afirmó con rápidez—. En el segundo edificio hay un muchacho que se llama Adrián. Casi todos lo conocen.

—¿De verdad? ¿En qué salón?

—Salón catorce, al final del pasillo. Debo regresar a clase, espero haberte ayudado.

De repente el timbre indicando el comienzo de clases retumbó en mis oídos. Le agradecí y corrí hacia el segundo edificio. No encontré a Bryce, por lo que supuse que había entrado también a clases. Debía ir por mi propia cuenta.

Ya no habían alumnos, todos estaban en clase. Subí las escaleras con sigilo. Caminé a pasos lentos por el largo pasillo, el salón se encontraba al final de éste.

Dí un respiro hondo y observé a través de la ventana. Nuevamente, uno por uno. Mi mirada recorrió todo el salón perdiéndose entre los rostros de cada alumno. No estaba. Otra vez había fracasado en el intento. Resoplé recargándome en el balcón con la mirada baja.

—¿En dónde estás Adrián? —dije en voz baja—. ¿En dónde puedes estar?

Desanimada, regresé por el largo pasillo con la mirada baja. Se me acababan las esperanzas. Había pensado que sería más fácil.

Oí unos pasos viniendo hacia mí haciéndome alzar la vista. El pasillo estaba despejado.

Me detuve. Lo miré con detenimiento. Tenía el cabello negro y caminaba de la misma forma; exactamente igual. Pero él tenía la cabeza baja y un audífono en una de sus orejas. No podía ver su rostro.

Cuando estaba apunto de pasarse de largo, mi voz habló por sí sola.

—¿Adrián?

El joven se detuvo estando frente a mí. Se quitó el audífono que tenía y alzó la cabeza haciendo que mis pupilas se dilataran. Tenía el cabello negro y un poco largo, tapaba su frente; sus pupilas del mismo color. Su rostro era maduro, su quijada rígida. Alto y robusto. Abrí la boca con sorpresivo asombro. Estaba frente a Adrián Ballester otra vez. Su rostro había cambiado, pero seguía siendo él.




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