El lunes siguiente te evité todo lo que pude, pero a pesar de evitar hablarte, se me hacia imposible no mirarte.
Eran los últimos días del curso, ya nadie prestaba atención a las clases.
César y tú se sentaban uno al lado del otro, y durante todo el día no dejaron de parlotear.
Sabía lo estúpidas que podían llegar ser sus bromas, aún así de todas formas tú te reías como si fueran lo más gracioso del mundo.
Y lo mirabas de una manera en la que no mirabas a nadie más.
¿Cómo pude ser tan tonto como para no haberlo notado antes?