Con el cuerpo inconsciente de su alumno, Velkan entró a su castillo, casi sin pensarlo se dirigió a su propia habitación, para poder dejarlo en la cama. No estaba orgulloso de lo que había pasado, tenía una idea general sobre cómo iba a abordar el tema, y también sobre cómo le haría entender a su amado alumnos lo que pasaba. Pero no espero ese ataque, tampoco creyó que ese guía le intentaría poner una trampa. Aunque lo que más le preocupaba de todo, era que Matthew estuviera en peligro, por su falta de cautela.
—No puedo creer que te pusieras en peligro. De nuevo —murmuró mientras acariciaba la mejilla de aquel chico—, eres tan frágil cuando quieres serlo. Y me preocupo por ti. Aunque nuestro pequeño encuentro no fue el mejor, debo aceptar que me encanta esa expresión de horror en tu lindo rostro —murmuró, mientras pasaba una de sus largas uñas por el contorno de su rostro.
Drácula lo sabía. Estaba mal lo que hacía, pero ya lo había perdido una vez, y no estaba dispuesto a hacerlo de nuevo. No en esa actualidad, no cuando estaba al fin permitido su romance.
—Durante siglos te esperé. Supuse que el destino te traería aquí, pero nunca pasó. Te vi crecer y morir una y otra vez. Puede que no seas mi hijo, pero eres su reencarnación, su alma está en ti —murmuró mientras se levantaba—. Posiblemente, ni siquiera sepas de qué estoy hablando, pero aún me acuerdo cuando llegaste. Te habían abandonado, mi esposa no podía tener hijos y yo estaba tan inestable. Era un día brillante y con el clima perfecto, una suave brisa movía los árboles, pero para mí, un hombre que estaba sumergido en una gran desesperación y decepción, solo me parecía un día horrible y monótono. Pero todo cambió, cuando escuche tu llanto. Llorabas mucho, incluso cuando te cargue en mis brazos. Recuerdo el momento en que tus pequeñas manos se estiraron buscando algo, y mi esposa te acogió en sus brazos —dijo, mientras fijaba su rostro en el espejo.
—¿Qué pasó después? —aquella voz le sorprendió. Matthew estaba despierto, y para variar, había escuchado todo lo que el conde estaba contando. Cuando se levantó, quiso irse corriendo por el miedo al ver a su profesor, caminando de un lado al otro, pero luego le picó la curiosidad sobre lo que estaba contando.
—¿Quieres saberlo? —preguntó girándose. En ese mismo instante, marrón y rojo chocaron, en un duelo de quien sostiene la mirada del otro—. Y luego tú dejaste de llorar, ella jugó contigo y se encariñó muy rápido de ti. Al principio no podía conectar contigo, eras muy sensible y yo había llegado de la guerra, no era precisamente un buen hombre. Creí que tú lo percibías y por eso llorabas cada vez que me veías —comentó mientras se acercaba a paso lento, a la cama—. Luego, practicabas como caminar, y sin pensarlo mucho, caminaste hasta mí, preocupado me arrodillé y te sostuve cuando caíste, te removiste en mis brazos y luego, fijaste tu mirada curiosa en mí, y esa fue la primera vez que me sonreíste —comentó sonriendo. Y sin pensarlo, tomó asiento cerca de Matthew, quien por inercia se alejó un poco—. Mientras ibas creciendo, supe que estaba mal. Pero al principio, consideré que eran los celos de cualquier padre primerizo, pero luego eso fue incrementando, hasta rozar la locura, no creía que nadie en la tierra, era digno de acercarse a ti. Cuando el Emperador quiso llevarte para ser parte de su ejército, entonces lo comprendí —comentó. Matthew se sentía apenado, y bajo la mirada—. No eran solo celos, era amor, uno tan fuerte que me hizo ir a la guerra, y convertirme en quien soy hoy en día —aclaró mientras acariciaba la mejilla de Matthew y le levantaba la mirada—. Y no hay un solo segundo de mi inmortalidad, en que me arrepienta de lo que hice. Y si se me presentara la oportunidad de volver a ese momento, no dudaría en volver a hacerlo, hasta que tú estés a salvo —dijo sin pensarlo— porque te amo, en esta y en tus otras vidas.
—¿Por qué? Yo no soy tu hijo —murmuró nervioso el pelirrojo.
—Lo sé, no lo eres. Ahora eres Matthew Tepes Răucel. Sucesor del príncipe Mihnea cel Rău, hijo de Vlad Tepes, también conocido como Vlad el Empalador o Vlad Drácula, quién fue príncipe de Valaquia —informó.
No supo cuando, pero aquel conde, se le había acercado tanto, que cuando quiso decir algo, sintió aquellos fríos labios sobre los suyos. Nervioso, intentó alejarse, pero únicamente resbaló por las sabanas de seda, y quedó debajo de Drácula. El conde, nada más miraba sus labios semi abiertos, y sin dudarlo volvió a besarlo, aunque está vez, fue correspondido. Ni siquiera tuvo tiempo para poder preguntarse, ¿Por qué lo beso? Cuando escucharon esos gritos.
—¿Qué está pasando? —preguntó Matthew asustado, por los gritos.
—Intrusos —murmuró Drácula, con la mirada brillante de furia.