Laruan tocó a la puerta vieja y casi rota de una casilla de los pueblos bajos. Un anciano lo atendió y recibió haciéndolo pasar y sirviéndole té.
—Se tardó más de lo que esperaba, alteza —dijo el anciano sentándose frente al conde.
—Es una cualidad que se me atribuye seguido. Me sorprende que no lo sepa.
—Temo que siempre me tome por sorpresa.
—Puede que haya llegado de imprevisto, pero creo que usted sabe por qué.
—Sí, alteza. Ya lo tengo listo para usted —Se levantó y tomó de un estante una corona traslúcida hecha de piedras preciosas fundidas entre sí; la colocó sobre la mesa y Laruan quiso tomarla, pero el anciano lo detuvo—. Por favor espere, alteza. Quisiera que sepa que aún no he recibido el pago del hechizo de sueño que le vendí el otro día.
Laruan sacó del bolsillo de su capa un pequeño cofrecito que abrió para mostrar la pálida arena que escondía allí. El anciano sonrió satisfecho por el trabajo bien hecho.
—Arena traída del planeta humano que está cruzando el agujero negro, cerca del centro de la siguiente galaxia.
—¿Puedo comprobarlo, si me lo permite? No quiero que crea que desconfío de usted.
—Adelante, hágame el favor.
El anciano separó en busca de un frasco celeste lleno de líquido —el cual no se lograba distinguir el color— en el que introdujo una pisca de la arena. Eso provocó que de repente el frasco se volviera rosa.
—Sí, sí es arena, pero no resultó como quería.
—Ese no es mi problema —objetó la realeza—¿Cuál es el precio de la corona?
El cano dejó el frasco de lado y se concentró en responderle al conde:
—Bueno, como verá: esta corona resplandece solo sobre la persona de quien coloque su sangre en la punta. Debo advertirle que es un encantamiento algo pesado y podría tener consecuencias luego.
—¿A qué consecuencias se refiere?
—Consecuencias, no puedo asegurarle, ni decirle, porque no lo sé. Pero si de verdad quiere el trono, esas consecuencias serán como hormigas para usted.
—Bien ¿Y el precio? ¿Algo más del planeta humano?
—Sí. Quiero un cabello humano.
Laruan quedó anonadado al escucharlo, pensó: “Este viejo está loco”. Su pie comenzó a temblar inquieto. Se acomodó en la silla para no parecer nervioso y dijo:
—¿Qué? Eso es casi imposible de conseguir ¿Cómo piensa que me acerque a un humano? Esos seres son peligrosos, podrían matarme.
—O usted podría matarlos a ellos —El conde mostró horror en su rostro y el anciano supo que se había propasado con la acotación. Chistó y sentenció finalmente—. Ese es mi precio ¿La quiere o no?
—¿Cuánto tiempo me daría para conseguírselo?
—Cuatro cierres de luna.
—Treinta días —Laruan lo pensó un momento. Intentó convencerse que no sería necesario, pero prefirió no correr riesgos, como siempre. Al final su deseo por el poder fue más fuerte que lo llevó a aceptar sin pensarlo más—… Bien, lo traeré.
—Es un hecho.
El anciano extendió la mano y Laruan le dio la suya. Con un cuchillo cortó la palma del conde y dejó que su sangre callera sobre la punta de la corona; aquella la absorbió y brilló un momento para luego apagarse.
—Espero mi pago en treinta días —recordó el anciano y le entregó la corona antes de que el conde cruzara la puerta.