Aún me acuerdo cómo fue, por Dios fue tan doloroso y nada placentero, nunca se preocupó de mi solo de él y nada más.
Esa noche fue horrible, él había bebido demasiado, a tal punto que desde que pusimos un pie en la habitación matrimonial el comenzó a gritarme lo mucho que me odia, que por mi culpa tuvo que dejar a la mujer que ama, que nunca me amara, aunque él y yo estaremos juntos por una ley nunca tendré su corazón.
En ese momento sentí que mi corazón se rompía en pedazo, enterarme de eso duelo, había pensado que nuestro matrimonio había sido por qué yo le gustaba pero fue por qué lo obligaron ya que ambas familia sería beneficiadas económicamente.
Esa noche, él rompió mi vestido y mi ropa interior me tiro a la cama tan bruscamente que casi me doy en la cabeza con el espalda, abrió mis piernas y sin ningún consentimiento me penetro, grite, grite que se alejara, le grite que pare, que me dolía mucho.
Por más que suplicaba nunca se detuvo, me la pasé llorando los minutos que duró.
Desde ese momento fue igual, solo tenía relaciones sexuales cuando el estaba borracho, nunca me tocó cuando el estaba sobrio.
La cruel verdad es que delante de todos parecíamos una pareja enamorada cuando no es así.