Viernes 28 de febrero de 2014.
Anoche tuve un sueño, uno muy hermoso:
Me encontraba en un prado infinito de flores blancas a la altura de los tobillos del pie, no se observaba nada a la distancia más que el sin fin de florcillas. El cielo estaba completamente despejado de nubes y, en él, ciento de palomas blancas volaban por sobre mi cabeza.
De un momento a otro me miré caminando de la mano una hermosa mujer, era mi mamá. Su imagen fue idéntica al retrato que papá tiene de ella en su habitación, vestía un lindo vestido rosa claro, y sus ojos verdes lucían muy bonitos bajo la luz del sol.
De pronto, sentí como unos brazos me sujetaron por los hombros, al voltearme me encontré con mi padre sonriendo. El extendió sus brazos, solté la mano de mamá y abracé a mi padre, él no tardó en corresponder el abrazo.
Repentinamente el escenario cambió, nos encontrábamos en la playa donde los 5, incluyendo a mis hermanos construimos un gran castillo de arena, era mi castillo porque Martin dijo que yo sería el rey.
Desafortunadamente todo transcurrió pronto, al despertar un vacío me acogió, el sueño se había sentido tan real. Corrí hacia la cocina donde mi abuelita Nuria ya se encontraba preparando el desayuno. Al acabar de contarle mi sueño ella rodeó sus brazos a mi espalda y me dijo:
—Te amo Mathias.
Esa frase me subió el ánimo, me sentí muy contento, en el sueño mamá también me dijo lo mismo.
Me separé de mi abuelita y noté algo en sus ojos, tenía la mirada como un brillante vidrio, y pronto un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Rápidamente ella las secó con la manga de su camisa para por último sonreír como si nada hubiera sucedido.
—Fue un sueño muy bonito cariño. —comentó luego de dejar un suave beso sobre mi frente.
Esto me lleva a pensar… ¿Algún día papá me dirá te amo? O, ¿Mis hermanos compartirán conmigo como sucedió en el sueño? Después de tanto reproches, gritos y agresiones de su parte hacia mí la verdad dudo que tal situación llegue a suceder.