Martes 04 de marzo de 2014.
Me encontraba tranquilo en mi habitación repasando la materia vista el día de hoy, cuando de repente entró mi hermana Katia. La verdad, su presencia me sorprendió bastante, y, la mirada en su rostro, me indicó la aproximación de un nuevo reproche por su parte.
—¡Mocoso! —gritó sin razón alguna—. Tú, eres el único culpable.
Rápidamente su respiración se agitó, el rostro se le llenó de abundantes lágrimas las cuales comenzaron a mojar el piso de mi recamara. Sentí un frío recorrerme el pecho, jamás antes había visto a Katia actuar de forma desconsolada.
—¿De qué hablas? —inquirí cerrando el cuaderno para colocarlo en la cama—. ¿Por qué tu acusación?
Limpiando con sus manos las lágrimas que le bañaban el rostro dio media vuelta dándome la espalda. Guardó silencio durante varios segundos, volviendo el momento un tanto intenso e incómodo. Lentamente caminó hacia la puerta y, justo antes de salir y cerrar le escuché decir con claridad:
—¡Eres un asesino!
¿Asesino? ¿Por qué una acusación tan fuerte? Yo jamás me atrevería hacerle daño a alguien. No entiendo, jamás entenderé... ¿Qué tienen contra mí? ¿Realmente soy un asesino? ¿A quién maté? No, no es cierto, o me acordaría muy bien de ello. No disfruto que levanten falsos como estos contra mí, me hacen sentir muy mal.