Lunes 06 de octubre de 2014
Hoy mi abuelita Nuria entró a la habitación con intención de darme un abrazo, no dudé en aceptarlo, la verdad es que me hacía bastante falta sentir sus cálidos brazos rodear mi espalda, pero esta vez, su amor no pudo quitar ese dolor en mi pecho.
—¿Cómo te sientes cariño? —inquirió triste—. Estos días los has pasado encerrado, no quieres salir, no haces nada. Estoy muy preocupada.
¿Cómo voy a estar bien si el mundo está contra mí? Nadie me quiere cerca e incluso desean mi muerte.
—¡Estoy bien abuelita! Gracias por preocuparte tanto por mí.
Le di una sonrisa fingida y la abracé para tratar de tranquilizarla un poco. Mi abuela ha sido la única persona en mi familia que se ha preocupado por mí, me ha dado todo su cariño, un amor incondicional a pesar de todos mis errores. No entiendo el porqué, es decir… ¿Quién puede querer a alguien como yo? Sólo mi abuelita con su corazón bondadoso.
Hoy más que nunca comienzo a sentirme una carga para mi pobre vieja. Quiero sonreír, correr, saltar y ser feliz, pero no basta el sólo anhelar, no puedo conseguirlo por más que trato.
Mamás, estoy pagando mi condena con sufrimiento, se está haciendo justicia por el daño que te hice. No sólo eché tu vida a perder, sino también la de mis hermanos y papá, ellos deben de estar disfrutando mi sufrir.