Raewon sabía que su mundo se desmoronaba: su padre, enfermo; su madre, agotada; su casa, llena de silencios más pesados que las palabras.
La decisión se tomó rápido: debían mudarse a Seúl para buscar tratamiento.
Esa noche, mientras todos dormían, Raewon pasó frente a la casa de Yunari.
Miró su ventana iluminada.
Y pensó en llamar.
Pensó en dejar la carta en su buzón.
Pero no hizo nada.
Porque a veces el amor también es cobardía.
Porque a veces creemos que es mejor dejar ir en silencio... aunque duela.
Y así, en una primavera de flores y despedidas, Raewon desapareció de la vida de Yunari.
Sin un adiós.
Sin una explicación.
Solo con un vacío que ella nunca pudo llenar.
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Editado: 04.09.2025