El frío era el mismo.
El silencio... también.
Raewon dio un paso hacia ella.
Yunari no se movió.
—Hola —dijo él, finalmente, con una voz que temblaba más que la nieve.
Yunari quiso decir tantas cosas.
Quiso gritarle, abrazarlo, preguntarle "¿por qué?"...
Pero solo pudo responder:
—Llegaste tarde.
Su voz se quebró como una flor marchita.
Y en sus ojos... había lágrimas que no caían. Porque algunas lágrimas no son de tristeza, sino de años de esperar respuestas que nunca llegaron.
Raewon bajó la cabeza.
Y en su mano cerrada... aún guardaba esa carta vieja, arrugada, que nunca había podido entregarle.
El café "Primavera" era pequeño, cálido, como un refugio olvidado entre la nieve.
Las tazas de cerámica humeaban sobre la mesa.
Yunari sostenía la suya sin beber.
Raewon la miraba, buscando en su rostro la niña que había dejado... y temiendo no encontrarla.
El silencio entre ellos era incómodo, denso.
—Te ves bien —murmuró él, rompiendo el hielo.
Yunari no respondió de inmediato. Sus dedos jugaban con el borde de la taza.
Finalmente, Raewon sacó una hoja arrugada de su abrigo.
La colocó sobre la mesa.
—Es tuya. Siempre lo fue.
Yunari bajó la mirada.
La carta estaba ahí. Vieja. Cansada. Como si hubiera viajado demasiado tiempo para llegar.
Pero no la abrió.
La tomó en silencio, la guardó en el bolsillo de su abrigo, y sin mirarlo a los ojos, susurró:
—Hasta luego, Raewon.
Se levantó y salió del cafecito, dejando tras de sí una estela de invierno y memorias congeladas.
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Editado: 04.09.2025