Por siempre, Andersen.

Prólogo.

Me quedo parado, observando como llevan los muebles. Mis maletas están listas, ya es solo cuestión de que llegue la hora.

Es temprano aún. Las 7 de la mañana para ser exactos.

Paula aún estará durmiendo, pienso.

Un leve pinchazo en el pecho me hace sentir peor. Estoy haciendo todo lo que no debía. Estoy dejándola, como el maldito cobarde que soy.

—Ya está, señor—me informa el jóven que hace la mudanza.—Sus pertenencias irán a la casa de su madre cuanto antes.

Asiento, sin decir nada.

Los de la mudanza se retiran luego de dejar el apartamento vacío. Y yo le doy una última mirada antes de ir al consultorio para dejar todo en orden.

Bajo en el ascensor, con la cabeza echa un lío. Pongo mis manos en mis bolsillos, me recuesto por el espejo y dejo caer mi cabeza por el. Creo que si tan solo hubiese apartado mis sentimientos desde un momento, nada de esto estaría pasando.

Pero esa mujer rompió todos mis esquemas, con su manera tan testaruda de ser, con sus manías, con sus tonterías, con todo que la caracteriza. Nunca nadie había logrado desquiciarme como ella, y tampoco nadie logró que me enamorara de tal forma, como solo ella pudo hacerlo.

Ahora estoy en un limbo, del cual no sé cómo salir.

Las puertas se abren y suspiro antes de salir a la calle e ir por mí auto. Conduzco lo más rápido que puedo para llegar al consultorio. Ya solo quiero dar todas las órdenes y largarme de antes de...

Antes de arrepentirme e ir corriendo para estar con ella.

¿En que momento me volví tan vulnerable?

Ella nunca supo lo que empecé a sentir, y sé que cuando lo sepa, ya será muy tarde. Todo será muy tarde. Pero me consuelo pensando en que todo valdrá la pena.

Lo único que yo le causo es llanto, rabietas, desilusión, y ella merece más, mucho más.

Cuando llego al consultorio indico a mi secretaria todo lo que tiene que hacer durante estos días, ya que después podrá ser libre de buscar otro trabajo. Me encierro en mi consultorio cuando ella se retira. Creo que se ha dado cuenta de que no tengo humor para nada.

Me recuesto en la silla y cierro mis ojos, para pensar en Paula. Prácticamente lo único que hago es autoflagelarme cuando pienso en ella. Cuando pienso en sus ojos; cuando pienso en su boca mientras se ríe o me hace la contra; en su piel cuando se ponía ropa provocativa solo para que la vea; en su cuerpo desnudo...

—¡Maldita sea!—me levanto abruptamente de la silla y lanzo todo lo que hay en el escritorio.

Aprieto mis puños sobre la madera y dejo caer mi cabeza al frente, mientras la ira corre por mis venas.

Soy un maldito idiota.

Un jodido imbécil.

Vuelvo a sentarme y me froto las sienes. Debo llamar a mi madre y a Gabriela, así que me tranquilizo. Busco el celular en mi bolsillo y llamo a mi madre.

Sé que será un golpe duro para ella que me largue sin previo aviso, pero sé que al igual que Paula, no dejarían que me vaya.

Empiezo a explicarle la situación a mi madre cuando atiende la llamada. Se pone a rogar que no me marche pero le digo que por favor entienda, de todas formas no hay otra manera. Tendré que irme de todas formas.

Cuando termino de hablar con mi madre, y de escuchar sus sollozos, llamo a Gabriela.

—Hola Gabriela.

—Hola E, ¿Que tal?

—Bien—respondo cortante—. Necesito hablar contigo.

—¿Quieres que nos veamos?

—No es necesario, te lo diré por llamada.

—Está bien, ¿que pasa?

Le explico que debo irme del país por un motivo de trabajo y que solo la llamo para despedirme, ya que probablemente no vuelva a verla dentro de muchos años.

—¿Pero por qué, Ethan?—parece asustada—¿Que pasará con Paula?

—Adiós Gabriela—es lo único que digo.

Cuelgo la llamada. No puedo hablar de Paula, el corazón se me estruja de tan solo pensar en ella. Como si la vida me estuviera diciendo "es lo que te mereces".

Llamo a Elina para que no olvide enviar la carta y el regalo a Paula. Cuelgo la llamada cuando termino de hablar con ella.

Hace días había hecho la carta, hace días había comprado el bonsái que tanto le gustaba, y hace días había encontrado al perrito, que sé que desde hoy será su mejor compañía. Tengo miedo de que ella me odie, pero sé que si lo hiciera, tendría toda la razón. La estuve engañando durante tanto tiempo, con tantas mentiras de las que ni yo me siento orgulloso.

Me quedo mirando el algún punto cualquiera. No puedo dejar de pensar en ella. En la manera en la que anoche la hice mía, en la manera en la que su cuerpo se adecua perfectamente al mío, en la manera en la que su boca se ve tan sensual todo el tiempo.

Y en que tal vez no vuelva ni siquiera a besarla nunca más.

Es mejor dejar de pensar en ella, de todas formas, ya no tendría sentido. Decido que es momento de irme.

Me levanto de la silla y salgo del consultorio, para bajar las escaleras, salir a la calle y llavear la puerta antes de ir a mi auto, donde mis maletas me esperan. Elina tiene las copias de las llaves ya que ella recibirá a los pacientes para decirles que ya no podré atenderlos, y quiero que se los diga personalmente.

Conduzco en dirección al aeropuerto.

Cuando llego, estaciono el auto y le doy la llave a un encargado, luego de comunicarle que alguien vendrá a buscar el auto.

Bajo las maletas y subo en el ascensor, ya que el estacionamiento queda en el subsuelo. Busco asiento libre y me siento a esperar que salga mi vuelo.

Separo mis piernas y me apoyo sobre ellas. Miro a la gente que se encuentra paseando con aparente emoción por los amplios pasillos del aeropuerto. Hay mucha gente, y muchos niños. Algunos vienen con carteles de bienvenida, otros con ramos, flores y globos. Otros simplemente vienen a sacar boletos.

El celular suena y lo agarro para ver quién es.

Es Paula.

Me quedo mirando la pantalla, incapaz de contestar. Espero a que deje de llamar, pero cuelga y lo vuelve a hacer una y otra vez.




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