Por siempre, Andersen.

Capítulo 3.

4 meses después...
 


 

Madrid



 


 

Observo un momento al frente, una vez más la vista logra cautivarme por completo. 
 


 

Creo que una de las mejores decisiones que he tomado fue venir a España. Es bellísimo por donde se lo mire. La gente es cálida, la comida es rica y los hombres están guapísimos. 
 


 

¿Qué más podría pedir? 
 


 

Río internamente. 
 


—¿Crees que este lugar está bien?—pregunto a Joel mientras vuelvo a centrar mi atención en lo que estaba haciendo.

Deja de acomodar los plantines y observa el lugar que le indico. En esta zona la tierra es seca, así que debemos buscar partes en las que plantar árboles no sea un suplicio.

—Si, pero debemos poner abono—su acento me resulta un tanto gracioso cuando habla en español.

Ya me había acostumbrado a comunicarme con él en Neerlandés, pero le había dicho que debía aprender español para poder comunicarnos mejor aquí. Y bueno, luego de muchas clases y mucho intento, logró hablar con fluidez en dicho idioma, aunque es inevitable no tener ganas de reírse al escuchar su acento.

—De acuerdo.

Agarra uno de las bolsas que contiene el abono y me lo tiende. Sus rizos castaños caen por su frente mientras me lo pasa. Joel es un hombre guapo, aunque con un estilo bastante peculiar. Tiene rizado el cabello y es un poco largo. Su tez es blanca y sus ojos son azules. Es alto, fornido. Y en cuánto a su vestimenta, pues... Siempre lleva puesto ropa muy colorida.

A veces se asimila mucho a un hippie.

Siembro el árbol de roble luego de llenar el espacio con abono.

—¿Seguiremos plantando?—me sacudo las manos—Se está haciendo tarde.

Observo el cielo, el atardecer se asoma. Hemos estado aquí todo el día, bueno, no solos, estaban muchos voluntarios pero a cierta hora se habían marchado, incluyendo a Alejandro. Así que solo nos quedamos nosotros, y como no teníamos nada más que hacer, decidimos que era mejor seguir plantando.

—Si, es mejor.

Llevamos todas las cosas a la camioneta. No nos queda de otra que llevar y traer los plantines y el abono ya que si los dejamos aquí corremos con el riesgo de que algún desalmado venga y destruya todo. Ya habíamos pasado por eso hace poco, cuando fuimos a reforestar otra área y preferimos dejar todo, pero cuando regresamos al día siguiente, completamente se había convertido en un desastre.

Los plantines se habían tirado al suelo y al parecer alguien se había encargado de pisarlos sin piedad. En cuanto al abono, bueno, las bolsas simplemente desaparecieron.

—¿Por qué te llamas Joel si eres Holandés?—pregunto, mientras veo cómo conduce—Pensé que tendrías un nombre más... bueno, holandés.

—Porque mis abuelos son latinoamericanos—encoge sus hombros—y ellos decidieron ponerme ese nombre.

—Qué peculiar—murmuro.

Nuestra conversación termina y el silencio se cierne entre nosotros. Él conduce con mucho cuidado y no observa más que al frente.

Cuando llega frente al edificio se despide con un beso en la mejilla y se va.

Entro al edificio y subo las escaleras para ir al apartamento, donde Rex me espera.

Bueno, también Alejandro.

Cuando entro, veo a Alejandro pasearse por la sala mientras se quita la camisa. Rex viene hacia mí dando saltitos cuando me ve, y Alejandro alza la vista para observarme.

Me agacho para darle un abrazo a Rex y luego voy hasta Alejandro para darle un beso antes de ir a la cocina.

Mientras me sirvo un vaso de agua, veo como Alejandro juguetea con Rex.

—¿Cómo les fué?—pregunta, desde el sofá.

—Muy bien, plantamos casi todos los plantines—dejo el vaso sobre la mesada.

Voy hasta el sofá y me siento a su lado. Rex se acomoda a un lado de mis pies.

—Antes de que me olvide—dice, mientras se acomoda en el sofá—, Joel me ha dicho hace un momento que te pidiera, por favor—hace un gesto gracioso con los labios—, si podrías ir a recoger unos análisis suyos del hospital mañana.

—Ah sí, por supuesto.

Recuerdo que Joel se había sentido mal días anteriores y lo llevaron al hospital, luego de eso solo quedaba retirar los análisis.

—Si quieres yo te llevo.—pone su mano sobre mi brazo y acaricia mi piel con sus dedos.

—¿No tienes nada que hacer?

—Umm—hace un gesto con los labios—, debo ir a la biblioteca a entregar unos libros.

—Entonces iré sola, no te preocupes—sonrío.

Me devuelve la sonrisa y luego se acerca más a mí.

—Vamos a la habitación—me mira con picardía mientras pone su mano en mi mejilla.

—¿Para qué?

Sé cuáles son sus intenciones, pero no estoy dispuesta a seguir su juego.

—Te necesito—susurra.

—Estoy cansada cariño—acaricio su mejilla con tanta ternura que puedo.

—Siempre estás cansada—su expresión cambia por completo y habla con enfado.

—Pero...—intento hablar pero se levanta del sofá sin permitir que lo haga.

—Todavía tienes a ese imbécil en tu mente—espeta con enfado—¿A caso crees que no me doy cuenta? ¡Hago el amor con una piedra!

Rex se alarma y se acerca a él, buscando que le acaricie la cabeza pero Alejandro lo espanta y yo me levanto para encararlo.

—Deja de decir idioteces, por favor.

—¿Idioteces?. Paula, pasaron dos años, dos malditos años—alza la voz—, y tú sigues teniendo en mente a ese jodido malnacido.

—Alejandro...

—¡Te utilizó Paula!—me interrumpe—. Deja de guardarle luto, no lo merece, nunca lo hizo. Estoy aquí, yo te amo.

—Sabes que ya no lo quiero.

—Solo sé que siempre estás ausente para mí—vuelve a sentarse y mira al piso, con sus manos entrelazadas—. A tu lado soy muy feliz, Paula, pero esta situación me cansa.

Me quedo en silencio.

Él tiene razón. Simplemente no me acostumbro a él, y sé que no es por Ethan, es porque no quiero a Alejandro. Lo acepté solo porque creí que era la mejor decisión. Pero ahora veo que de nada sirve engañarse a uno mismo, aceptando a alguien a quien tal vez nunca podrás llegar a querer.




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