Por siempre, Andersen.

Capítulo 7.

—Bienvenidos a todos—saluda Joel al público, desde un montículo de arena—. Muchas gracias a todos por haber venido, no queda nada que decir más que pedirles que hagan esto con amor.

Todos asienten. La mayoría de los que están aquí son jóvenes, aunque también hay algunos niños que vienen con sus padres. Intentamos que las actividades que organizamos no solo sean para hacer una cosa y ya. Organizamos almuerzos para todos, así muchas familias vienen a colaborar y pasar un día en familia, valga la redundancia. Sino fuera porque tanto Joel cómo Alejandro y yo damos todos nuestros ahorros para que esto sea posible, nada de lo que nos habíamos propuesto se hubiese realizado. En estos momentos recibimos más apoyo de organizaciones en común, ya sean organizaciones ambientales o de protección animal, quienes nos ayudan con los elementos necesarios para las actividades. En lo demás, hacemos autogestión entre los 3.

Alejandro me ayuda a repartir los plantines a las personas que se acercan. Esta vez nos centraremos en reforestar un terreno que anteriormente era un frondoso bosque, pero que después de un incendio quedó desértico.

Unos niños saludan con dulzura a Rex, quién está sentado a nuestro lado, moviendo la cola y ladrando de vez en cuando. Alejandro quería dejarlo en el apartamento pero ya tiene suficiente encierro desde que llegamos a este país. Necesita airearse el pobre.

Una vez que terminamos de repartir los plantines y las bolsas de abono, Alejandro se queda a recibir a los que van llegando o llegarán más tarde, mientras yo sigo a Joel para indicarle a las personas donde deben ir plantando los árboles. Despertamos muy temprano para venir hasta aquí y cavar los hoyos antes de que viniera la gente, por lo que estoy un tanto cansada, pero eso no me impide motivar a los voluntarios.

Me acerco a un niño y lo ayudo a plantar el árbol.

—Debes cuidar que la raíz no se quiebre—sonrío mientras agarro sus manos para cubrir la raíz cuidadosamente con la tierra.

Estamos a punto de llenar el hoyo con la tierra cuando escucho a Rex ladrar sin parar. Me levanto y miro en dirección hacia el, donde Alejandro se encuentra, al parecer, discutiendo con alguien. La gente comienza a alarmarse al escuchar a Rex, y Joel me mira con preocupación antes de venir junto a mí.

—¿Que está pasando?—me pregunta, mientras sacude sus manos.

—No lo sé—niego—. Desde aquí no logro divisar con quién está hablando, pero parece que están discutiendo.

—Es mejor que vayamos a ver.

Asiento y lo sigo en dirección a Alejandro. Cuando llegamos cerca de ellos, intento calmar primero a Rex antes de ir a calmar a Alejandro, y a quien sea que está discutiendo con él.

—Alejandro, estás llamando la atención de la gente—lo regaño antes de ponerme a su lado.

Y cuando decido mirar a la persona que está frente a él, caigo en cuenta de por qué está enfurecido.

Ethan está frente a él, con el rostro apacible y con las manos en los bolsillos.

—Vete de aquí—gruñe Alejandro.

—¿Que es lo que pasa?—interviene Joel.

—Este imbécil debe largarse de aquí cuánto antes.

Alejandro está verdaderamente molesto, pero a Ethan parece no importarle. No hace más que observarme fijamente, y siento como Alejandro se tensa aún más al darse cuenta de eso.

Avanza un poco y lo detengo antes de que se le ocurra lanzarse encima de él. No es conveniente que discutan, y menos en este sitio, donde hay tantas personas presentes.

—Cariño, cálmate por favor—pongo mis manos por su pecho e intento tranquilizarlo—,hay niños aquí.

—Paula tiene razón—me apoya Joel, sin entender mucho que sucede—. ¿Quién es usted?—pregunta dirigiéndose a Ethan, quién me observa con enfado al verme cerca de Alejandro.

—Vengo como voluntario.

Ay Dios, esto no puede estar pasando.

—Entonces pasa, por favor—dice Joel, con mucha amabilidad.

—No, el no puede estar aquí—se queja Alejandro.

—Es un voluntario más—intervengo—, no tiene importancia.

Alejandro le dedica una última mirada de odio antes de irse junto a los demás. Yo me quedo parada observando cómo se marcha, luego doy la vuelta para encarar a Ethan.

—Ella te dará las instrucciones—dice Joel, antes de dejarme a solas con él.

Joel se va y yo siento nervios. Ethan me observa con recelo.

—Hay varios hoyos en los que deberás plantar al menos un árbol—explico—. Te  daré el árbol que desees y un poco de abono.

—¿Estás con Alejandro?—pregunta, haciendo caso omiso a mi explicación.

Ignoro su pregunta y me doy la vuelta para caminar hasta la carrocería de la camioneta, donde se encuentran los plantines. Agarro uno de roble y regreso hasta él para dárselo.

—Elige un hoyo y plántalo.

Tengo la intención de largarme, pero me detiene agarrándome del brazo.

—Contesta mi pregunta.

—Si—respondo con sequedad—¿Contento?

—¿Por qué estás con él si no lo amas?—sus ojos se clavan en los míos.

—Mi vida personal no te incumbe en lo más mínimo.

—Tú me sigues amando—se acerca a mi rostro y musita—, tanto como yo te amo.

—Que tú seas iluso no es culpa mía.

Evito mirarlo y me aparto, dejándolo solo. Voy hasta los voluntarios y busco a uno que necesite ayuda. Alejandro me escudriña desde donde está, sin despegar la vista ni un segundo. Volteo hacia atrás un momento y veo a Ethan, plantando el roble que le di, mirándome a cada tanto. Me cohibe tener la mirada de ambos sobre mi. Joel observa a Alejandro y a Ethan, y parece no entender nada de lo que pasa.

Lo peor de todo, es que luego tendré que aguantar las quejas de Alejandro, o su ataque de preguntas. No me quedará de otra que decirle que no sabía que Ethan estaba aquí.

Seguimos plantando hasta que llega la hora del almuerzo e invito a los voluntarios a pasar a recoger la comida. Busco con la mirada a Ethan al ver que no se acerca, y cuando lo encuentro, veo que está alejado de todos, sentado en un tronco, acariciando a Rex.




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