Por siempre, Andersen.

Capítulo 9.

Escucho sonar la alarma desde alguna parte y me levanto, somnolienta. Me siento y froto mis ojos para luego mirar a Rex, quien está durmiendo plácidamente al borde de la cama. Acomodo un poco sus patas ya que están colgando del colchón y luego me levanto de la cama para buscar en mi maleta mis elementos de higiene. Voy al baño y aprovecho para darme una ducha. Aún no sé con seguridad que haré, no sé si esperar a que Joel me diga que sí puedo quedarme con él, o si debería esperar un rato más antes de salir de aquí.

Cuando termino de ducharme y lavarme el cabello, salgo del baño con la toalla cubriendo mi cuerpo y saco de mi maleta un par de ropa para ponerme. Ahora que lo pienso, debí traer más ropa cuando vinimos, pero no, decidí traer solo una maleta y ya. Siempre que me pongo un par de ropa, la pongo en el lavaropas cuando me la quito y así al día siguiente ya tengo otro par más. Soy un tanto obsesiva con eso de tener todo en orden. No me imaginaba trayendo gran cantidad de maletas para luego estar desesperándome.

Y bueno, ya llevo más de 2 meses poniendome la misma ropa, por así decirlo, casi todos los días.

Rex sigue durmiendo así que decido no molestarlo. Lo mimo como si fuera mi hijo.

Una vez vestida y bien peinada, salgo de la habitación, rezando mentalmente para que Ethan no esté en la sala o en la cocina. Es temprano, es probable que ya se haya ido a hacer quién sabe qué.

Camino por la sala y veo que no hay nadie, así que me dirijo a la cocina para buscar algo de comer. Busco en el refrigerador, y saco de adentro un pote de yogurth con manzanas. Abro los cajones del mueble para buscar las cucharas, y cuando la encuentro, me siento en una de las butacas detrás de la mesada para empezar a desayunar.

Mi tranquilidad dura poco. Escucho una puerta abrirse y sé que no es Rex, porque dejé la puerta abierta. Es de la otra habitación.

Ethan sigue aquí.

—Buenos días—saluda al llegar a la cocina.

No respondo a su saludo, solo continúo con mi desayuno.

Escucho que se mueve detrás de mí, haciendo no sé qué, hasta que viene para sentarse a mi lado. Lo miro de reojo y veo que se sirvió leche con cereal.

—¿Puedo preguntarte algo?

—No—respondo, sin mirarlo.

—¿Por qué saliste del apartamento de Alejandro?

Dejo de observar mi pote de yogurth y lo miro. ¿Ahora también está al tanto de mi vida personal?

—El muy idiota empezó a contarme todo eso mientras gritaba—me explica, al ver que solo lo miro, sin decir nada—. Dijo que ustedes viven juntos y que yo no haría que nada de eso cambie.

Niego con la cabeza y me froto la sien. No sé quién me causa más dolor de cabeza, si él o Alejandro. Miro mi cuchara y jugueteo con el.

—No es de tu incumbencia.

—¿Pero por qué fuiste tú quién salió a buscar hospedaje a altas horas de la noche y no él?—inquiere nuevamente.

—Eso no te incumbe—repito de muy mala gana.

—Está bien—suspira—. Pero si quieres puedes quedarte aquí hasta que consigas donde vivir.

—¿Puedes dejar de finjir?—dejo mi cuchara y lo encaro—. No es necesario este teatrito de "yo te amo" "quédate a vivir conmigo", la farsa de hombre bueno no te queda—espeto—. Y ni en la Otra vida quiero volver a lo mismo, no quiero vivir contigo, no quiero saber nada de ti.

—¿Nunca vas a perdonarme?—pregunta, con un tono de aflicción en su voz.

—¿Perdonarte qué?—me río con sarcasmo—¿Perdonarte que me hayas dejado sola?—elevo mi voz, casi en un grito—O tal vez que te hayas despedido de mí con una carta mediocre y absurda.

—Paula...

—Me dejaste sola—añado, con enfado—. Me utilizaste esa noche, y al día siguiente te marchaste, sin decir nada. ¿Y ahora qué? ¿Pretendes que me crea todo este cuento?. Ya es bastante desesperante que nos hayamos encontrado de nuevo, así que por favor déjame vivir en paz. Si tienes ganas de joderle la vida a alguien, busca a otra a quien utilizar.

—No te utilicé—asegura—. Sé que fuí un imbécil, y no tengo excusas válidas, pero por favor, déjame demostrarte que cambié.

Me río y me levanto de la silla, incapaz de seguir escuchándolo. No creo en absoluto lo que está diciendo, incluso me parece tan absurdo.

Voy en dirección a la habitación pero Ethan se levanta y me agarra del brazo, para estirarme y hacer que voltee hacia él.

—Te amo Paula ¡Maldita sea!—grita—. No puedo seguir viviendo sin ti.

—Yo dejé de amarte hace tiempo—espeto.

Traga saliva y de pronto, me suelta el brazo, pero me agarra de la cintura y hace que retroceda hasta la pared, para acorralarme contra ella.

Estampa sus labios contra los míos y me besa. Instintivamente lo aparto y le doy una bofetada.

—Jamás en tu miserable existencia vuelvas a besarme.

Pero mis palabras solo lo motivan.

Agarra mis brazos y los sostiene con firmeza por la pared, apoyándome en ella.

Por tan solo unos segundos mi cuerpo deja de resistirse y mis labios saborean los suyos. La sensación en mi pecho es tan abrumadora, como si millones de mariposas revolotearan al mismo tiempo con mucha fuerza. Mis dedos pican, mi garganta arde y me corazón late con frenesí.

Pero esto es lo que él buscaba.

Solo hacerme flaquear.

No puedo, no debo continuar con esto. Esa es su intención, hacer que me vuelva vulnerable, y así hacerme sufrir de nuevo. Esta vez ya no lo permitiré. Lo amo, pero ya no dejaré que vuelva a hacerme daño, nunca más.

Me armo de valor y lo empujo, para terminar nuestro beso. Vuelvo a abofetearlo.

—Te odio.

Me alejo de él y voy a la habitación para sacar mi maleta, la caja, y despertar a Rex. Se levanta a duras penas pero lo hace, y me sigue al salir. Ethan está parado en el mismo lugar, sobando su mejilla. Intenta acercarse a mí cuando paso a su lado pero lo detengo.

—No te me acerques.

Cierra los ojos y asiente, sin poder hacer nada. Rex va y le lame la mano pero esta vez ya no le pido que me siga, se lo ordeno con brusquedad. El me sigue de todas formas, aunque gira la cabeza a cada tanto para ver a Ethan. Parece haberle hecho brujería a mi perro.




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