Por siempre, Andersen.

Capítulo 10.

—¿Te sientes bien?—pregunta Joel, acercándose a mí.

Asiento, sin mucha gana.

Sigo sentada en el sofá de su sala, con la cabeza gacha, jugueteando con mis dedos. Las cosas no habían salido como las planeé, y eso me tiene preocupada, o más bien cabizbaja. Joel accedió a dejar que me quede en su apartamento, pero aquí hay muy poco espacio, tanto que él está durmiendo en el sofá para que yo pueda dormir en su habitación. Me había negado a que haga eso, pero fue él quien se negó rotundamente a dejarme dormir en el sofá, por lo que se vino a dormir aquí, con Rex.

Recién pasó un día, pero ya siento que estoy incomodando bastante a Joel, y no es esa mi intención, debo buscar un apartamento cuanto antes, porque nuestra estadía aquí aún es larga y no puedo andar mendigando hospedaje a cada tanto. Sé que podría regresar con Alejandro, el muy idiota me pediría perdón, como lo ha hecho ya varias veces por llamada y mensajes, y me pediría que regrese a la casa, pero no quiero volver a tener que soportar sus arrebatos. Tengo suficiente con los problemas que cargo para tener que soportarlo, y como tampoco coopera para llevar bien las cosas entre nosotros, pues ya no puedo hacer nada al respecto. Toca seguir, y dejarlo atrás.

Ah pero al otro no lo dejas tan fácil ¿no? Menuda tonta.

—¿Estás así por el tal Izan?—se sienta a mi lado, teniéndome una taza de café.

Agarro la taza y le sonrío en agradecimiento.

—Ethan—lo corrijo—. No, no es por él, son muchas cosas.

—Creo que entre esas "muchas cosas"—hace comillas con sus dedos—, se encuentra el beso apasionado que se dieron.

Miro a otra parte cuando dice eso. Cuando llegué a su apartamento ayer por la mañana, me preguntó que había pasado, y cuando empecé a contarle absolutamente todo, se me escapó lo del beso. No quería decírselo, porque sé que él y Alejandro son amigos, aunque Joel sabe de mi pasado con Ethan, y tampoco es que me haya juzgado por ello, en cierta parte me incomoda que él sepa que nos besamos.

—¿Crees que debería volver con Alejandro?—pregunto, cambiando de tema.

—Creo que tienes que ser feliz—alzo la vista para mirarlo y veo que encoge sus hombros—. Alejandro es mi amigo, pero tú también lo eres, y vi como él se estuvo comportando. Así que eres tú quién decide que te conviene.

—¿Y si ni siquiera yo estoy segura de lo que me conviene?

—Pregúntale a tu corazón, él sabrá que hacer.

—Mi corazón dice que amo a Ethan—bufo—pero mi razón dice que es una locura seguir amándolo.

Se queda pensativo un momento, como si meditara mis palabras antes de darme una respuesta. Sé que está tan confundido como yo, por las veces en las que le he hablado de Ethan y lo he comparado con Alejandro. Al final, no sabemos quién de los dos vale la pena, o si ninguno lo vale.

—¿Por qué te rehúsas a estar con él?—cuestiona, observándome, con sus dedos bajo su mentón.

—Porque él supone sufrimiento para mí—respondo, cabizbaja—. Él desequilibra mis sentidos, hace que mis sentimientos sean confusos; él un día dice amarme y se aferra a mi, al otro día solo se ama a sí mismo, y me deja caer al vacío.

—Puede que haya cambiado—dice—. Tal vez deberías darle una oportunidad.

—¿Cambiar?—me río con sarcasmo—. Ese hombre es más bipolar que cualquier persona que yo haya conocido. Nadie puede estar seguro de su cambio.

—Tienes razón—asiente—, pero, como te dije, deberías darle una oportunidad.

—Darle una oportunidad significaría darle ventaja, y no pienso hacer eso.

Está a punto de decir algo cuando mi teléfono suena. Me levanto del sofá y camino hasta el mueble de la TV, para agarrar el celular. Miro la pantalla y veo que es un número desconocido, por lo que dudo un instante para responder.

—Hola—dice la voz gruesa que empieza a irritarme.

—¿Cómo conseguiste mi número?

—Eso no importa—suspira—. Necesito hablar contigo.

—Te dije que no tenemos nada de qué hablar—digo, con molestia.

—No puedo olvidar tus labios—susurra—, no puedo olvidar nuestro beso.

—No significó nada—respondo tajante.

Se ríe al otro lado de la llamada.

—Significó—asegura—, no intentes negarlo.

—Ethan, no quiero hablar contigo—me sobo la frente y miro a Joel, quien me está observando con rareza.

—Está bien, disculpa—musita—. Te amo.

Dicho eso, cuelga la llamada, dejando su "te amo" en el aire.

Yo también te amo maldito imbecil. Digo, en mis pensamientos.

—No sabes mentir—dice Joel desde el sofá, observándome esta vez con diversión.

—¿Por qué dices eso?—me cruzo de brazos.

—Porque mientras decías "Ethan, no quiero hablar contigo"—imita mi tono de voz, aunque por su acento, las palabras parecen salir estranguladas—tu cara decía "Ay Ethan, te amo".

Me río por la forma en la que dice eso y luego dejo el celular en donde estaba, para ir hasta la cocina y beber un poco de agua antes de salir a buscar un apartamento para rentar. Ya casi son las 2 de la tarde, es miércoles y no hay ninguna actividad hoy, así que aprovecho para dejar a Rex con Joel y salgo a la calle.

Subo a mi auto y conduzco por las calles de la amplia ciudad, mirando cada tanto a mis costados, esperando encontrar algún edificio que tengan apartamentos disponibles. No me alejo mucho, ya que no me conviene vivir en un lugar apartado, al menos de la casa de Joel, porque no quiero tener que estar estresandome por no llegar a tiempo cuando tengamos alguna actividad o debamos coordinar algo.

Pienso buscar solo hasta el hotel donde se hospeda Ethan, si voy más allá de ese lugar, corro el riesgo de 1) perderme y 2) ir muy lejos.

Aún no conozco bien las rutas y calles que contiene el país, soy una Jane en la selva cuando se trata de ver direcciones o ir a pasear sola, de verdad no sirvo para eso. Me perdería en cuestión de segundos.

Observo de reojo la hora en mi celular, ya ha pasado casi una hora desde que salí. Rex ha de estar extrañándome y me preocupa, por lo que debo apresurarme en regresar. No encuentro ni un solo apartamento disponible, solo encuentro unos dúplex en renta y aunque no me parece una buena decisión rentar un dúplex porque cuestan mucho, no me queda de otra que ver si cabe en mis posibilidades. Estaciono cerca de un restaurante y bajo del auto para ir hasta la otra calle, donde se encuentra el dúplex.




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