Por siempre, Andersen.

Capítulo 29.

Acomodo las bolsas de abono en el auto y luego me despido del amable jardinero que siempre me provee el mejor abono. Es un hombre muy bueno, y muy amable, que en cierta forma me recuerda a mi padre pero en versión mejorada.

Mientras observo al señor marcharse me pongo a pensar en mí familia, en Gaby, en Nico. Me pregunto que estarán haciendo en estos momentos, o al menos que habrá sido de ellos en este tiempo.

Se suponía que regresaríamos a Sudamérica en un mes pero con el estado de salud de Joel dudo mucho que podamos mudarnos, no creo que esté en condiciones de hacer un viaje tan largo.

Nuestra estadía aquí se alargará bastante.

Subo al auto y lo enciendo para luego conducir en dirección a la sede de la organización de rescate animal. Se supone que soy algo así como la jefa pero ni siquiera he asistido estas últimas semanas, por lo que supongo que ya hasta me habrán quitado el puesto.

Observo por el retrovisor a Rex, que se encuentra en el asiento trasero acurrucado a un costado durmiendo plácidamente. Sonrío al verlo, siempre que lo miro me lleno de una increíble alegría, como si tuviera magia. Siempre he creído que los perros son seres maravillosos que fueron creados para hacer felices a los humanos.

Lástima que no todos piensan igual.

Me detengo frente a una casa al ver como un hombre maltrata sin piedad a un pobre perro, como si descargara toda su furia en el.

—Rex, despierta.

Rex automáticamente levanta la cabeza y al ver lo que sucede se inquieta para que le abra la puerta. Bajo del auto y abro la puerta para que pueda bajar. En este momento Rex es mi mejor aliado ya que lo entrené para que mordiera a cualquier persona que se comporte de una manera tan agresiva, ya sea con animales o personas.

Camino hasta la casa y entro al patio, lo más cerca posible al hombre, pero él parece no notar mi presencia así que no me queda de otra que hablar.

—Señor suelte al perro o llamo a la policía—digo en un tono autoritario y el hombre voltea a verme.

Su cara me genera repulsión. Se nota que es un hombre que se ha dejado estar, tal vez a causa de la bebida o los cigarros. Sus ojos están rojos, como si hubiese llorado. Pero dudo que haya sido eso.

—Vete de aquí perra—escupe.

No suelta al perro, lo agarra del cuello, parece dispuesto a matarlo, y no puedo permitirlo.

—Vamos Rex.

Rex empieza a gruñir y corre hasta el hombre para luego lanzarse encima y morder su nauseabunda remera. Lastimosamente el hombre es mucho más fuerte e insensible, porque ni siquiera las mordidas de Rex hacen que se detenga.

Y Rex también recibe su ira.

Lo patea y lo lanza al otro lado. Rex aulla cuando cae al suelo con brusquedad, incapaz de levantarse. De pronto siento que la ira se acumula en mi interior.

El hombre me observa y se ríe con burla. Al menos suelta al pobre perro que notablemente ya no tiene fuerzas para moverse siquiera. De reojo veo a Rex tratando de moverse pero tampoco puede hacerlo.

—¿Que harás perra?—se acerca lentamente mientras se ríe.

Antes de poder siquiera decir algo, mi cuerpo reacciona por sí solo y de pronto tengo una piedra en la mano.

—No te acerques—amenazo.

Estamos a plena luz del día, la gente empieza a amontonarse alrededor para observar el espectáculo y lo peor es que ninguno es capaz de hacer algo para detener a este sujeto.

El hombre no parece entender lo que le digo porque lo único que hace es, valga la redundancia, hacer gestos asquerosos en su rostro mientras observa mi cuerpo. No soporto ver cómo me mira con lascivia, así que sin más paso al lado de hombre y me acerco a Rex para tratar de levantarlo.

Pero entonces siento una mano que toma mi brazo y me estira bruscamente para luego lanzarme al suelo.

—¿Esto es lo que quieres?—dice el hombre repulsivo, arrodillándose a mi lado y desabrochandose el cinturón.

Hago una mueca y escupo en su cara, lo que aparentemente es una muy mala idea.

Se levanta rápidamente del suelo y acto seguido, me propina una patada muy dolorosa en la pierna.

No entiendo como los demás pueden no hacer nada para detenerlo.

Hago quejidos de dolor y froto mi pierna para tratar de apaciguar al menos un poco las punzadas. Él se acerca al perro y lo toma de las patas, colgándolo. No sé qué hará realmente, pero temo que lo asesine así que me armo de valor y me levanto a duras penas del suelo.

Aprovecho que está de espaldas y camino hasta él cojeando y apretando la piedra con rudeza entre mis dedos. La piedra no es muy grande, pero lo suficiente como para romperle la cabeza con varios golpes.

—Te lo advertí—es lo único que digo luego de posicionarme atrás de él.

Agarro la piedra con ambas manos y levanto los brazos para tener más impulso. Antes de propinarle el golpe, él gira hacia mí y me observa, pero sin permitir que diga o haga algo más, bajo los brazos con toda la fuerza que puedo y lo golpeo en la frente.

—¡Maldita perra!—gruñe mientras cae al suelo y pone sus manos en su frente, tratando tal vez de detener el sangrado.

Pero no es suficiente.

Sin pensarlo, le propino otro golpe, tal vez uno más fuerte.

Otro.

Y otro más.

Sin piedad, como si no pudiera tener control de mí misma.

Escucho como todos suplican que me detenga, incluyendo al maldito que está en el suelo.

Pero un golpe más y sus quejidos ya no se escuchan.

Sus manos abandonan su frente y se desploma por completo en el suelo.

Cuando reacciono, noto que mis manos están llenos de sangre, al igual que la piedra, y ni hablar de la cabeza del maldito cerdo.

Lo merecía.

Me levanto del suelo con las manos y las piernas temblorosas mientras miro lentamente a mi alrededor, todos están observándome atónitos. Algunos tienen el celular pegado a la oreja, supongo que llaman a la policía.

Pero ya es tarde para llevar a prisión al hombre.

Ya me encargué de que no vuelva a hacer daño.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.